El signo de Jesús no produce mucho efecto entre los habitantes del lugar, que más bien piden a Jesús que se marche. Le consideran culpable de la pérdida de una piara de cerdos dejándonos ver que no parecen querer que les cure de sus males sino que les interesa más otra cosa, lo material. Cada vez que rezamos el Padrenuestro pedimos a Dios: «Líbranos del mal» y cuando vamos a comulgar, se nos recuerda que ese Pan de vida que recibimos, Jesús Resucitado, es «el que quita el pecado del mundo». Pero, con ayuda de este relato, vemos lo complicado que resulta que la gente quiera librarse del mal. De todas maneras, a pesar de los obstáculos que se presenten, como seguidores de Cristo, como sus discípulos–misioneros, tenemos que saber ayudar a otros a liberarse de sus males. Jesús nos da a nosotros el equilibrio interior y la salud, con sus sacramentos y su palabra. Nosotros hemos de ser buenos transmisores de esa misma vida a los demás, para que alcancen su libertad interior y vivan más gozosamente su vida humana y cristiana.
Espiritualmente la lectura de este trozo del Evangelio nos puede servir para el bien, si todo lo leído lo aplicamos en plano moral, entendiendo que un alma encadenada por los demonios de los vicios no resiste a la claridad de la luz, de la gracia, y que, cuando se siente agitada por la verdad y la honradez, prefiere huir hacia campos de mayor inhumanidad, como en este caso son los cerdos. No olvidemos que la conversión o el cambio radical de vida es algo misterioso, necesitado de una gracia especial que rompa de modo fulminante la actitud anterior. Demos gracias al Señor, con María, por el equilibrio de vida, y pidamos gracia nueva, para salir victoriosos de nuestro abismo de pecado e inhumanidad. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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