miércoles, 9 de junio de 2021

«El cumplimiento de la Ley»... Un pequeño pensamiento para hoy


En el Evangelio de hoy (Mt 5,17-19) Jesús hace entender a los suyos que no ha venido a borrar de sus mentes y de sus corazones la Ley del Antiguo Testamento, sino que ha venido a darle plenitud, una correcta interpretación y una auténtica validez a lo que tiene que perdurar. Todo discípulo–misionero de Cristo sabe que los mandamientos de Moisés siguen siendo válidos. La Alianza del Sinaí, que San Juan Pablo II llamó «la nunca derogada primera Alianza», ya era sacramento de salvación, pero con Cristo ha recibido su plenitud en su sacrificio pascual en la cruz y en su celebración memorial de la Eucaristía. Lo mismo podemos decir de los sacrificios y del sacerdocio y del Templo y del Pueblo elegido de Dios: en el Nuevo Testamento llegan a su realización definitiva en Cristo y su Iglesia.

Los cristianos seguimos leyendo con interés el Antiguo Testamento, como palabra eficaz de Dios e historia de salvación, como diálogo vivo entre la fidelidad de Dios y la manifiesta infidelidad de su pueblo. En algunos aspectos —el sábado, la circuncisión, el Templo, los sacrificios de corderos— la nueva comunidad de Jesús se ha distanciado de la ley antigua. Pero, en la mayoría de sus elementos, sigue consciente de la gracia salvadora de Dios que ya empezó entonces y continúa ahora: basta recordar cómo seguimos rezando los salmos del Antiguo Testamento en la Liturgia de la Palabra cada día, al igual que en la Liturgia de las Horas. Eso sí, conscientes de que Jesús ha llevado a su perfección todo lo que se nos dice en el Antiguo Testamento, como lo ha hecho en este sermón de la montaña que estamos leyendo estos días con el novedoso programa de sus bienaventuranzas y lo que de ellas deriva. No nos lo ha hecho más fácil, sino más profundo e interior.

Así, nos encontramos con la coherencia del mismo Dios que «cumple» su Palabra. Esa coherencia abarca las mínimas disposiciones del querer de Dios, y eso de tal forma que tiene una firmeza superior a la firmeza del curso natural de las cosas a la que se evoca con la mención de «cielo y tierra». Desde la coherencia de Dios, se invita a la comunidad cristiana de aquella época y a toda comunidad cristiana a lo largo del tiempo, a asumir plenamente la voluntad salvífica que se nos manifiesta en las palabras de la Escritura y que deben hacerse vida en la existencia de cada creyente. Todo esto está ligado al testimonio coherente que los discípulos–misioneros debemos ser capaces de transmitir con la enseñanza de una salvación experimentada ya en la propia vida. Con María, vivamos plenamente nuestra encomienda. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

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