sábado, 12 de junio de 2021

«El inmaculado corazón de María»... Un pequeño pensamiento para hoy


Ayer celebramos con mucho gozo la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús y hoy, por una tradición muy antigua, celebramos el inmaculado corazón de María. Hablar del corazón de esta maravillosa mujer bendita, es situarnos en un campo de esperanza. Hablar del corazón inmaculado de María es hablar de intimidad, de vida interior. Veamos como el Evangelio de esta celebración termina diciendo bellamente, refiriéndose a María: «Su madre conservaba en su corazón todas aquellas cosas». Y es que todo cabe en ese corazón que es representado en la iconografía de la Iglesia con dos símbolos: la espada del dolor y del martirio y las llamas del amor y la ternura. El Corazón de María es un corazón humano, es el corazón de la Madre: Todos los hombres hemos sido engendrados en el Corazón Inmaculado de Maria: «Mujer, he ahí a tu hijo» (Jn 19,26). 

En realidad no se dice, en el Evangelio de hoy (Lc 2,41-51) ni en ningún otro relato de la Escritura cómo era este corazón de la Virgen; pero si María, madre y formadora, hizo al corazón de Jesús manso y humilde, Jesús, como Dios, hizo al de María, misericordioso y clemente. Por eso al celebrar este día este inmaculado corazón, es ser discípulos–misioneros de corazón misericordioso, donde habita el amor y la ternura y celebrar este corazón es también adentrarse por el camino de la profundidad, de la contemplación, del silencio interior. Porque lo que María guardaba y meditaba en su corazón nos señala la senda que debemos seguir para ser fieles a Dios.

El texto evangélico es muy significativo, porque es el que se nos muestra a la Sagrada Familia bajo variados matices y colores y nos muestra el corazón abierto de la Virgen, que luce enamorado de Jesús y a la vez con angustia por su responsabilidad y pérdida del Hijo; como caminante en la niebla de la fe, pues no acierta todavía a comprender el misterio y la misión de Jesús. Y es que así es nuestro corazón, un corazón que camina en la fe y guarda muchas cosas para meditarlas. María, como nosotros, tuvo que recorrer su camino de fe y de oscuridades siguiendo a Jesús hasta los pies de la cruz aceptando compartir la suerte de su Hijo y cuando él hubo concluido su obra de redención y subió al Padre, ella se quedó físicamente entre nosotros, sin el Hijo, sufriendo, gozando, amando, esperando. Su alma estaba místicamente en el cielo y su cuerpo entre nosotros. Alabemos, pues, al Hijo y a su Madre. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

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