Me llama la atención en este día la pregunta que Jesús hace en el Evangelio de hoy (Mt 16,13-19) a sus discípulos: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» y es que esta pregunta nos sitúa en el centro de la fe. San Pedro fue el Apóstol que confesó dentro de aquel grupo a Jesús como «el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Él encarna al apóstol que amó a Jesús con un amor de amigos. Pedro fue el proclamador del Evangelio en el mundo judío, un mundo difícil para ese anuncio, ya que la tradición judía estaba muy arraigada en la vida del pueblo escogido, y no aceptaron en su mayor parte la predicación que Pedro hizo del acontecimiento Jesús el Cristo. San Pedro debe ser nuestro ejemplo para confesar a Jesús y volver a él con humildad, a pesar de nuestras negaciones.
Por otra parte, podemos decir que San Pablo no estaba en aquel momento evangélico, pero reflexionar en su figura es pensar en el Saulo de Tarso, perseguidor de la Iglesia. Llamado por el mismo Jesús después de su resurrección asume el reto y anuncia al mundo no judío el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Gracias a su compromiso con la predicación a tiempo y a destiempo, el cristianismo se extendió y fue conocida la Buena Nueva de la Salvación en los pueblos que no eran judíos. San Pablo es testimonio para la Iglesia en general para que tengamos la valentía de aceptar a todos los que desean ser fieles al plan de Dios para que se desarrollen integralmente dentro de nuestras comunidades. A los dos los celebramos en este día. Pidamos, con María, que estas dos figuras impresionantes que dominaron los primeros años de la vida de la Iglesia nos motiven a amar mucho a la Santa Iglesia y al Santo Padre, a quien recordamos ene especial en esta fiesta. ¡Bendecido Martes!
Padre Alfredo.
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