domingo, 27 de junio de 2021

«Dos milagros a dos mujeres»... Un pequeño pensamiento para hoy


En la perspectiva de un Reino de Dios abierto a todos, San Marcos, en el texto de hoy (Mc 5,21-43) nos sitúa en la orilla judía del lago de Genesaret, en medio de la habitual aglomeración de gente en torno a Jesús. El hilo narrativo lo configura el desplazamiento hasta la casa de Jairo, un encargado del orden en la sinagoga, cuya hija está mortalmente enferma. Entre la partida de la orilla y llegada a la casa, el evangelista intercala en los versículos 25 al 34 un episodio con una mujer que está enferma y que al tocar el manto de Jesús queda curada. Este episodio le sirve a San Marcos para profundizar en el tema de la fe en Jesús que todos debemos tener.

El Señor Jesús, en ambos casos, deja claro que es la fe lo que le mueve a manifestar su poder: curando a la mujer —no simplemente porque le haya tocado, sino porque se ha acercado a él con fe— y resucitando —haciendo que se «levantara»— a la hija de Jairo que, pase lo que pase, no desfallece en su fe. En ambas ocasiones la fe de aquellos que a él se acercan es la que hace que salga una fuerza de él que salva. Al acercarnos a Jesús con fe, al acercarnos ahora a los sacramentos creyendo firmemente que en ellos están la presencia y la acción de Jesús, él nos manifiesta su poder, concediéndonos a nosotros, sus discípulos–misioneros, los dones de su gracia divina que nos salva.

Estos dos milagros, tan parecidos entre sí que el autor ha intercalado el uno en el otro, muestran en Jesús al «médico» que él dice ser (cf. Mc 2,17); el único médico capaz (Mc 5,26) de realizar la obra final: devolver la vida a los enfermos; o mejor aún: resucitar a los muertos. Jesús, sabemos, lo puede todo porque Jesús es un Dios de vida, que quiere la vida de los suyos. Todo ello nos alegra y nos hace felices. No esperemos de nuestro Dios otra cosa que vida y salvación. Y no esperemos de Jesús sino que se oponga a la muerte y a todo lo que tenga que ver con la muerte. Él nos salva de todas las situaciones desesperadas y hace brillar esplendorosamente la imagen del Dios inmortal, inscrita en nuestro ser desde el primer momento de nuestra existencia. Amemos la vida y sepamos defenderla y caminemos de la mano de María, Nuestra Señora de la Salud, para que nuestra fe sea un poco más honda, más confiada y más viva. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

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