Jesús quiere que cuidemos nuestras actitudes interiores, que es de donde proceden los actos externos. Si tenemos mala disposición para con una persona, es inútil que queramos corregir las palabras o los gestos: tenemos que ir a la raíz, a la actitud misma, y corregirla. Antes de comulgar, en la misa, hacemos un gesto de que queremos estar en comunión con el hermano. El «dense fraternalmente la paz» no apunta sólo a un gesto para ese momento, sino a un compromiso para toda la jornada: ser obradores de paz, tratar bien a todos, callar en el momento oportuno, decir palabras de ánimo, saludar también al que no me saluda, saber perdonar. Son las actitudes que, según Jesús, caracterizan a su verdadero seguidor. Las que al final, decidirán nuestro destino: «tuve hambre y me diste de comer, estaba enfermo y me visitaste». Este texto de San Mateo es un llamado para todos los que vivimos en medio de esta sociedad generadora, no solo de la muerte física de tantos hombres y mujeres víctimas de la violencia y de las estructuras injustas del capitalismo neoliberal, del comunismo o del populismo, como también del odio, el desprestigio, los insultos, el descarte de los mayores y las persecuciones a fin de que reconstruyamos, desde el Evangelio, nuevas relaciones fraternas en el perdón y en la convivencia social.
Nuestra fe no la podemos vivir solamente en el momento de celebrar la Eucaristía... ¡allí todos nos portamos bien! Hay que vivir la fe en cada momento de nuestra existencia y en concreto en relación con el hermano. Lo que realmente importa es la autenticidad con la que vivimos el día a día: «Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano». El Evangelio de hoy nos sirve para recordarnos las exigencias que brotan de la necesidad de construir la comunidad desde la reconciliación con quien es hermano y que necesita de nuestros actos para desarrollar su ámbito comunitario de vida en plenitud. Que con María Santísima, la Reina de la paz, reflexionemos esto y lo pongamos siempre en práctica. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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