domingo, 20 de junio de 2021

«Jesús calma la tempestad»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy, en nuestra sociedad mexicana y en otras partes del mundo estamos celebrando el día del padre, rogando por nuestros papás. Los padres están en el corazón del plan de Dios. El papel del papá es bien importante en la Iglesia y viene del hecho de que él coopera con Dios el Creador, nos dice el Catecismo de la Iglesia (#2367). Por supuesto que estoy recordando a mi propio papá, don Alfredo, que murió hace casi dos años, pero también a todos los padres vivos o difuntos que he conocido a lo largo de mis casi 60 años de vida. A todos los encomiendo. No dejo de pensar en que la humanidad, no puede ni podrá jamás, prescindir de la misión que la paternidad realiza en pro de la vida y de la familia. Pues como nos enseña la Exhortación Apostólica Familiaris consortio «Revelando y reviviendo en la tierra la misma paternidad de Dios, el hombre está llamado a garantizar el desarrollo unitario de todos los miembros de la familia. Realizará esta tarea mediante una generosa responsabilidad por la vida concebida junto al corazón de la madre, un compromiso educativo más solícito y compartido con la propia esposa, un trabajo que no disgregue nunca la familia, sino que la promueva en su cohesión y estabilidad, un testimonio de vida cristiana adulta, que introduzca más eficazmente a los hijos en la experiencia viva de Cristo y de la Iglesia» (cf. Exhort. Apost., Familiaris consortio, 25).

Luego de esta larguísima introducción, como suele ser el primer párrafo de los tres que publico cada día, entro en el Evangelio de hoy (Mc 4,35-41). La tempestad calmada es una hermosa narración en medio del mar donde no hay asideros para salvarse y la vida peligra; allí los discípulos acuden a Jesús. El mar es presentado, muchas veces en la Sagrada Escritura, como lugar donde la vida peligra. Esta tempestad evoca las tempestades de la vida que nos ponen en apuros, ya que a pesar de que no nos jugamos la vida en el mar —aunque si algunos—, si lo hacemos en el trabajo, en la enfermedad, en las jugadas sucias, en la fidelidad prometida, en los imprevistos que nos sobresaltan, en la muerte de un ser querido, en un hogar en crisis, etc. Tenemos tempestades que hacen zozobrar nuestra barca y nuestra vida. Gracias a esas tempestades algunos despertamos y nos preguntamos de nuevo por Dios.

La realidad que vive nuestro mundo es una realidad semejante a la tempestad que nos relata el Evangelio, sin embargo, en esta realidad Jesús se presenta como el adversario principal de todo aquello que nos atemoriza y nos hace perder la calma. Es muy claro que Jesús en el evangelio a los discípulos les echa en cara su cobardía, pues los quiere perfectos en la fe. Quiere que se convenzan de que la barca donde él está, aun cuando duerma y esté sacudida por violentas tempestades, no puede naufragar. Así es la confianza que deben tener los padres de familia en Dios y así es la confianza que todos debemos tener. Tengamos fe que nuestro compañero de viaje es el Señor, recordando que la oración —que todos debemos hacer— no es una fuerza mágica que al instante remedia todos los males, pero sí es la manera de compartir con Dios los miedos y las angustias y con la cual sostenemos nuestra nave mientras amina la tormenta. Es cierto que muchas veces le hablamos al Señor y el continua en silencio, sin embargo, interiormente la fuerza se experimenta porque desde la fe y a la luz de la Palabra de Dios sabemos que Él es capaz de tendernos la mano ante el grito: «sálvame que me hundo». Siempre termino la reflexión pidiéndole a María que ella nos ayude, hoy, día del padre, recurro también a San José, protector de la Iglesia, modelo y ejemplo de todo papá. A él le pido que interceda por cada uno de nosotros, especialmente por todos los padres de familia —y pienso especialmente en todos los papás jóvenes— que se ven inmersos en la tempestad de la vida. Amén.  ¡Bendecido domingo y felicidades a todos los papás en su día!

Padre Alfredo.

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