domingo, 29 de enero de 2017

ORACIÓN POR LOS ESTUDIANTES UNIVERSITARIOS...


Oh Señor, omnipotente y eterno, Dios de la sabiduría y de la ciencia,
en quien todas las verdades tienen su origen y su ejemplo,
y todas pueden ser contempladas y admiradas como en su propia fuente,
escucha benigno las súplicas que, con fe, te dirigimos,
suplicándote por todos los estudiantes universitarios.

Sé tú, oh Señor, su ayuda en las arduas horas de estudio,
Sé tú también, oh Verdad Infinita,
la luz que ilumine constantemente sus pasos 
y les manifieste el camino seguro, disipando ante sus ojos 
las nieblas y las sombras del engaño y de la mentira. 

Concede que estos jóvenes conquisten la verdad,
Concédeles el sentido sobrenatural de su vocación y misión,
a fin de que se consagren a plasmar en sus almas
la formación de la inteligencia, la consolidación del carácter,
la comunicación de la ciencia y la adquisición de las virtudes,
sin rehuir los sacrificios que procure su tarea. 

Infunde, en cada uno de los estudiantes universitarios,
el ánimo, con la conciencia de su responsabilidad,
para corresponder a tan excelentes medios de formación
que nuestra sociedad les ofrece en la Universidad a la que asisten,
un ferviente amor a la verdad y al estudio,
con la esperanza de contarse siempre entre los más fieles hijos de la Iglesia
y valerosos ciudadanos de nuestra patria,
al mismo tiempo que les das ese espíritu de respeto y de disciplina
que nunca son incompatibles con la alegría 
y el dinamismo de sus años jóvenes. 

Señor, bajo el amparo de María Santísima «Trono de la Sabiduría», 
te suplicamos que, todos unidos, estudiantes junto con sus familiares, 
profesores, estudiantes, amigos y colaboradores, formen, 
en sus Universidades, una verdadera familia,
un hogar en el que seas Tú el Padre, 
a fin de que, como en esta vida
estos jóvenes siguen tus pasos con sus estudios,
así puedan en la vida eterna,
contemplarte cara a cara y ser felices por toda la eternidad. 
Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.

(Basada en una oración del beato Pío XII)

domingo, 22 de enero de 2017

LA ÍNTIMA AMISTAD CON CRISTO... al estilo de san Pablo

Si sumamos, más o menos, la cantidad de kilómetros recorridos por san Pablo en sus viajes misioneros, tendríamos un total de más de 15,000 kilómetros... ¡Imaginen para aquellos tiempos! Tres grandes viajes misioneros en tres años, más todo lo demás. Aquel apóstol sintió que llegó hasta el final de la tierra anunciando a aquel que lo había conquistado haciéndosele encontradizo por el camino y cambiando totalmente sus planes de vida. Si el Señor conquistó a Pablo y lo llamó a vivir una amistad de intimidad con él... lo hará con cualquiera, contigo y conmigo.

San Pablo, cuando ocurre aquel incidente trágico de la muerte de Esteban en manos de los que lo apedrearon, no sería más que un jovencito de unos 17 años. Sabía quien era Cristo y quienes eran y qué querían alcanzar los cristianos, pero necesitaba un fuerte vínculo que de perseguidor lo convirtiera en perseguido por vivir una amistad profunda con aquel amigo entrañable. Sabemos que fue condenado a muerte y fue mártir por su amistad con Cristo.

Hoy, en nuestros tiempos, hay pocos cristianos amigos de Cristo. Ya Gandhi lo decía: «Creo en Cristo, pero no en los cristianos». ¿Cómo afrontaríamos la mayoría de los cristianos de hoy en este mundo occidental dominado por el consumismo, una persecución religiosa? ¿Tendríamos la misma valentía de nuestros hermanos de Medio Oriente? ¿Recordaríamos, en medio del dolor y el sufrimiento, que Cristo ofrece su amistad como declaración de amor a perpetuidad? (cf. Jn 15,13-14). Sin una amistad íntima con Cristo, muere la fe.

Estamos celebrando en estos días, la «Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos», que abarca desde el 18 de enero hasta el día 25 en que celebramos la conversión de san Pablo. Me parece una buena oportunidad para reflexionar en la íntima amistad que a todos y cada uno de los cristianos debe unirnos al Salvador, porque, para seguirle en fidelidad y en unidad, hay que escuchar los latidos de su corazón que nos dice: «Permanezcan en mi amor» «Cómo mi Padre me amó, así los he amado a ustedes» (cf. Jn 15,9).

El cristianismo es la religión más difundida en el mundo y más o menos Cristo tiene hoy poco más de 2,180 millones de personas que le siguen, es decir casi un tercio de la población mundial, de estos, los católicos somos el 50,1 % y el resto está integrado por las diversas denominaciones que llamamos hermanos protestantes o hermanos separados (que sigo yo «esperados»).

En los últimos cien años, los seguidores de Cristo nos hemos cuadruplicado, pero el crecimiento de la población mundial ha dejado prácticamente igual el porcentaje sobre la población mundial. Hace cien años —precisa la agencia de información vaticana— los cristianos éramos 600 millones y ahora rebasamos los 2.180 millones, pero al mismo tiempo la población ha pasado de 1.800 millones a 6.900 millones, lo que supone que hace cien años representaban el 35 % de la población y ahora solo el 32 %. Los cristianos han aumentado en África y Asia y han descendido en Europa. Si en 1910 el 66,3 % de los cristianos vivían en Europa, el 27,1 % en América, el 4,5 % en Asia-Pacífico, el 1,4 % en África subsahariana, el 0,7 % en Oriente Medio y África del Norte, ahora la situación ha cambiado radicalmente. Hoy Europa está en el segundo puesto (25,9 %), mientras que el mayor número está en América (36,8 %).

Pero viendo el mundo y las condiciones en que está, uno pudiera preguntarse: ¿Cómo es posible, que en medio de esta vorágine social, yo tenga un lugar especial en el corazón de Cristo y él me ame tanto? ¿Cómo es que —como san Pablo— puedo percibir que a cada uno de los cristianos, él nos espera en algún momento de su pasión? Es que perecería que con el viento del relativismo que en esta época corre en todas direcciones, todo se cae, nada permanece, pero... el amor de Cristo es firme, es camino, es verdad y es vida. El amor de Cristo es de amistad íntima con cada uno de los cristianos sin que nadie pueda ser irremplazable y sin que él mismo pueda ser irremplazable para cada cristiano. Nada ni nadie puede ocupar el lugar de Cristo en el corazón del que ha captado su íntima amistad. A Jesús no lo suple nadie.

Cristo quiere estar en el corazón de cada uno de sus seguidores y hacer de cada uno «su amigo». «A ustedes no los llamo siervos, los llamo amigos». Otros grandes santos, enamoradísimos de Cristo como san Pablo,  al pensar en la amistad íntima con Jesús se preguntaban como san Policarpo,: «¿Por qué le he de traicionar?». 

Hay un dicho popular que reza así: «Dime con quien andas y te diré quién eres». San Pablo no se despegó nunca de Jesús, por eso su ejemplo ha impregnado el corazón de muchos santos y beatos. Santa Teresa de Ávila decía: «¡Con tan buen Amigo presente, todo se puede sufrir!». La beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, hablando de la amistad íntima con Cristo apunta: «escuchando la palabra divina, penetrándose de ella, gustándola, rumiándola por el don de Sabiduría, viene el alma a despojarse del hombre viejo y a revestirse del nuevo, a hacer suyos los conceptos del Maestro, a apropiarse su lenguaje, sus sentimientos, sus modales. Llega a poder decir como san Pablo: “No soy yo quien vivo; es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20)» (Estudios y Meditaciones, f. 706). Es así, a la luz de la vida de los santos que entendemos que para ser amigos de Jesús no es suficiente un amor de sentimientos, de emociones. Hay que amar a Jesús con un amor de entrega, de fidelidad y e imitación.

¿Y como es esa íntima amistad que Cristo brinda? En el Evangelio lo podemos ver. Jesús, como amigo, se dirige hacia los demás con un corazón abierto, sin aislarse o evadir el trato; va al encuentro de todos los que ama (cf Mt 11, 28). Cura, consuela, perdona, da de comer, procura hacer descansar a sus íntimos. Se compadece de quien está necesitado (cf Mt 9, 36). No discute con sus amigos; los corrige, pero no choca con disputas hirientes (cf Mt 20, 20-28). Se alegra con ellos en sus momentos felices (cf Lc 10, 21). Rechaza sus intenciones desviadas (cf Mt 16, 23). No desea nada de los hombres; no busca dar para recibir. Y cuando una vez busca consuelo en la agonía, no lo encuentra (cf Mt 26, 40). Se siente incomprendido por ellos, pero era parte de su cruz, pues aún no había venido el Espíritu Santo que les hiciera comprender todo (cf Jn 12, 24). Jesús ama a sus amigos sobrenaturalmente, no por sus cualidades humanas (cf Jn 13, 14). 

Finalmente, en el mismo Evangelio, Jesús nos dice: «Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando» (Jn 15, 14).

Alfredo Delgado Rangel.

viernes, 20 de enero de 2017

Algunas recomendaciones para hacer una buena confesión...



1. NO DEJES LA CONFESIÓN PARA ÚLTIMA HORA SIN HABER HECHO UN EXAMEN DE CONCIENCIA.

El «Examen de Conciencia» es una parte básica del sacramento de la Reconciliación. Si se llega al confesionario sin haberlo hecho, puede ser que se viva el momento como una experiencia frustrante.

Hay personas que le dicen al confesor: "Padre... ¿me ayuda?". Eso no debe ser, pues el sacerdote confesor no vive la misma realidad, no convive en su diario vivir y no sabe de las situaciones que cada feligrés enfrenta cada día según su situación. Presentarse a confesarse así denota que no se ha hecho un examen de conciencia.

Con anticipación, y en un ambiente de oración, hay que reflexionar, por lo menos un día o unas horas antes de ir al confesionario, sobre las acciones y actitudes negativas; incluso se puede hacer un examen por escrito.

Aquí encontrarás algunas ideas para hacer un buen examen: «Examen de conciencia».


2. HAZ UN PLAN DE VIDA EN TORNO AL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN.

Cada alma es única e irrepetible, cada alma tiene diversas necesidades para su crecimiento espiritual, recordando que el enemigo, «como león rugiendo, ronda buscando a quien devorar» (1 Pe 5,8). Así, cada uno irá cuidando de su vida espiritual recurriendo al sacramento de la Reconciliación con la frecuencia que sea necesaria, formando la conciencia para que no pasen largos periodos ni se exagere en buscar la recepción del sacramento. Los tiempos de Adviento y de Cuaresma, son espacios privilegiados para hacer una muy buena confesión y luego, durante el año, cada quien verá de buscar esa confesión frecuente según su propia conciencia por los momentos que vaya pasando, ya que la conciencia no se puede programar sino formar y cuidar.


3. NO CONFUNDAS LA CONFESIÓN CON LA DIRECCIÓN ESPIRITUAL.

La Confesión es un Sacramento y en ella sólo se dicen en concreto los pecados; además, el Sacramento obliga al sacerdote al «sigilo sacramental», que implica que todo lo que se haya dicho en confesión nunca será revelado, de lo contrario se caería en pena de excomunión. Según el Derecho Canónico, canon 931, el que se confiesa puede elegir a la persona con quien más tiene confianza; jamás se le obliga a confesarse con alguien en específico, aunque es recomendable tener un confesor que te ayude a crecer en la vida espiritual.

La dirección espiritual, por su parte, es una «orientación espiritual», un proceso en el cual una sola persona «el director espiritual» ayuda a la persona en el crecimiento espiritual y puede tocar un tema continuado o según la necesidad del momento. Las visitas o entrevistas en la dirección espiritual son periódicas, para lo cual hay que programarse y prepararse mediante la oración.


4. SE BREVE Y CONCRETO EN TU CONFESIÓN.

Confiesa solamente tus propios pecados, no los de otros y hazlo de manera concreta, sin rodeos innecesarios, para eso es el examen de conciencia que haz hecho antes de llegar al confesionario. Evita contar historias en cada pecado y piensa en las demás almas que están esperando la reconciliación.


5. SIGUE LOS PASOS DEL RITO DE LA CONFESIÓN EN LO QUE A TÍ CORRESPONDE.

Ordinariamente el rito a seguir es el siguiente (aunque el sacerdote puede proceder de forma diferente para dar la absolución):

Sacerdote: Ave María Purísima.
Feligrés: Sin pecado original concebida.

Sacerdote: ¿Cuánto tiempo tienes de no confesarte?
Feligrés: (Decir cuánto tiempo, por lo menos aproximadamente).

Sacerdote: Dime tus pecados.
Feligrés: (Exponer de forma clara y concisa los pecados).

Tal vez en este momento el sacerdote de algún consejo o haga alguna recomendación.

Sacerdote: Di tu acto de contrición.
Feligrés: Pésame Dios mío...
Sacerdote: Yo te absuelvo... (da una penitencia a realizar y te invita a irte en paz).

miércoles, 18 de enero de 2017

Semana de oración por la unidad de los cristianos 2017...


Como cada año, desde 1908, esta semana, del 18 al 25 de enero, celebramos la semana de oración por la unidad de los cristianos. 

El lema de este año es: «Reconciliación. El amor de Cristo nos apremia».

El texto bíblico para este año  es el de 2 Cor 5,14-20, un texto que subraya que la reconciliación es un don de Dios destinado a toda la creación.

Como consecuencia de la acción de Dios, la persona que ha sido reconciliada en Cristo está llamada a su vez a proclamar esta reconciliación con palabras y obras: «El amor de Cristo nos apremia» (v.14). «Somos embajadores de Cristo y es como si Dios mismo os exhortara sirviéndose de nosotros. En nombre de Cristo les pedimos que hagan las paces con Dios» (v.20). 

Este texto bíblico pone de relieve que la reconciliación no se da sin sacrificio: Jesús entregó su vida, murió por todos. Los embajadores de la reconciliación están llamados, en su nombre, a dar su vida de forma parecida. No se puede vivir para uno mismo; es necesario vivir para aquel que murió por nosotros para ganarnos la salvación.

El amor de Cristo nos apremia a orar, pero también a ir más allá de nuestras oraciones por la unidad entre los cristianos. Todas las Iglesias y las congregaciones de creyentes cristianos necesitamos el don de la reconciliación con Dios como fuente de vida. Pero aún más, lo necesitamos para brindar un testimonio de amor común en Cristo ante el mundo: «Te pido que todos vivan unidos. Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros. De este modo el mundo creerá que tú me has enviado» (Jn 17,21).

El mundo globalizado y lleno de megatendencias de toda clase, necesita embajadores de reconciliación que rompan barreras, que construyan puentes, que sean artífices de paz, que muestren Iglesias de puertas abiertas a nuevas formas de vida en el nombre de aquel que nos reconcilió con Dios, Jesucristo. Su Espíritu Santo nos conduce por el camino de la reconciliación en su nombre.

Propongo ahora una breve reflexión para cada día de este octavario, siguiendo el esquema que propone el "Consejo Pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos". Los materiales de este año se han preparado en Alemania debido a los 500 años de la Reforma. Se puede seguir de forma individual o comunitaria:



PRIMER DÍA DEL OCTAVARIO.
DÍA 18 DE ENERO: «Uno murió por todos» (2 Cor 5, 14)

Cuando Pablo se convirtió a Cristo llegó a un entendimiento radicalmente nuevo: una persona murió por todos. Jesús no murió solo por su pueblo, ni solo por aquellos que simpatizaban con sus enseñanzas. Murió por todos los pueblos, pasados, presentes y futuros. Muchos cristianos, fieles al Evangelio, han entregado sus vidas por sus amigos a lo largo de los siglos. Una de estas personas fue el franciscano Maximiliano Kolbe, que fue encarcelado en el campo de concentración nazi de Auschwitz, y que en 1941, voluntariamente, entregó su vida para que un compañero prisionero pudiera vivir.

Ya que Cristo murió por todos, «todos en cierto modo han muerto» (2 Cor 5, 14). Muriendo con Cristo, nuestro viejo modo de vida se ha vuelto una cosa del pasado y hemos entrado en una nueva forma de existencia: la vida en abundancia —una vida en la que podemos experimentar consuelo, confianza y perdón, también hoy— una vida que continúa teniendo sentido también después de la muerte. Esta nueva vida es vida en Dios.

Habiendo llegado a este entendimiento, Pablo sentía que el amor de Cristo lo apremiaba a predicar la Buena Noticia de la reconciliación con Dios. Las Iglesias cristianas comparten este mismo mandato de proclamar el mensaje evangélico. Debemos preguntarnos a la luz de nuestras divisiones cómo podemos anunciar este Evangelio de la reconciliación.

Preguntas:
1. ¿Qué significa decir que Jesús «murió por todos»?
2. El pastor alemán Dietrich Bonhoeffer escribía: «Soy hermano de otra persona gracias a lo que Jesucristo hizo por mí y me hizo a mí; la otra persona se ha vuelto un hermano para mí gracias a lo que Jesucristo hizo por él». ¿Cómo afecta esto a la forma en la que veo a los demás?
3. ¿Cuáles son las consecuencias de esto para el diálogo ecuménico e interreligioso?

Oración:
Dios y Padre, en Jesús nos diste a aquel que murió por todos. Él vivió nuestra vida y murió nuestra muerte. Tú aceptaste su sacrificio y lo elevaste a una nueva vida junto a ti. Concédenos a nosotros, que hemos muerto con él, poder hacernos uno por el Espíritu Santo, y vivir en la abundancia de tu divina presencia ahora y por siempre. Amén



SEGUNDO DÍA DEL OCTAVARIO.
DÍA 19 DE ENERO: «Ya no vivan más para sí mismos» (2 Cor 5, 15)

Por medio de la muerte y la resurrección de Jesucristo hemos sido liberados de crearnos nuestro propio sentido y de vivir solo a partir de nuestras fuerzas. Por el contrario, vivimos en el poder dador de vida de Cristo, que vivió, murió y resucitó por nosotros. Cuando «perdemos» nuestra vida por él, la encontramos.

Los profetas se enfrentaron constantemente a la pregunta acerca del modo correcto de vivir cara a Dios. El profeta Miqueas (Miq 6, 6-8) encontró una respuesta muy clara a esta pregunta: «respetar el derecho, practicar con amor la misericordia y caminar humildemente con tu Dios». El autor del salmo 25 sabía que no podemos hacer esto por nuestra cuenta y clamaba a Dios para que le diera luz y fuerza.

En los últimos años, el aislamiento social y la creciente soledad se han vuelto asuntos importantes en Alemania, como también en otras sociedades contemporáneas. Los cristianos están llamados a desarrollar nuevas formas de vida comunitaria en las que compartimos nuestros medios de sustento con los demás y afianzamos la ayuda entre las generaciones. El llamamiento evangélico a no vivir para nosotros mismos sino para Cristo es también un llamamiento a abrirnos a los demás y a romper las barreras que nos aíslan.

Preguntas:
1. ¿De qué manera nuestra cultura nos tienta a vivir solo para nosotros mismos en vez de para los demás?
2. ¿De qué formas podemos vivir para los demás en nuestra vida de todos los días?
3. ¿Cuáles son las implicaciones ecuménicas del llamamiento a no vivir ya para nosotros mismos?

Oración:
Dios Padre nuestro, en Jesucristo nos has liberado para una vida que va más allá de nosotros mismos. Condúcenos con tu Espíritu y ayúdanos a vivir nuestras vidas como hermanos y hermanas en Cristo, que vivió, sufrió, murió y resucitó por nosotros y que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.



TERCER DÍA DEL OCTAVARIO.
DÍA 20 DE ENERO: «A nadie valoramos con criterios humanos» (2 Cor 5, 16)

Encontrarse con Cristo cambia todo de arriba a abajo. Pablo tuvo esa experiencia de camino a Damasco. Por primera vez pudo ver a Jesús como quien era realmente: el Salvador del mundo. Su perspectiva cambió radicalmente. Tuvo que poner a un lado su juicio humano y mundano.

Encontrarnos con Cristo cambia también nuestra perspectiva. Sin embargo, muchas veces permanecemos en el pasado y juzgamos según criterios humanos. Pretendemos decir y hacer cosas «en el nombre del Señor», cuando en realidad pueden ser autorreferenciales. A lo largo de la historia, en Alemania y en muchos otros países, tanto las Iglesias como los gobernantes han abusado de su poder e influencia para perseguir fines políticos injustos.

En 1741, los cristianos de la Iglesia de Moravia (Herrnhuter), transformados por su encuentro con Cristo, respondieron al llamamiento de no valorar a nadie con criterios humanos y eligieron «someterse al gobierno de Cristo». Al someternos nosotros hoy al gobierno de Cristo, estamos llamados a ver a los demás como los ve Dios, sin desconfianza ni prejuicios.

Preguntas:
1. ¿Dónde puedo identificar yo experiencias de Damasco en mi vida?
2. ¿Qué es lo que cambia cuando miramos a los demás cristianos y a las personas de otras confesiones con los ojos de Dios?

Oración:
Dios trino, eres el origen y el fin de todo lo que existe. Perdónanos cuando solo pensamos en nosotros mismos y nos ciegan nuestros propios criterios. Enséñanos a ser amables, acogedores y misericordiosos, para que podamos crecer en la unidad que es un don tuyo. A ti sea el honor y la alabanza por los siglos de los siglos. Amén.



CUARTO DÍA DEL OCTAVARIO.
DÍA 21 DE ENERO: «Lo viejo ha pasado» (2 Cor 5, 17)

Muchas veces vivimos desde el pasado. Mirar atrás puede ser útil y con frecuencia es necesario para sanar la memoria, pero también nos puede paralizar y nos puede impedir vivir en el presente. El mensaje de Pablo aquí es liberador: «lo viejo ha pasado».

La Biblia nos anima a tener en cuenta el pasado, a tomar fuerzas de la memoria y a recordar lo que Dios ha hecho, pero también nos pide dejar lo viejo, incluso lo que ha sido bueno, para poder seguir a Cristo y vivir una vida nueva en él (Flp 3, 7-14).

A lo largo de este año muchos cristianos están conmemorando la labor de Martín Lutero y de otros reformadores. La Reforma cambió muchas cosas en la vida de la Iglesia de occidente. Muchos cristianos dieron un testimonio heroico y muchos fueron renovados en su vida cristiana. Al mismo tiempo, como nos muestra la Escritura, es importante que el pasado no nos limite, sino que dejemos que el Espíritu Santo nos abra a un nuevo futuro en el que se superen las divisiones y el pueblo de Dios sea salvado.

Preguntas:
1. ¿Qué podemos aprender al leer juntos la historia de nuestras divisiones y desconfianzas?
2. ¿Qué debe cambiar en mi Iglesia para superar las divisiones y fortalecer lo que nos une?

Oración:
Señor Jesucristo, el mismo ayer, hoy y siempre. Cura las heridas de nuestro pasado; bendice hoy nuestra peregrinación hacia la unidad y condúcenos hacia tu futuro, en el que serás todo en todos, con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.



QUINTO DÍA DEL OCTAVARIO.
DÍA 22 DE ENERO: «Una nueva realidad está presente» (2 Cor 5, 17)

Pablo se encontró con Cristo, el Señor resucitado, y se convirtió en una persona nueva, así como le pasa a todos los que creen en Cristo. Esta nueva realidad no es visible a simple vista. Es una realidad de fe. Dios vive en nosotros por el poder del Espíritu Santo y nos hace participar en la vida de la Trinidad.

Por este acto de nueva creación se supera el pecado original y se nos inserta en una relación salvífica con Dios. De ahí que se puedan decir cosas verdaderamente extraordinarias de nosotros. Como dijo Pablo: en Cristo somos una nueva criatura; en su resurrección la muerte ha sido vencida; ninguna persona o cosa nos puede arrebatar de las manos de Dios; somos uno en Cristo y él vive en nosotros. En Cristo somos «un reino de sacerdotes» (Ap 5, 10), al darle gracias por haber vencido la muerte y al proclamar la promesa de una nueva creación.

Esta nueva vida se hace visible cuando le permitimos que tome forma en nosotros y nos volvemos «compasivos, benignos, humildes, pacientes y comprensivos». También tiene que hacerse visible en nuestras relaciones ecuménicas. Una convicción común en muchas Iglesias es que cuanto más estemos en Cristo, más cerca estaremos unas de otras. De un modo especial en este 500 aniversario de la Reforma, recordamos tanto los éxitos como también las tragedias de nuestra historia. El amor de Cristo nos apremia a vivir como nuevas criaturas, buscando activamente la unidad y la reconciliación.

Preguntas:
1. ¿Qué es lo que me ayuda a reconocer que soy una nueva creación en Cristo?
2. ¿Qué pasos tengo que dar para vivir mi nueva vida en Cristo?
3. ¿Cuáles son las implicaciones ecuménicas de ser una nueva creación?

Oración:
Dios trino, te nos has revelado como Padre y Creador, como Hijo y Salvador, como Espíritu y dador de vida, y sin embargo eres uno. Superas y trasciendes nuestras fronteras humanas y nos renuevas. Danos un corazón nuevo para superar todo lo que pone en peligro nuestra unidad en ti. Lo pedimos en el nombre de Jesucristo, por el poder del Espíritu Santo. Amén.



SEXTO DÍA DEL OCTAVARIO.
DÍA 23 DE ENERO: «Dios nos ha reconciliado con él» (2 Cor 5, 18)

La reconciliación tiene dos caras: es al mismo tiempo fascinante y aterradora. Nos atrae de modo que la deseamos: dentro de nosotros, entre nosotros y entre nuestras diferentes tradiciones confesionales. Pero nos damos cuenta del precio a pagar y esto nos aterra, ya que la reconciliación implica renunciar a nuestro deseo de poder y de reconocimiento. En Cristo, Dios nos reconcilia gratuitamente consigo, aunque nos hayamos separado de él. La acción de Dios, sin embargo, trasciende también esto: Dios no solo reconcilia consigo a la humanidad, sino a toda la creación.

En el Antiguo Testamento Dios es fiel y misericordioso con el pueblo de Israel, con el que hizo una alianza. Esta alianza sigue vigente: «los dones y el llamamiento divinos son irrevocables» (Rm 11, 29). Jesús, que inauguró la nueva alianza en su sangre, era un hijo de Israel. Muchas veces a lo largo de la historia nuestras Iglesias han fallado a la hora de reconocer esto. Desde el Holocausto se ha vuelto un compromiso distintivo de las Iglesias en Alemania combatir el antisemitismo. Del mismo modo, todas las Iglesias están llamadas a llevar a cabo la reconciliación en sus comunidades y a resistir cualquier forma de discriminación humana, ya que todos somos parte de la alianza de Dios.

Preguntas:

1. ¿En cuanto comunidades cristianas cómo entendemos el formar parte de la alianza de Dios?
2. ¿Qué tipos de discriminación deben combatir nuestras Iglesias hoy en nuestra sociedad?

Oración:
Dios misericordioso, desde el amor hiciste una alianza con tu pueblo. Danos fuerza para resistir toda forma de discriminación. Haz que el don de tu alianza de amor nos llene de alegría y nos inspire una mayor unidad. Te lo pedimos por medio de Jesucristo, el Señor resucitado, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.


SÉPTIMO DÍA DEL OCTAVARIO.
DÍA 24 DE ENERO «El ministerio de la reconciliación» (2 Cor 5, 18-19)

La reconciliación entre Dios y la humanidad es la realidad central de nuestra fe cristiana. Pablo estaba convencido de que el amor de Cristo nos apremia a hacer que la reconciliación de Dios se haga presente en todos los ámbitos de nuestra vida. Hoy en día esto nos lleva a examinar nuestras conciencias acerca de nuestras divisiones. Como demuestra la historia de José, Dios siempre otorga la gracia necesaria para sanar las relaciones rotas (Gén 50, 15-21).

Los grandes reformadores como Martín Lutero, Ulrico Zuinglio y Juan Calvino, como también muchos que permanecieron católicos, como Ignacio de Loyola, Francisco de Sales y Carlos Borromeo, intentaron conseguir que la Iglesia occidental se renovara. Sin embargo, lo que debería haber sido una historia de la gracia de Dios, estuvo también marcada por el pecado de los hombres y se volvió una historia del desgarramiento de la unidad del pueblo de Dios. De la mano del pecado y de las guerras, la hostilidad mutua y la sospecha fueron creciendo a lo largo de los siglos.

El ministerio de la reconciliación incluye la tarea de superar las divisiones dentro del cristianismo. Hoy en día, muchas Iglesias cristianas trabajan juntas con mutuo respeto y confianza. Un ejemplo positivo de reconciliación ecuménica es el diálogo entre la Federación Luterana Mundial y el Congreso Mundial Menonita. Después de que se hicieron públicos los resultados de este diálogo en el documento «La sanación de las memorias: reconciliación por medio de Cristo», las dos entidades organizaron juntas una celebración penitencial en 2010 que fue seguida de otras celebraciones penitenciales por toda Alemania y en muchos otros países.

Preguntas:
1.¿Dónde percibimos la necesidad de un ministerio de la reconciliación en nuestro contexto?
2. ¿Cómo estamos haciendo frente a esta necesidad?

Oración:
Dios de toda bondad, te damos gracias por habernos reconciliado a nosotros y a toda la creación contigo en Cristo. Capacítanos a nosotros, a nuestras congregaciones y a nuestras Iglesias para el ministerio de la reconciliación. Sana nuestros corazones y ayúdanos a propagar tu paz. «Donde haya odio, que sembremos amor; donde haya ofensa, perdón; donde haya duda, fe; donde haya desesperación, esperanza; donde haya tinieblas, luz; donde haya tristeza, gozo». Te lo pedimos en el nombre de Jesucristo, por el poder del Espíritu Santo. Amén.



OCTAVO DÍA DEL OCTAVARIO.
DÍA 25 DE ENERO Reconciliados con Dios (2 Cor 5, 20)

¿Y si...? ¿Y si las profecías de la Biblia se hicieran realidad? (Miq 4, 1-5) ¿Y si las guerras entre los pueblos se detuvieran y se hicieran de las armas instrumentos de vida? ¿Y si la justicia de Dios y la paz reinaran, una paz que fuera más que la simple ausencia de guerra? ¿Y si toda la humanidad se juntara para una celebración en la que ni tan siquiera se marginara a una persona? ¿Y si no hubiera ya luto, ni llanto, ni muerte? (Ap 21, 1-5a). Sería la plenitud de la reconciliación realizada por Dios en Jesucristo. ¡Sería el cielo!

Los salmos, los cánticos y los himnos cantan el día cuando toda la creación llegada a su plenitud finalmente alcance su meta, el día en que Dios será «todo en todos». Hablan de la esperanza cristiana, del cumplimiento del reino de Dios en el que el sufrimiento se convertirá en alegría. En aquel día, la Iglesia será revelada en su hermosura y gracia como el único cuerpo de Cristo. Siempre que nos reunimos en el Espíritu para cantar juntos el cumplimiento de las promesas de Dios, se abren los cielos y empezamos a bailar aquí y ahora al son de la melodía de la eternidad.

Puesto que ya podemos experimentar esta presencia del cielo, celebremos juntos. Podemos sentirnos inspirados para compartir imágenes, poesías y cantos de nuestra tradición particular. Estos recursos pueden abrir espacios para que experimentemos nuestra fe común y nuestra esperanza del Reino de Dios.

Preguntas:
1. ¿Cómo te imaginas el cielo?
2. ¿Qué canciones, historias, poesías e imágenes de tu tradición te transmiten la sensación de estar participando en la realidad de la eternidad de Dios?

Oración:
Dios trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te damos gracias por esta Semana de Oración, por estar juntos como cristianos y por los distintos modos en que hemos sentido tu presencia. Haz que siempre podamos alabar juntos tu santo nombre para que podamos seguir creciendo en la unidad y la reconciliación. Amén.


Alfredo Delgado, M.C.I.U.

(Traducción al castellano de los textos originales: Saúl Botero-Restrepo).

martes, 10 de enero de 2017

Breve oración a san Benito...

Glorioso Padre Benito, ayúdanos
en la lucha contra el demonio,
el mundo y la carne.
Aleja de nosotros cualquier
influencia maligna: las tentaciones,
el poder del mal, los peligros
para nuestro espíritu
y para nuestro cuerpo.
Ayúdanos a confiar en el amor de
Dios, nuestro Padre, en la fuerza
de Cristo nuestro Salvador, y en la
presencia del Espíritu Santo,
nuestro defensor. Amén.

domingo, 1 de enero de 2017

Santa María, la Madre de Dios... Año Nuevo

«Qué el Señor me mire con benevolencia» (Núm 6,25). Para el pueblo de Israel, estar o quedar bajo la mirada de Dios era hacerlo a él centro de la vida cotidiana, era experimentar siempre su presencia en cada día. Y la experiencia del acontecer diario se sacramentalizaba con el culto, para vivir iluminados y habitados en su presencia.

También nuestra experiencia cristiana de la Navidad, en el cristianismo, es que Dios nos mira con benevolencia y ternura infinitas. A él, que es amor, lo celebramos en estas fechas como a alguien muy cercano a nosotros. Lo celebramos como un bebé: Un bebé que llora y sonríe, un bebé que ha llegado en medio de la noche, un bebé que llega venciendo la violencia y el desorden del mundo para traernos la paz. Dios nos mira, en este pequeño niño, con benevolencia.

Un día, una jovencita modesta, hija del pueblo, con grandes destinos, recibe una misteriosa embajada, la de un ángel que le hace la más inverosímil de las revelaciones que uno puede imaginarse. El ángel embajador le anuncia que, por el poder de Dios, está destinada —si ella acepta— a ser la Madre del Verbo Encarnado y a ser una Madre Virgen. Al dar su consentimiento, el Verbo de Dios se hace carne por obra y gracia del Espíritu Santo en las entrañas purísimas de aquella joven a la que Dios miró con benevolencia. Recordando este misterio, san Pablo dirá: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo nacido de una mujer» (Gal 4,4).

Dios nos ha mirado con benevolencia en María, en ella, que es uno de los nuestros. Y esa mirada despierta también la confianza en el ser humano. El niño que nace de la virgen es el Hijo de Dios, el Rey que gobierna cielo y tierra. Su nacimiento marca el inicio de una nueva era; el año primero de la última edad del mundo. Todo eso es para pensar lo ahondado en este misterio, como lo hacía la Virgen que conservaba todo en su corazón.

Nacido de mujer, el Hijo de Dios se ha hecho hombre y ha entrado en parentesco con todos los hombres, para traernos la paz y salvarnos. El Hijo de Dios se hace hombre para que todos los hombres nos podamos hacer hijos de Dios. Ahora nos colocamos ante la presencia de este misterio, un acontecimiento increíble, manifestación de amor de Dios para con los hombres, a quienes Él mismo quiere dirigir su mirada amorosa, a su estilo, a su manera, para quien nada hay imposible.

Con esta impresión de lo misterioso, quiere la Iglesia que comencemos cada año civil, celebrando, desde hace muchos años, la jornada mundial por la paz.

En los umbrales del año nuevo, nos amenazan dos sentimientos: el de la vida rutinaria y sin relieve, que tal vez hemos llevado en el año que termina y el de lo incierto, frente a lo desconocido, en los diferentes planos que forman nuestra vida. La gente se pregunta: ¿Cómo vendrá la crisis? ¿Qué estará de moda? ¿Por fin encontraré novia? ¿Cómo nos irá este año ahora que el niño entrará a la escuela? ¿Podré terminar la carrera? ¿Me seguirá avanzando la enfermedad que me acaban de detectar? ¿Cómo nos irá ahora de casados? ¿Se hará lo del viaje? y que se yo, tantas preguntas más.

Los buenos deseos del Año Nuevo, que nos damos unos a otros, generalmente no pasan de que la persona a quien felicitamos la pase bien, tenga suerte, esté contento. En un cristiano, las felicitaciones del Año Nuevo tienen que ser deseos de paz, de salud del alma y de serenidad en el alma.

El mundo anhela la paz, el mundo tiene una «urgente necesidad de paz», y, sin embargo, el año que acaba de terminar, como los anteriores, nos presenta un balance de guerras, conflictos, violencia, inestabilidad social, pobreza... ¡La paz parece a veces una meta verdaderamente inalcanzable! ¿Cómo esperar una nueva era de paz, que solo los sentimientos de solidaridad y de amor pueden hacer posible? Dios quiere que la humanidad viva en paz y en armonía, porque la paz está inscrita en proyecto divino originario de todo.

El hombre y la mujer de fe han de mirar el Año Nuevo como una nueva oportunidad de Dios para alcanzar la paz, esa paz que tiene que brotar del interior para luego manifestarse, en primer lugar, en la familia, la institución más inmediata a la naturaleza del ser humano en la que se expresan y consolidan los valores de la paz. Luego la sociedad en que vivimos, recordando aquello que decía san Juan Pablo II: «De la familia nace la paz de la familia humana».

¡Qué hermoso sería si todas las familias fueran como aquella que encontraron los pastores en la cueva de Belén! Una familia de paz, comunión de vida y de amor —Jesús, José y María— lugar de acogida, de esperanza, de solidaridad para todo el mundo. ¡Cuánto hay que trabajar en muchas de las familias de ahora en las que no se ha encarnado la paz! ¡Cuánto hay que luchar para transformar esos espacios de tensión y prepotencia en espacios de paz, de solidaridad y de amor que se contagia alrededor!

Ojalá que ante esta fiesta, que se celebra cada 1 de Enero, cada una de las familias fundadas por hombres y mujeres de fe, renueven su programa de vida cristiana para el año que se estrena, buscando tener un espacio para María, para José y para Jesús, con una vida fecunda en buenas obras de misericordia, de caridad, de paciencia y de conformidad con la voluntad de Dios. ¡Qué cada familia, bajo el amparo de María la Madre de Dios y Reina de la paz, sea lo que debe ser! ¡Que cada familia exija la paz, rece por la paz, trabaje por la paz!

Todos los padres y madres de familia tiene una misión especialísima y única, una misión de educar a sus familias en la paz. Todos los hijos deben apreciar el don de la familia y busquen vivir en paz. cada abuelo y abuela, que representan en la familia unos vínculos insustituibles y preciosos entre las generaciones, aporten generosamente su experiencia para unir el pasado con el futuro en un presente de paz. Que hermoso es pensar en un Año Nuevo en el que todas las familias vivan de manera plena y consciente su misión de paz, en donde cada uno de los miembros sea, como decía la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento: «Un alma pacífica y pacificadora».

Tal vez esté leyendo esto alguien que por varios y variados motivos esté sin familia, o lejos de los suyos. A estas personas les quiero recordar y mencionar textualmente lo que san Juan Pablo II decía en la Jornada Mundial de la paz de 1994: «A ellos quiero decir que tienen también una familia: La Iglesia es casa y familia para todos. La misma Iglesia abre de par en par las puertas y acoge a cuantos están solos o abandonados; en ellos ve a los hijos predilectos de Dios, cualquiera que sea su edad, cualesquiera que sean sus aspiraciones, dificultades y esperanzas».

Quiero dirigirme con todos ustedes a María Santísima, la Madre de Dios y decirle:

Santa Madre de Dios,
Tú que eres la Reina de la paz,
vuelve tu mirada a cada una de nuestras familias,
a los hombres y mujeres que las formamos
y nos esforzamos por alcanzar el vivir en armonía,
Danos el gozo de caminar unidos en el espíritu
y alegres en la fe,
para acoger con nosotros,
como hiciste Tú, Madre de Misericordia,
a Jesucristo, el Príncipe de Paz,
única esperanza del mundo.

Qué este año sea para todas las familias, un año de grandes bienes espirituales y materiales, entre ellos el don precioso de la paz. ¡Feliz Año Nuevo a todos!

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.