sábado, 30 de septiembre de 2017

«Se acabó septiembre, mes de la Patria y mes de la Biblia»... Un pequeño pensamiento para hoy

¡Qué barbaridad... ya se acabó septiembre! El mes de la Patria y de la Biblia se me fue como agua. Hoy hacemos cierre de mes celebrando a San Jerónimo, el hombre que en la antigüedad estudió más y mejor la Sagrada Biblia y que ha dado pie a que, en muchas comunidades, este mes se viva intensamente en torno a la Palabra de Dios. Todos sabemos que no ha sido un tiempo llevadero, ya que el mes ha transcurrido entre huracanes, temblores e inundaciones en diversas partes de México y el mundo. Situaciones todas ellas en las que, para muchos, no ha sido fácil aceptar la voluntad de Dios que, intempestivamente, ha permitido el lucimiento del poder de la naturaleza al canto de la aurora, durante el calor intenso del medio día o en la plena oscuridad de la noche con sorpresivas visitas en medio de su libertina naturaleza, que ha arrancado, sacudido y anegado, no solo la superficie de la tierra que es nuestra casa común, sino almas que han quedado desconcertadas y más que asustadas con los ojos abiertos o llenos de lágrimas ante socavones, edificios colapsados o casas inundadas... ¡Qué difícil es entender a Dios —el Dios que en la Sagrada Escritura muestra todo su poder y su misericordia—, en medio del dolor y del sufrimiento humano!

Hoy en el Evangelio (Lc 9,43-45) Cristo anuncia por segunda vez su pasión a los Apóstoles... ¿Qué le iban a entender? El mundo, hoy y ayer, poco entiende de dolor y sufrimiento, poco capta de lo que significa la Cruz de la pasión. Si nosotros, discípulos–misioneros que conocemos a Jesucristo luego de tantos siglos de historia, no entendemos esta lógica de la Cruz... ¿qué puede captar una sociedad que, a velocidad galopante, cabalga por el atrayente terreno del materialismo, sin saber que de ahí caerá al abismo del aburrimiento y del vacío? Al mundo de hoy, fácilmente se le va de las manos, no solo lo referente al sacrificio o al dolor, sino todo o casi todo lo trascendente. Entre prisas y arrebatos por cualquier tema de orden terrenal, no tiene tiempo para pensar en las cosas del cielo. ¿Qué velos ocultan los sentidos de los hombres y de las mujeres de hoy que impiden ver el valor de la entrega desinteresada y solo por amor del Crucificado? (cf. Lc 9,45). ¿Quién puede entender el mensaje de la Cruz y captar lo que esa entrega significa? (cf. Lc 9,44) ¿Quién puede anhelar entregarse en la Cruz para dar vida? (cf. Lc 9,45). Claro que sabemos quien... Todo aquel que, como Cristo, aprenda y acepte que el camino a la verdadera felicidad pasa necesariamente por el sacrificio de la Cruz.

El mismo Jesús —podemos afirmarlo—, tenía miedo de la Cruz (Lc 22,42)... ¡Tanto miedo que hasta sudó sangre! (cf. Lc 22,44). La Cruz da miedo. Sí, pero sabemos que, como ha dicho el Papa Francisco: «No hay obra apostólica fecunda sin la Cruz» (28/09/2016). Hablar de eso no es fácil para nadie. María, al pie de la Cruz, guardó silencio, un silencio contemplativo con el que enfrentó así al misterio que nos trasciende y que no tiene explicación. Son cosas que se tienen que aceptar en la fe y en la confianza para pasar del sufrimiento a la paz, o como decía la beata María Inés Teresa: «De la Cruz a la Luz». ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 29 de septiembre de 2017

«LOS ARCÁNGELES»... Un pequeño pensamiento para hoy

Hoy celebramos a los santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael que, desde el cielo, seguramente al vaivén de su aleteo, gozan de que, como familia de fe, les dediquemos un día especial. ¡Qué alegría saber que nuestro Dios no nos deja solos y nos regala la protección y compañía constante de estos, a la vez excelsos y humildes servidores, de su corte celestial! Miguel «Quién como Dios», nos acompaña en las luchas que hemos de librar contra el maligno; Gabriel «Fuerza de Dios», nos ayuda a mantenernos siempre fuertes, sobre todo cuando la fe comienza a declinar; Rafael «Medicina de Dios», cura nuestras heridas invitándonos a confiar en la infinita misericordia de nuestro Dios. A lo largo de la Escritura y en diversos pasajes, podemos ver la presencia y la acción de estos seres maravillosos. Ellos están siempre con nosotros al mismo tiempo que glorifican a Dios en la liturgia celestial.

Miguel ayudó al profeta Daniel en sus luchas y dificultades (Dan 10,13.21; 12,1). La carta de Judas, en el Nuevo Testamento, dice que Miguel disputó con el diablo el cuerpo de Moisés (Jd 1,9). Fue Él el que venció a satanás, derribándolo del ciego y arrojándolo al infierno (Ap 12,7). Gabriel aparece explicando al profeta Daniel el significado de las visiones (Dan 8,16; 9,21), y fue el Arcángel que llevó el mensaje de Dios a Isabel (Lc 1,19) y a María, la Madre de Jesús (Lc 1,26). Rafael, por su parte, se menciona en el libro de Tobías. Él acompañó a Tobías, hijo de Tobit y de Ana, en su viaje y le protegió de todos los peligros. Ayudó a Tobías a que librara a Sara de un mal espíritu y a curar de la ceguera a Tobit, su padre. 

Cuando Jesús dice en el Evangelio «Yo les aseguro que verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre» (Jn 1,51) nos está revelando su divinidad y la relación tan profunda, y la vez misteriosa, que tiene con su Padre Celestial y la humanidad. Hoy vivimos tiempos difíciles. Por una parte estamos llenos de tecnología y de aparatos sofisticados para comunicarnos que realmente, bien usados, nos pueden ayudar mucho, pero por otra, con una comunicación que hoy por hoy está un poco desvirtuada. No recibimos suficientes estímulos para hacer el bien y sí mucho material basura. Esto seguramente porque nos falta la principal fuente de comunicación que los Arcángeles nos enseñan: «Hablar con Dios». Miguel, Gabriel y Rafael son símbolos de esa comunicación entre Dios y los hombres. Los Arcángeles, a quienes hoy celebramos, son de hecho, la prueba del amor de Dios que nos guía y se ocupa de nosotros. En el contexto de estos días que vivimos colapsados por los huracanes, terremotos e inundaciones, tampoco podemos olvidar a muchas personas que, han ayudado de muchas maneras con su entrega, su amor y su cuidado. Ellos también, son, por así decirlo, los ángeles de Dios para nuestro pueblo devastado. San Miguel, San Gabriel y San Rafael, rueguen por nosotros con nuestra Señora Reina de los Ángeles. Amén.

Padre Alfredo.

jueves, 28 de septiembre de 2017

«Conocer a Jesús»... Un pequeño pensamiento para hoy

Hay personajes de la Biblia que llaman la atención, no precisamente por ser ejemplares. Ciertamente no podemos juzgar a primera vista, pero hay figuras que dejan huella y que invitan a la meditación a pesar de no ser gente de bien. Empiezo mi reflexión de este jueves pensando en el pobre de Herodes, y digo pobre en el sentido de alguien que verdaderamente no tiene nada, como él, que no tiene, según se percibe, ni amor a Dios ni amor a nadie, mas que solo a él. ¡Pobre hombre, se percibe tan lleno de inseguridad y con un corazón indigente, miserable, vacío!... ¡Con lo hermoso que es vivir amando! Supersticioso y sin escrúpulos, Herodes reconoce ser el asesino de Juan el Bautista y ahora quiere ver a Jesús, «tenía curiosidad de ver a Jesús» dice san Mateo (Lc 9,9). Pero, en un corazón así, que es solamente curioso y que no está dispuesto a cambiar, ¿qué significa ese «querer ver a Jesús». Herodes, como sabemos, no tuvo miedo de matar a Juan Bautista. No tendrá tampoco miedo a la hora de matar a Jesús. Nuestro Señor sabía perfectamente la clase de hombre que era Herodes, y, cuando se enteró de que este ser sanguinario trataba de hacerle preso, mandó a decirle: «Vayan a decir a ese zorro que yo expulso demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana, y al tercer día soy consumado.» (Lc 13,32). Herodes, a pesar de sentirse poderoso, no pudo ejercer fuerza alguna sobre Jesús. Cuando en la hora de la pasión, Pilatos mandó a Jesús a donde Herodes para que investigara sobre él y Jesús no le dio ninguna respuesta (Lc 23,9). Herodes no merecía respuesta.

La curiosidad de Herodes era una curiosidad morbosa y supersticiosa, como la de alguna gente de hoy que, como él, es también solamente curiosa y quiere encontrar en Jesús «un adorno» para sus vidas o sus ceremonias pomposas. Herodes, por lo que se ve en el texto (Lc 9,7-9) no estaba interesado en el mensaje de Jesús, solo tenía «curiosidad» pensando que tal vez, así como había tenido preso a Juan y le gustaba escucharlo, en Jesús podría tener a una especie de «milagrero» para lucirlo en sus fiestas. Par Herodes y los que son como él, que buscan a Cristo solamente por curiosidad o lucimiento, Él no tiene palabras, no tiene tiempo, porque lo suyo no es el lucirse siendo un adorno; lo suyo son los caminos, las aldeas, los corazones afligidos, las almas sencillas, los que viven con humildad y se dan a los demás, sean ricos y pobres. Jesucristo es la Palabra, el Verbo encarnado e Hijo de Dios, nuestro salvador, el redentor, Él es nuestra fe, a esa fe nos adherimos con amor y la hacemos nuestra total esperanza.

¿Qué nos quiere decir el Señor con esta palabra del Evangelio en medio de esta situación de dolor nacional que aún experimentamos por el paso de los huracanes y terremotos en días pasados? Tal vez debamos preguntarnos como Herodes, ¿quién es Jesús para nosotros, pero no desde su perspectiva? ¿Lo tenemos con nosotros y lo reconocemos en el hermano necesitado o descubrimos que debemos ponernos a buscarlo? ¿Lo vemos en los damnificados de la Baja California, de Chiapas, de Oaxaca, de Guerrero, de Morelos, del Estado de México y de CDMEX? ¿Queremos realmente encontrarlo o nos conformamos con lo que nos venga en suerte solo para satisfacer nuestra curiosidad? Por lo que a mi toca, puedo decir que hoy nuevamente ha salido a mi encuentro y me he tropezado con Él, rindiéndome ante la evidencia, sobre todo en el hospital de Gabriel Mancera, en las hermanas Misioneras Clarisas en Misa en la casa de La Villa y con las incansables del centro de acopio y distribución en el SCIFI. En los rescatistas que he visto descansar un poco, sentados en la banqueta y en los rostros de la gente afuera de algunos de los edificios evacuados o derrumbados. Yo quiero seguir viendo a Jesús, porque quiero seguir encontrando sentido a mi vida. Y tú: ¿Qué motivación tienes que te empuja a ver y a encontrar a Jesús? Pidámosle a María que Ella, la Madre del Divino Rostro, nos ayude a ver a su Hijo Jesús, no por simple curiosidad, sino por amor y, hoy jueves, se le puede ver en la Eucaristía, en la Hora Santa. ¡Bendecido día!

Padre Alfredo.

miércoles, 27 de septiembre de 2017

«AUSTERIDAD»... Un pequeño pensamiento para hoy

El Evangelio nos narra, de una manera muy emotiva y real, que los Apóstoles fueron enviados por Jesús a predicar; el mensaje que llevaron fue el mismo que nos han dejado como herencia del Señor: «Anunciar la llegada del Reino de Dios» (Lc 9,2). Ese Reino que ya está, pero todavía no; es decir, ya se ha empezado a establecer, pero no se ha realizado en plenitud. ¡Qué maravilla darnos cuenta de que cuando hacemos un espacio en el corazón para albergar ese mensaje del Reino, éste llega y se amplía la experiencia de salvación y dignidad de quienes buscamos acoger la Palabra y la queremos hacer germinar en nuestra existencia! San Lucas nos revela, además, en su Evangelio, la estrategia que debe acompañar nuestra tarea del anuncio del Reino: «Austeridad». Jesús, al enviar a predicar a los Apóstoles les dijo: «No lleven nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni plata; ni tengan dos túnicas cada uno» (Lc 9,3)... ¡Si los Apóstoles vieran todo lo que ahora cargamos con la excusa de que es «para evangelizar», se asustaban! 

La austeridad es una exigencia ética y una virtud cristiana. Como exigencia ética es una cuestión que obliga preferentemente a quienes están al frente de la vida pública en sus diversos niveles y a los que en el ámbito privado están situados en posiciones privilegiadas, como los padres, maestros, sacerdotes, consagrados y otras personas influyentes en la sociedad. ¡Cómo nos enseña en esto el Papa Francisco! Es cierto que hablar de esta estrategia de austeridad a determinados colectivos de nuestro tiempo es muy difícil, pues casi ha pasado de moda, al estar en los mínimos niveles de subsistencia unos y en la vida superflua otros. Es muy difícil hablar de religión cuando los oyentes tienen los estómagos vacíos o cuando por otra parte casi se revientan de tanto que se han llenado. Grandes enseñanzas como ésta, corren el peligro de desaparecer estranguladas por la nada y el vacío de un consumismo agobiante que nada deja disfrutar. Los creyentes tenemos que hacer de la necesidad una virtud, y del compartir otra a través de esta estrategia de la austeridad, y no caer en la trampa de esa tendencia actual de medirse con aquellos que tienen más que nosotros para decir que somos austeros. ¡Qué raro, casi nunca nos medimos con los que tienen menos!, así siempre saldremos engañándonos para evitar la responsabilidad de ser austeros.

Este texto evangélico (Lc 9,1-6), que la Iglesia nos propone meditar hoy, nos cae como anillo al dedo. Un texto que, después de lo vivido en muchas partes la semana pasada, lo debemos recibir con inmensa alegría; porque si Jesús envió, y sigue enviando, a los suyos, es porque él está con los que envía, confía en ellos, sabe estar presente como nadie en la modesta palabra y en el sencillo testimonio de sus seguidores, que no necesitan más que su sola persona para que se proclame el Reino de Dios. El misionero vive de la fuerza de la Palabra que predica, lo hemos palpado después del terremoto; pues en medio de tantas carencias, aún para compartir, hemos visto que el Reino que Jesús nos ha revelado no es una doctrina, ni un catecismo, ni una ley. El Reino de Dios acontece y se hace presente cuando los hermanos, motivadas por su fe en Jesús, deciden darse a los demás, para así testimoniar y revelar a todos que Dios es Padre y Madre y que, por consiguiente, nosotros, los seres humanos, somos hermanos, y hermanas unos de otros. Jesús quería que la Iglesia fuera una expresión de la Alianza, del Reino, del amor de Dios como Padre, que nos hace a todos hermanos y hermanas con María su Madre y... aquí estamos. ¡Bendecido miércoles para todos!

Padre Alfredo.

martes, 26 de septiembre de 2017

«La familia de Jesús»... Un pequeño pensamiento para hoy


¡Que alegría saber que somos parte de la familia de Jesús! «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la ponen en práctica» (Lc 8,21). Somos los cercanos a Cristo, los que le pertenecen, sus íntimos, su madre y sus hermanos, «los que escuchamos la Palabra de Dios y la queremos poner en práctica». Con María, su Madre, formamos parte de la familia cristiana, la familia católica y hemos de buscar ser como ella, porque nadie mejor que María escuchó la palabra que Dios le dirigió y la cumplió: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra» (Lc 1,38). Basta, para comprobar esto, ver la calurosa felicitación por medio de los labios de su parienta Isabel: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1,45). La actitud fundamental de la Santísima Virgen es la de apoyarse totalmente en la Palabra de Dios y seguirla. Ella está unida estrechamente a su Hijo Jesús, pero su relación con él no depende solamente de la maternidad, sino de la acogida, llena de fe y de obediencia, de la Palabra de Dios. Precisamente porque creyó en la Palabra de Dios fue que llegó a ser la Madre del Hijo santo de Dios. Entonces creo que sería bueno preguntarnos cada uno: ¿Mi escucha de la Palabra es como la de María?

Para Jesús, los verbos «oír» y «practicar», van juntos. En algún momento Él dijo que aquellos que viven unificando estos verbos, están construyendo su casa sobre roca y no sobre arena (Mt 7,24). De modo que éstos pueden ser fuertes en medio de las dificultades, como todas estas hemos estado viviendo desde hace 8 días, pues ya es martes y hace ocho días fue el terrible sismo que nos cambió la vida. ¡Por cierto! Aquí estamos sin agua desde ese día del terremoto y juntamos de aquí y de allá para bañarnos, para lavar trastes y demás... ¡un pequeñito problemilla para no olvidarnos de nuestros hermanos que lo han perdido todo y que también son parte de nuestra familia! Porque Jesús nos revela que cada miembro de la humanidad puede llegar a ser un miembro de su familia: «He venido para que todos tengan vida, y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). Así, la cercanía con Él no es algo que dependa de la situación social, de los logros que se hayan alcanzado o de la riqueza que se haya acumulado. Todo esto, como hemos visto con el terremoto, se acaba de un momento a otro. La familiaridad con Él, depende más bien de «oír la Palabra y ponerla en práctica». Jesús, con la predicación del Evangelio, nos invita a ser parte de su familia. Entonces surge otra pregunta: ¿Estoy yo entre los hermanos y hermanas de Jesús?

Para decir que somos familiares de Jesús, no podemos aducir que somos bautizados, que somos religiosos, que somos sacerdotes. Estos títulos en sí no valen nada si no podemos afirmar que somos los que escuchamos atentamente a Dios, lo que él nos dice a través de su Palabra y que lo ponemos en práctica haciendo de la Escritura, un alimento esencial de nuestra vida. Que cada uno de nosotros podamos decir de corazón como el salmista: «me adelanto a la aurora pidiendo auxilio, esperando tus palabras» (Sal 119,147). Pidamos asistencia a María Santísima, para que ella nos ayude a encontrar la mejor forma de escuchar su Palabra y actuar en consecuencia; para poder perfeccionar nuestra forma de escucharlo, y renovar nuestro entusiasmo para seguirlo. Y me viene una última pregunta: ¿Doy gracias por todos los beneficios que he tenido en mi vida por escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica? ¡Dios les bendiga y les regale un hermoso martes, dando gracias de que estamos aquí!

Padre Alfredo.

lunes, 25 de septiembre de 2017

«Ser luz»... Un pequeño pensamiento para hoy

Jesús ha venido a este mundo a traernos la salvación a todos. Eso es algo que hemos palpado en estos días después del terrible terremoto los que, en medio de nuestra tembleque tierra, hemos sido uno en el centro de acopio y de auxilio. Jesús no ha querido ocultar su amor por nosotros sus hermanos menores, no ha querido esconder nada. Se ha manifestado de una manera esplendorosa. Su deseo de que todos lo conozcan y lo amen, como anhelaba la beata Madre María Inés Teresa, se ha visto muy evidente, porque yo creo que hemos sido muchos, muchísimos, los que hemos palpado la potencia, la fuerza y la energía del amor de Dios, capaz de renovar nuestras fuerzas dando la vida. El amor compasivo y misericordioso del Señor no ha sido para un pequeño grupo de elegidos. Muchos hemos unido nuestras fuerzas, nuestra oración y nuestra confianza en el Señor aún sin habernos visto antes. La luz de la vela del amor de Jesús ha iluminado muchos corazones (Lc 8,16).  El amor de Dios se hizo como una vela, o, pensando en el tiempo en que estamos viviendo, se hizo «lámpara de alógeno» para ser encendida en la oscuridad de la noche de muchas almas y brindar luz.

En estos días, siempre ha habido alguien que ha tomado la vela y la ha puesto en el candelero para que todos viéramos al Señor en medio de nosotros. Con acciones muy sencillas, como las de Fátima, Mariela y Ale, envolviendo lonches en servilletas para que Oscar y sus amigos los llevaran en su bici a los damnificados del edificio de Amores, de Gabriel Mancera, de Escocia y de otras calles; como la tarea de Juan José organizando el tráfico para que Adriana y su equipo cargaran los camiones con las despensas y cobijas; como la atención de Carlos en la puerta para recibir las donaciones; como los demás, recorriendo a pie las calles para llevar comida y agua a los rescatistas y voluntarios; como la oración ante Jesús Eucaristía de Maribel, Manuel, Lulú y Vicky, en fin...  todos, todos, han podido ver la potencia de la luz del Evangelio. Todos nos hemos sentido responsables de hacer que la luz del Evangelio haya brillando en nuestro entorno llevando vida y esperanza no solamente como acción social. Todos hemos sido responsables de hacer que la vela no quedara oculta, sino que brillara en el candelero para que todos pudieran tener luz, la luz de Jesús. 

Nuestras fallas y limitaciones en estos días han sido muchas, como personas individuales y como grupo de apoyo. Pero todos éramos conscientes de que, en nuestras manos, teníamos un tesoro y nuestro esfuerzo principal fue mostrar la compasión y la misericordia de Dios al hermano necesitado. Hoy es lunes, algunos regresarán a las ocupaciones ordinarias en los trabajos y otros pocos en las escuelas, mientras unos habrán de esperar, sin ropa, sin casa, sin algunos de sus seres queridos, pero con el amor de Cristo «Luz de Luz», que ilumina cada corazón para seguir adelante porque... ¡estamos en pie! Ese es el gran regalo que Dios nos ha dejado. Somos ricos en su amor, somos portadores de su luz, y la única forma de incrementar esa riqueza que ilumina es compartirla. Yo creo que, sin pensar en méritos propios, hemos permitido, como grupo de trabajo o más bien, familia de trabajo en la fe, que Cristo ardiera en nosotros a pesar de nuestra pequeñez, aun cuando ello ha implicado alguno sacrificios y renuncias. No perdimos el tiempo, ni nos quedamos con las manos vacías, al contrario, creo que llenamos hasta el corazón. Todos, pensando en esa «Divina Luz», hemos puesto talentos y dones al servicio de nuestros hermanos y, aunque estamos cansados y desgastados, como decíamos en una de las Misas de ayer domingo en la capilla de nuestras hermanas Misioneras Clarisas; estamos como la cera de la vela que se va derritiendo, para que el Señor ilumine la oscuridad a través de nosotros. Sin desgaste de la vela, simple y sencillamente no hay luz. Que María Santísima nos ayude, no solo a nosotros, que guardaremos de por vida estos días de convivencia y de donación, sino a todos, el dejarnos iluminar por Cristo para ser luz; santos brillantes, en cuyos ojos y corazones reluzca no solo en estos días, sino siempre, el amor de Cristo, llevando así la luz del amor de Dios al mundo. ¡Bendecida semana!

Padre Alfredo.

domingo, 24 de septiembre de 2017

«Ven tú también a mi Viña»... Un pequeño pensamiento para hoy

Damnificados que necesitan atención, pobres que han quedado sin nada y necesitan de nuestra donación, heridos y enfermos que nos reclaman una rápida visita; personas que han quedado presas de la soledad, que nos piden un poco de nuestro tiempo. ¡Arranca, vete, muévete, corre, ven a mi viña! Nos dice Jesús. Ven a trabajar en este trozo de tierra en el que, la Iglesia, ofrece lo mejor de sí misma: el Evangelio. Ven al encuentro de esta persona que necesita un abrazo con un poco de cariño en el albergue, camina al encuentro de este otro que sufre porque no puede afrontar estas situaciones en las que siempre hay huecos libres que el afectado no entiende. Ven a orar a tu parroquia por aquel que, como rescatista, está dando la vida para salvar a alguien... ¡Ven, vente a mi viña, nos dice Jesús! (Mt 20,1-16). Sí, Dios ha salido una u otra vez a nuestro encuentro en estos días en que en diversas partes del mundo hemos sufrido huracanes, terremotos, inundaciones... ¡catástrofes! Una y otra vez quiere Él contratar jornaleros para su viña. Afán divino para que todos trabajen en su tarea, para que no haya discípulos–misioneros estáticos en este Reino suyo que trae la salvación universal. Nadie, en estos días de dolor, puede decir que no ha sido llamado por Dios. Es cierto que esa llamada puede ocurrir para encargar tareas diversas: orar, rescatar, confesar, alimentar, repartir, acompañar, curar... Pero nadie se puede quejar de no haber sido convocado a trabajar en la tarea de extender la misericordia y la compasión del Divino Viñador. 

Hoy es domingo, «Día del Señor», momento especial en el que se puede hacer un alto en el corazón para considerar nuestro ser y quehacer de estos días. Día para pensar si realmente estamos trabajando en la viña del Señor o, por el contrario, nos empeñamos en vivir ausentes de todo lo que está aconteciendo. En cuantos instantes, en vez de presentarnos puntuales ante cualquier necesidad que nos reclama la Iglesia –como esta de estos días–, preferimos no meternos, porque ni a nosotros ni a los nuestros les ha pasado nada. Es cierto que el amo de esta viña es comprensivo, «compasivo y misericordioso», dándonos al final no según el resultado de nuestro trabajo, sino según la medida generosa de su gran corazón. Pero eso mismo nos debe de empujar a trabajar con arrojo y afán renovado, orando y actuando en lo que podamos, aunque no entendamos al Señor. «Mis pensamientos no son sus pensamientos, ni sus caminos mis caminos» (Is 55,8) En definitiva, de lo que se trata, es que hagamos en estos días y siempre –con sencillez y rectitud de intención– lo que debemos hacer. Comportarse así deja paz y sosiego, la felicidad de servir y orar por los demás. 

No hay forma de que podamos entender a Dios, introducirlo en nuestra mente y expresarlo en nuestras categorías y formas de hablar. «¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero?» (Rm 8,34-35). Con todo lo que ha sucedido en estos trémulos días, Dios, que nos ha llamado a trabajar en su viña, nos sigue sorprendiendo con la infinitud de su amor. Por eso, Jesús no encontró modo mejor de hablar de él que usar de parábolas. Así, cansados, como estamos muchos en estos días, luego de tanta actividad después de los temblores, podemos atisbar un poco lo que es Dios, el amor que nos tiene, su capacidad de acogida, su voluntad de darnos la vida plena. Por eso san Pablo, que abrió totalmente su corazón a Dios, pudo escribir: «para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia» (Flp 1,21). Dios respeta la libertad de la naturaleza que Él mismo creó. Pero, en medio de todo esto, su acción divina supera nuestros cálculos y nuestra manera humana de actuar y sorprende. ¿Qué lección sacas de todo lo que estamos viviendo en estos días? La Virgen María, trabajando también de lleno en la Viña de su Hijo Jesús, con un sencillo «Sí» incondicional, nos ayuda, con su ejemplo y con su entrega a la voluntad de Dios, a no tratar de manipular a Dios, sino más bien a aceptarlo tal y como se nos reveló en Jesús. ¡Que tengan un domingo lleno de bendiciones!

Padre Alfredo.

sábado, 23 de septiembre de 2017

«AL IR SEMBRANDO»... Un pequeño pensamiento para hoy

El Evangelio de san Lucas, en el capítulo 8, nos presenta la conocida parábola del sembrador (Lc 8,4-15). Una parábola con la que los discípulos-misioneros debemos entender que, así como sucede con los terrenos donde cae la semilla, los corazones de los hijos de Dios no son iguales. El sembrador arroja la semilla y sus discípulos hemos de aprender la lección que nos quiere dar. Él no es ansioso, no fuerza la semilla ni castiga la tierra. Él siembra con generosidad y con cuidadosa y discreta observación, acompaña el crecimiento de la plantita que surge. Es más, al arrojar sus semillas, el sembrador no aparece condicionado por la respuesta del terreno; siempre lo hace con libertad, sin importar que los resultados no sean los esperados. Si entendemos esto ya es ganancia, porque al ser colaboradores del sembrador hemos de llevar la Buena Nueva a su estilo. Quizás, de repente tengamos que despojarnos del ansia de ver resultados «inmediatos» en nuestros apostolados. 

Quien tiene la gracia de sembrar la Palabra de Dios, sabe con seguridad, que esta Palabra no pasa en vano y que no le corresponde hacerla fructificar como y cuando quiera. Puede que el corazón de quien escucha la Palabra sea árido, pedregoso, espinoso o tierra fecunda. Eso no está en nosotros, pero ciertamente la semilla arrojada responsablemente —con nuestro compromiso misionero— dará su fruto. No es por casualidad que entre la parábola (Lc 8,4-8) y su explicación (Lc 8,11-15), Jesús hable de «los misterios del Reino de Dios» (Lc 8,10). Dios sabe cómo hace su obra, a nosotros nos toca sembrar. No nos corresponde pretender ver cómo Dios obra el crecimiento, lo que nos toca es sembrar responsable, amorosa y generosamente. Ayer, además del apoyo material que hemos podido tener en el centro de acopio, un grupo de laicos, religiosas y un servidor, salimos a llevar la Buena Nueva consolando a quienes permanecían afuera de un edificio colapsado esperando pacientemente la remoción de los escombros y visitamos uno de los hospitales del entorno. Me tocó confesar a algunos, escuchar a otros, acompañar en silencio a algunos más. La Palabra ha caído en esos corazones, unos muy conformes con la voluntad de Dios, otros consternados tratando de que Dios les devuelva a sus familiares desaparecidos con vida, otros más pidiendo solamente que les entreguen el cuerpo de sus gentes. Mientras yo confesaba o visitaba a los enfermos unos se unían de viva voz a las oraciones de las religiosas y otros permanecían callados recibiendo las estampas con oraciones que los laicos distribuían.  

Para el discípulo–misionero, su presencia en medio de la tragedia no puede ser solamente de asistencia social, sino también y por supuesto, ha de ser una presencia que invite a experimentar la misericordia y la compasión del divino Sembrador, que ha depositado la semilla de la Palabra en el corazón. Puede que el terreno en el que cae esté por ahora muy pedregoso, quizá lleno de matorrales por lo vivido, a lo mejor anegado por la lluvia de las lágrimas que han aflojado la tierra de más, o duro y quebradizo a causa de la insolación sorpresiva de un permanecer ante la vida sin techo. Además de esto —en medio de la tragedia— hay quienes, para acortar el camino, han pasado en medio del campo, pisoteando las plantitas que apenas crecen (Mc 2,23), tal vez sembrando desesperanza, tristeza o frustración. Sin embargo, a pesar de todo esto, hay que confiar en la fuerza de la simiente que cae en el corazón. Ayer hemos llevado la semilla del Señor y les hemos dado un poco de consuelo. Es bueno que, quienes permanecemos en pie porque no nos ha afectado el terremoto nos preguntemos: ¿Abro mi corazón para recibir la semilla de la Buena Nueva? ¿Busco, en medio de esta situación, entender el mensaje del Señor y transmitirlo? ¿Estoy consciente que el buen fruto de esta semilla, depende de mí, de nosotros?... Son las 8:15 de la mañana cuando termino esta reflexión, porque cuando la estaba terminando de escribir para enviarla, empezó a sonar la alarma sísmica y tuvimos que salir... 6.1 pero aquí casi no se sintió. Hoy es sábado: María, Madre de gracia y Madre de misericordia, —¡Madre de la Divina Misericordia!— en la vida y en la muerte, ampáranos gran Señora!

Padre Alfredo.

viernes, 22 de septiembre de 2017

«Los Doce y algunas mujeres»... Un pequeño pensamiento para hoy

¡Cómo me impresiona el Evangelio de hoy! «En aquel tiempo, Jesús comenzó a recorrer ciudades y poblados predicando la Buena Nueva del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres...» (8,1-2). Y me impresiona porque en medio de esta situación que estamos viviendo después del terremoto que sufrimos el martes, la participación de las mujeres que siguen muy de cerca de Jesús, nuestras hermanas religiosas Misioneras Clarisas, ha sido de verdad «¡impactante!» y lo digo así porque no encuentro otra palabra. El día de ayer y de hoy, he pasado la mayor parte del día poniendo mi granito de arena junto a ellas, a nuestros hermanos del grupo Van-Clar y con voluntarios en el centro de acopio que se estableció en el instituto SCIFI. El Señor no hace distinciones, nos llama a todos, nos quiere a todos, para que todos colaboremos con Él para abrir espacio en este mundo a su misericordia; para hacer el bien a los demás. Acompañar a Cristo, para estas mujeres consagradas a Él, significa aceptar de todo corazón día tras día su palabra como criterio válido para su vocación. Significa, para ellas, ver en Él al «Esposo Divino» al que siguen de todo corazón al servicio de la verdad y del amor, con una vida apostólica y contemplativa conducida por el amor. 

Con ese amor al Señor, las religiosas, encabezadas por la hermana Carmelita, superiora de la comunidad, han organizado de una manera increíble la distribución de todo lo que llega al centro de acopio. El Evangelio de hoy, al hablar de «los Doce y algunas mujeres», no alude a cualidades especiales, ni de ellos, ni de ellas. No menciona títulos de ningún tipo ni cualidades humanas relevantes. Lo que estaos hombres y mujeres tienen en común, y lo que a Lucas le interesa subrayar, es que le siguen ayudando con lo que son y lo que tienen (Lc 8,3). Los que queremos seguir a Jesús de una manera más cercana, somos hombres y mujeres que nos sentimos amados y llamados por Jesús. Cada una de las hermanas, en medio del ir y venir y el cansancio de estar todo el día recibiendo, atendiendo a los que llegan a dejar o recoger víveres, preparando sándwiches, acomodando y acarreando cosas, empacando lo que hay que ir enviando, limpiando lo que se ha caído, clasificando ropa y medicina, recogiendo los desperdicios y la basura para dejar en orden... no ha dejado nunca de mostrarnos una sonrisa que evoca su calidad de «Esposas de Cristo» y que nos recuerda la presencia de la Santísima Virgen María en nuestras vidas.

San Lucas es el único evangelista que nos da detalles de las mujeres que acompañaban a Jesús. San Juan Pablo II escribió una carta apostólica llamada «Mulieris dignitatem», que dice: «La Iglesia da gracias por todas las mujeres y por cada una…» (n. 31), yo por supuesto que también, y en especial, doy gracias por las consagradas. Los hechos hablan por sí solos. Quiero compartirles algo de lo que una página de Internet escribe de nuestras hermanas y su colegio: «En las calles de la Colonia del Valle, unas monjas caminaban y se acercaban a todos los que estaban reunidos y les ofrecían refugio. El Instituto SCIFI, un colegio ubicado en Av. Coyoacán 615, fue adaptado como un albergue para los afectados. María del Carmen Moreno García, superiora de las Misioneras Clarisas, comentó que la idea surgió de los padres de familia porque algunos no tendrían donde pasar la noche. En el mismo momento, ellas les dijeron que podían quedarse allí. Un grupo de religiosas salieron a la calle a comprar agua y algo de comida. Otras tantas salieron hasta donde estaban totalmente caídos los dos edificios, en avenida Gabriel Mancera, en donde igualmente ofrecieron el refugio, comida, y material de curación. En los salones de la escuela colocaron colchonetas y recibirán a todo el que llegue, según enfatizaron. El sencillo refugio de las madres es uno de tantos lugares ofrecidos por miles de capitalinos, y foráneos a las personas afectadas. No sólo eso, los ciudadanos se organizan para recopilar comida, ropa, agua y todo lo que sea necesario para ayudar. «Aquí encontrarán agua, frijolitos, y café», finalizó la madre superiora» (cf. Periódico Central 20-09-17).

Padre Alfredo.

jueves, 21 de septiembre de 2017

«Sígueme para llevar la Buena Nueva»... Un pequeño pensamiento para hoy

En medio de la tragedia que vivimos en CDMEX, iniciaré este día con la Santa Misa, celebrando la fiesta de san Mateo, el Apóstol que de la mesa de cobrador de impuestos pasó a ser un servidor de Dios en el anuncio de la Buena Nueva. El Evangelio dice que «Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos y le dijo: “Sígueme”» (Mt 9,9). Hoy, como ayer, siento que el Señor me vuelve a decir al oído: «sígueme Alfredo», porque muchos otros han también escuchado mi voz para llevar esa Buena Nueva a nuestros hermanos que sufren a causa del sismo. Ayer pasé el día en el Scifi –el colegio de nuestras hermanas Misioneras Clarisas– en donde a menos de tres calles, varios edificios colapsaron y otros tantos siguen cayendo, desmoronándose como castillos de arena. Nunca se puede prever un sismo, pero quien tiene fe, está preparado para el día después, como lo vivimos ayer con la incertidumbre –como hasta este momento– de escuchar de repente el zumbido de la alerta sísmica. La ciudad está levantada en una zona inestable y por eso tiembla... ¡quién de aquellos felices antepasados lo podría prever! Dios quería forjar aquí una tierra de «Mateos» que se dejaran ver con la mirada interna del amor de Jesús y se sintieran «elegidos» con el «sígueme» para llevar la Buena Nueva imitando la misericordia y la compasión del Buen Pastor. Porque ayer... todos vivimos este ambiente de «Buena Nueva».

En esta megalópolis, dramáticamente tocada por los terremotos, el transporte público funcionó gratis, acercándonos lo más posible a los necesitados. Taxis y carros privados tendieron la mano con letreros en los cristales que anunciaban el apoyo. El Gobierno de la urbe abrió alberges y centros de acopio a los que se ha sumado, como siempre, la Iglesia en donde, como en el colegio de las hermanas, bulle la acción solidaria y se va recuperando poco a poco el aliento. Ayer en la tarde el colegio se asemejaba a un campamento en plena guerra. Entre las monjitas, los policías federales, los Vanclaristas, los padres de familia, los de la marina, voluntarios y este padrecito en mano cadena; seguíamos las indicaciones de varios cartelones que nos señalan dónde iba la comida, los jabones, el agua, los productos de limpieza, las cajas y bolsas para empaquetar lo que se llevaba a hospitales y las zonas más dañadas por el sismo en Xochimilco y Morelos, a la vez que  salíamos a las calles a ofrecer tortas, agua y un poco de consuelo como «Mateos portadores de la Buena Nueva» concretizada en la misericordia y la compasión.

El Evangelio de la Misa de hoy dice que «Mateo se levantó y siguió a Jesús» (Mt 9,9). Lo escueto del texto narra la prontitud con la que aquel hombre decidió seguir a Jesús... La respuesta de Mateo (un pecador como nosotros) fue inmediata, como ha querido ser la nuestra. La rapidez en la respuesta a la llamada, la generosidad en el seguimiento y la libertad con que relativiza todos los valores antes poseídos, nos hace comprender que ha nacido un hombre nuevo. ¡Tal vez hoy, con todo lo que estamos viviendo, renazcan muchos hombres y mujeres nuevos! Estos días están llenos de momentos colectivos heroicos y pequeños milagros individuales incontables. Aquí estamos con nuestro «Sí», como el «Sí» de María, como el «Sí» de Mateo. ¡Qué enseñanza tan grande nos dan Mateo y el temblor! Si fuéramos ya perfectos, nada tendríamos que convertir y Cristo no nos fuera necesario nada más que para ilustrar nuestro ego dando dar brillo a nuestro yo. Pero si nos sentimos endebles, frágiles, afectados por el temblor, como enfermos que desean la curación, entonces estamos en el camino que lleva al verdadero encuentro con la salvación, porque Jesús hoy también nos recuerda en su Palabra: «No son los sanos los que necesitan de médico, sino los enfermos. Vayan pues y aprendan lo que significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios». Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mt 9,12). Y yo, por mi parte, en medio de esta catástrofe, me siento llamado a ayudar en lo poquito que pueda. Amén.

Padre Alfredo.

miércoles, 20 de septiembre de 2017

«El terremoto de ayer»... Un pequeño pensamiento para hoy

Hace apenas unos días, recordando el 11/09 compartía con ustedes una reflexión con la pregunta: ¿En dónde estaba Dios? Hoy, al amanecer de este día en el que todo ha cambiado para quienes vivimos en Ciudad de México, pienso en otra pregunta que me hace mucha gente luego de que exactamente el mismo: ¿Por qué permite Dios los desastres naturales como lo terremotos, los huracanes y los tsunamis? ¿Por qué se volvió a repetir en el mismo 19 de septiembre como hace 32 años, un terremoto? Dios creó todo el universo y las leyes de la naturaleza (Gén 1,1). La mayoría de los desastres naturales son el resultado de estas leyes en acción. Los terremotos son el resultado de desplazamientos de las placas en la estructura de la corteza terrestre y ayer vivimos dos seguiditos, uno de 6.8 y otro de 7.1 con dos segundos de diferencia. Lo que yo puedo sentir ahora es una inmensa gratitud a Dios Nuestro Señor... ¡Dios es bueno! ¿Cuántos habitantes vivimos en esta inmensa megalópolis? ¿Cuántos edificios habrá en una ciudad de más de 2º millones de habitantes? Estamos viendo muchos milagros asombrosos, que ocurren durante el proceso de rescate, evitando una mayor pérdida de vidas reevaluando nuestras prioridades en la vida. Inmediatamente ha llegado la ayuda para auxiliar a la gente que está sufriendo. Muchos católicos tenemos la oportunidad de ayudar, rezar, acompañar, compartir. Dios puede, y lo hace, Él trae grandes bienes de terribles tragedias (Rm 8,28). El salmo 46,1-3 nos ayuda a orar en este amanecer: «Dios es nuestro amparo y fortaleza, Nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, Y se traspasen los montes al corazón del mar; Aunque bramen y se turben sus aguas, Y tiemblen los montes a causa de su braveza.» Dice la filósofa Solange Favereau que «La fuerza de la naturaleza nos devuelve el sentido y el sano juicio».

En el Evangelio de san Lucas (la lectura bíblica de hoy Lc 7,31-35), el Señor Jesús pregunta: «¿Con quién, compararé, pues, a los hombres de esta generación? Y ¿a quién se parecen?» (Lc 7,31) ¿A quién nos parecemos los creyentes que vivimos todas estas cosas? ¿Reconocemos a Dios aún en medio del caos que un desastre natural presenta? El mismo Cristo dice en el Evangelio: «Sólo aquellos que tienen la sabiduría de Dios, son quienes reconocen al Hijo del hombre» (cf. Lc 7,35). Dios es visible de muchas maneras. Él sale a nuestro encuentro en medio de las tragedias con su Corazón traspasado como en la cruz. El Señor no está ausente en nuestra historia. Viene hoy a nuestro encuentro a través de los hombres en los que Él se refleja rescatando a los que han quedado atrapados; acompañando mediante sus sacramentos y su Palabra; solidarizándose con los que han perdido sus hogares o sus familias. En medio del dolor profundo y de la inseguridad de lo que pueda seguir, experimentamos el amor de Dios, percibimos su presencia y, de este modo, aprendemos también a reconocerla en nuestras vidas. Él nos ha amado primero y sigue amándonos primero; por eso, nosotros podemos corresponder también con el amor concreto. 

Hoy es un día para portarnos como auténticos cristianos, viviendo no como quien solo suspira diciendo: ¡Ay, pobres!; sino como quien se identifica plenamente con lo que ha pasado, así esté cerca o lejos sabiendo descubrir la presencia de Dios que acompaña. ¡«Cantamos canciones tristes y no han llorado»! reclama Jesús en el Evangelio de hoy (Lc 7,32). ¿Qué cómo podemos solidarizarnos? Cada quien lo sabe según donde está. Nuestros pensamientos y emociones, como discípulos-misioneros no pueden —y menos ahora— dejarse llevar por la amargura, la tristeza o el resentimiento con Dios por lo que ha sucedido. Depositemos nuestra confianza en Dios y conservemos, junto con la confianza en Él, la paz interior para poder ayudar como podamos. ¿Estamos dispuestos a intentarlo? Es ante los grandes problemas cuando más solidarios debemos ser; son oportunidades que la vida nos pone para mostrarnos más humanos, más comprensivos ya que en la adversidad, es cuando más podemos ser hermanos. ¡Qué la Santísima Virgen, la Madre de Dios y Madre nuestra, que vibra como toda mamá con el sufrimiento de sus hijos, nos ayude a ver y decidir, qué es lo mejor que podemos hacer! 

Padre Alfredo.

lunes, 18 de septiembre de 2017

«Señor, yo no soy digno»... Un pequeño pensamiento para hoy

Ayer domingo, Jesucristo nos invitaba en el Evangelio a perdonaros unos a otros hasta 70 veces 7, es decir, siempre (cf. Mt 18,21-35) y a reconocer que todos somos pecadores que hemos sido perdonados por Dios una y otra vez. De hecho, cada vez que celebramos la Santa Misa, tanto el celebrante como toda la asamblea tenemos que reconocerlo y hemos de pronunciar, juntos, antes de comulgar, una frase basada en las palabras que aquel centurión (Oficial romano) que se acercó a Jesús pidiendo la curación de su criado le dijo: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya, bastará para sanarme» (cf. Lc 7,6). Hoy lunes nos disponemos a retomar nuestra semana laboral y de estudios con la conciencia de que somos pecadores y nadie es perfecto y como el centurión decimos en la Eucaristía. Hoy lunes, se presenta ante nuestra mirada y ante nuestro corazón este texto de la curación del criado (Lc 7,1-10) porque el Señor es bueno y quiere que veamos, que, aunque no somos dignos de recibirle, invocamos de todo corazón su misericordia suplicando no solamente por nosotros, sino por los nuestros, así sintonizamos con la humildad de este pagano, ya creyente, que, sin pertenecer al pueblo de Dios, encontró por la fe al Mesías, quedando su ejemplo como modelo admirable, como respetuoso con sus criados, preocupado por la salud de su criado, bienhechor de los judíos en la construcción de la sinagoga (lugar de la Palabra y de la oración) y creyente en Jesús, aun proviniendo del mundo pagano. ¡Cuánto hay que aprender de todos!

La fe del centurión es alabada por Jesús (Lc 7,9). La suya es una fe sencilla, expresada en esta frase feliz que seguimos repitiendo como la mejor y más acertada al acercarnos a la comunión eucarística. Fe sin complicaciones. Basta –según comprendemos con las palabras del Centurión– que Jesús quiera y lo ordene, sin necesidad de la presencia física. El evangelista no nos dice cómo llegó el Centurión a saber de Jesús. Tal vez haya sido por los milagros que había realizado; o que, al comprobar que con los médicos y la medicina ya no se podía hacer más, familiares o amigos le hablaran de Jesús como taumaturgo. Pero el hecho fue que, cuando se decidió a enviar a aquellos notables judíos a Jesús, sabía de tal forma de él, que creía. Y Jesús, al verlo, accede, poniéndole de modelo de fe en él. La fe es la confianza total en la persona y mensaje de Jesús. Como los soldados cumplían las órdenes del centurión (Lc 7,8).

«No te molestes», «yo no soy digno», subraya san Lucas en boca de las palabras del centurión, palabras que ayudan a comprender el gran paso que hizo a sí mismo. Él se siente indigno, incompetente, inadecuado. Tal vez el primer gran avance en el camino de fe con Jesús sea la siguiente: el descubrimiento de nuestra gran necesidad de él a pesar de nuestra condición de pecadores, su presencia a nuestro lado a pesar de que no somos dignos y la conciencia cada vez más seguros de que por sí solos, no podemos lograr nada, ni siquiera perdonar una pequeña ofensa, porque somos pobres, somos pecadores. Pero somos infinitamente amados por Jesús. El centurión ahora cree, expresa su fe de forma clara, serena confianza, sencilla. Mientras Jesús caminaba hacia él y hacia su criado (Lc 7,6), el centurión también estaba haciendo su camino, pero un camino hacia su interior, hacia su propio corazón. Estaba cambiando, se estaba convirtiendo en un hombre nuevo confiando en el Señor y en sus planes. Primero, aceptó la persona de Jesús y luego, también su palabra. Porque Cristo es el Señor y, como tal, su palabra es eficaz, real, de gran alcance, capaz de operar lo que dice. Todas las dudas se han derrumbado, todo lo que queda es la fe que de cierta confianza en la salvación en Jesús. Mantengamos siempre en nuestra vida, corazón y mente, la fe, con estas palabras del centurión: «Basta que digas una palabra» y guardemos esa palabra en el corazón, como María, la mujer de Fe que siempre creyó. ¡Bendecido lunes y una maravillosa semana!

Padre Alfredo.

domingo, 17 de septiembre de 2017

«SOLTAR LAS AMARRAS»... Un pequeño pensamiento para hoy

Jesús nos invita este domingo a «soltar amarras» (Mt 18,21-35). El Hijo de Dios, el Señor del Perdón nos pide que perdonemos siempre, que no guardemos en nuestro corazón ninguna clase de rencor ni agravio. Él nos llama a «soltar las amarras» abriendo nuestro corazón a la paz interior, a la alegría de ser hijos de Dios y al amor de vivir como hermanos. Y todo eso viene a nosotros cuando perdonamos, cuando caminamos en una dinámica misericordia y compasión. Pedro se acerca a Cristo y le habla con confianza, le pregunta con sencillez: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?» (cf. Mt 18,21). Pedro pone como medida el perdonar siete veces porque tal vez pensó que se quedaba corto, pues difícilmente se ofende a alguien siete veces y otras tantas se le pide perdón. Pero el Señor, de modo inesperado, le invita a «soltar amarras», multiplicándole por mucho aquel número. En realidad, aquello equivalía a un perdonar siempre, por muy grande que fuese la ofensa recibida. Pues si Cristo nos perdona las ofensas, cómo no vamos nosotros a perdonar las ofensas que nos hagan. Este, sabemos, es un punto clave del mensaje cristiano.

Yo creo que todos hemos tenido la experiencia de haber ofrecido el perdón y, a la vez, quedarnos con una sensación de fracaso. Como si aquel que perdona y olvida, es el que da su brazo a torcer. Pero Jesús nos enseña que la grandeza del hombre está en su capacidad de perdonar. El secreto de esto está en cerrar los ojos y abrir el corazón. Cuando se vive íntimamente unido a Cristo, no hay obstáculo insalvable ni ofensa gigantesca. Si muchas heridas permanecen abiertas (en las familias, en la sociedad, en la iglesia, en las comunidades, parroquias, política, etc.,) es en parte porque nos falta vivir esa intimidad. ¡Y lo digo empezando por mí! Por esa falta de comunión íntima con el buen Jesús que nos invitará siempre a «soltar amarras». Qué bueno sería que no nos miráramos demasiado a nosotros mismos, para no asustarnos al ver la miseria, y que bueno sería que no dejáramos tirados en la cuneta a quienes han hecho tanto por nosotros y que han presentado alguna falla, o cometido algún error que nos afecta. Apostar por la familia, por la Iglesia, por la comunidad, por la parroquia, por ser católicos (universales) nos exige y nos empuja a remar mar adentro, «soltando amarras» y buscando la misericordia y la compasión del Señor para nosotros mismos y para los demás. 

La deuda de «muchos millones» de la que habla Mateo era grandísima. La deuda de poco dinero no era casi nada. No existe medio de comparación entre los dos deudores (Mt 18,23-34). Aunque el deudor con todo y su mujer y sus hijos fuesen a trabajar la vida entera, jamás serían capaces de liquidar el adeudo. Ante el amor de Dios, que perdona gratuitamente nuestra deuda, es nada más que justo el que nosotros perdonemos al hermano una deuda insignificante... ¡setenta veces siempre! ¡El único límite a la gratuidad del perdón de Dios es nuestra incapacidad de perdonar al hermano! (Mt 18,34; 6,15). El perdón es la perfección de la caridad. Nos cuesta mucho, porque requiere que venzamos nuestro orgullo y que seamos humildes, que «soltemos amarras». Pero solamente así podemos ser sus discípulos–misioneros y lanzarnos mar adentro, en el mar de su misericordia. El que no sabe perdonar no ha conocido todavía la plenitud del amor. No debemos preocuparnos por la correspondencia del otro si hemos hecho lo que estaba de nuestra parte. Cada uno es diverso y, por lo tanto, cada uno dará cuentas a Dios de lo que haya hecho con su vida y con sus acciones. María es Madre del Dios que perdona y por eso podemos decir que ella es Madre del perdón. A los pies de la cruz, María vio a su Hijo ofrecerse totalmente a sí mismo y así dar testimonio de lo que significa amar como Dios ama «sin amarras». En aquel momento escuchó a Jesús pronunciar palabras que probablemente nacían de lo que ella misma le había enseñado desde niño: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc. 23,34). ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 16 de septiembre de 2017

«El amor a la patria»... Un pequeño pensamiento para hoy


El amor a la patria —en mi caso y de muchos de ustedes, México— es un valor cívico que todo ser humano puede aprender en la familia, en la escuela y cuyos frutos deberían cosecharse en la sociedad, en el ir y venir de cada día, cuando con nuestro granito de arena, nos convertimos en hombres y mujeres útiles a la sociedad. La patria la simbolizamos en una bandera, en un himno de la nación y en muchos otros signos sirven para concretizar ese amor, pero, el amor a la Patria, va más allá que lo que celebramos la noche del 15 de septiembre y este 16 todo el día recordando la independencia. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que el cuarto mandamiento se extiende a los deberes de los ciudadanos respecto a su patria (2199) «El amor y el servicio de la patria forman parte del deber de gratitud y del orden de la caridad». (2239). San Juan Pablo II, en su libro «Memoria e Identidad», tocando el tema de la patria dice: «Si se pregunta por el lugar del patriotismo en el decálogo, la respuesta es inequívoca: es parte del cuarto mandamiento, que nos exige honrar al padre y a la madre… El patriotismo conlleva un especial tipo de actitud interior, desde el momento que también la patria es verdaderamente una madre para cada uno. Patriotismo significa amar todo lo que es patrio: su historia, sus tradiciones, la lengua y su misma configuración geográfica. La patria es un bien común de todos los ciudadanos y, como tal, también un gran deber».

En los últimos años, los creyentes hemos visto a México sufrir mucho. Nos sentimos mal como ciudadanos, pedimos perdón por tantos daños cometidos y a veces hasta pensamos que estamos tropezando con la misma piedra y no tenemos solución ante el pecado social que se extiende y se extiende en nuestra patria. ¿Pero cuál solución podemos encontrar? San Lucas (Lc 6,43-45) nos presenta en su evangelio la parábola del árbol que da buenos frutos. «Porque no hay árbol bueno que dé fruto malo y, a la inversa, no hay árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto». El católico bien formado en la fe y en la tradición de la convivencia como miembro de un pueblo que camina, hace crecer dentro de sí una buena manera de ser que lleva al hombre y a la mujer de fe a practicar el bien dando buenos frutos, pero la persona que descuida su formación, tendrá dificultad en producir frutos buenos. «porque de la abundancia del corazón habla la boca» (Lc 6,45). Vale la pena, en este 16 de septiembre, recurrir también al libro del Eclesiástico que dice: «Déjate llevar por lo que te dicta el corazón, porque nadie te será más fiel que él: el alma de un hombre suele advertir a menudo mejor que siete vigías apostados sobre una altura. Y por encima de todo ruego al Altísimo, para que dirija tus pasos en la verdad.» (Ec 37,13-15). ¿En dónde está puesto el corazón del católico mexicano? ¿Cuáles son los principales intereses de ese corazón? ¿Sabe ese corazón vivir en la libertad e «independencia» de los hijos de Dios?

Hoy escribo poco, y más bien quiero dar espacio a esta oración por la Patria que les invito a rezar: «Omnipotente Dios, que nos has dado esta hermosa tierra mexicana por heredad, humildemente suplicamos tu ayuda para mostrarnos siempre como un pueblo reconocido de tu favor, siempre acompañado de santa María de Guadalupe y gozoso de hacer en todo momento tu voluntad. Bendice nuestro país, tan golpeado por la violencia y la indiferencia, con la labor honorable, el conocimiento íntegro y el renacer de costumbres virtuosas entre sus habitantes. Guárdanos del orgullo, de la arrogancia y de todo pecado social. Defiende nuestras libertades, y forja un pueblo unido en un solo corazón. Inviste con el espíritu de sabiduría a quienes en tu Nombre confiamos la autoridad del gobierno, para que haya justicia y paz en el país y que, por medio de la obediencia a tu ley, manifestemos tu alabanza entre las naciones de la tierra. En tiempo de prosperidad, llena nuestros corazones de gratitud, y en el día de la angustia, no permitas que nuestra confianza en ti desfallezca; todo lo cual te pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén. ¡Viva México! ¡Vivan los héroes que nos dieron patria! ¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Viva Cristo Rey!

Padre Alfredo.

ORACIÓN POR NUESTRO PUEBLO...


Señor Dios, Rey Omnipotente:
en tus manos están puestas todas las cosas.
Tú quieres salvar a tu pueblo
y nadie puede resistir a tu voluntad.
Tú hiciste el cielo y la tierra 
y todo cuanto en ellos se contiene.
Tú eres el dueño de todas las cosas.
¿Quién podrá resistir a tu majestad?

Señor Dios de nuestros padres:
ten misericordia de tu pueblo
porque los enemigos del alma
quieren perdernos
y las dificultades que se nos presentan
son muy grandes.
Tú has dicho:
«Pidan y se les dará. El que pide recibe.
Pero pidan con fe».
Escucha, pues, nuestras oraciones.
Perdona nuestras culpas.
Aleja de nosotros los castigos
que merecemos
y haz que nuestro llanto
se convierta en alegría,
para que, viviendo,
alabemos tu Santo Nombre
y continuemos alabándolo
eternamente en el cielo. Amén.

viernes, 15 de septiembre de 2017

La revisión de vida en el andar de una comunidad...


La revisión de vida es algo muy necesario en toda comunidad —dígase familia, grupo, fraternidad—. Es un incentivo que tiene como finalidad la purificación de cada uno de los miembros que caminan al unísono en un grupo, la ayuda mutua espiritual, el crecimiento de la vida de los que viven el compromiso cristiano fraternalmente, el conocimiento recíproco de los miembros, el amor mutuo, la solidaridad con todos, la confianza de los unos con los otros, la vida que imita a los apóstoles con Cristo. 

La revisión de vida se realiza dentro de un clima de oración y respeto. Hay que tener bien claro que es una «revisión de vida» que hará cada uno de los miembros compartiendo de su propia vida y respetando las vidas de los demás. Hay varias formas de hacer una revisión de vida. Aquí te muestro una que puede ayudarte:

FASES DE UNA REVISIÓN DE VIDA:

1. Se sientan todos en círculo, propiciando un silencio respetuoso de recogimiento y se invoca al Espíritu Santo (puede ser una oración o un canto apropiado).

2. Se hace un examen de conciencia particular durante algunos momentos (se pueden dar pistas para orientar la revisión de vida a uno o varios aspectos).

3. Vienen luego las manifestaciones individuales, en donde uno tras otro va explicando a los demás miembros del grupo lo que está experimentando en su interior a nivel de oración, de estudio, de trabajo, de relaciones interpersonales, de la familia, de algún cargo o comisión que tenga, etcétera; expresando con sencillez cómo se siente.

4. Además de hablar de sí mismo, se puede hablar de la marcha de la comunidad, cómo la ve, cómo la siente; pero sin acusar ni atacar a nadie. Puede ser, por ejemplo, que alguno manifieste su parte de culpa en las cosas que no van como deberían ir, y manifestar su resolución como aportación personal para impulsar o corregir algo que se tenga que mejorar.

5. Puede ser que al terminar de hablar todos, alguno o algunos quieran decir algo más.

6. Quien dirige la revisión de vida tErmina con una exhortación y viene luego la oración final y un canto.

REGLAS IMPORTANTES PARA LA REVISIÓN DE VIDA:

1. Nadie tiene que ser obligado o forzado moralmente a manifestarse si no quiere.

2. Cada uno tiene que hablar tan solo de lo que libremente quiera, es decir, de lo que percibe como un bien para sí y para los demás, o como un mal para sí mismo.

3. También puede hablarse de los demás que están presentes, pero no hablar nunca mal, ni acusar, juzgar o atacar. Puede decirse de los demás lo que en su conducta hace bien y sirve de ayuda al grupo, pero siempre con sencillez y discreción, sin adular ni poner a nadie en apuros; tomando en cuenta que siempre habrá miembros de la comunidad que por motivos familiares, de trabajo o de amistad, conviven más y se conocen mejor.

4. Hay que justificarse de la conducta propia solamente en lo que haya que aclarar para evitar el escándalo y la interpretación menos justa. Por ejemplo: no haber asistido a una reunión importante por tal o cual causa justificada, etc.

5. Ser humildes y presentar con sencillez las propias debilidades humanas sin justificarlas. Es decir, abrir el corazón a los demás miembros del grupo en un ambiente de confianza familiar.

6. No hablar de cosas —aunque sean verdaderas— que pueden escandalizar a las personas con poca experiencia o que son nuevas en esta experiencia.

7. Eventualmente, los que escuchan, pueden responder a la persona que se manifiesta, para animarla, para ayudarle a expresar lo que se comprende que quiere externar y se le dificulta, o para pedirle que aclare mejor algo de lo que haya dicho y que no se haya comprendido bien.

LO QUE DEBEN HACER LOS DEMÁS MIENTRAS ALGUNO SE MANIFIESTA:

1. Escuchar con respeto y atención.

2. Acoger y aceptar con amor y comprensión todo lo que se manifiesta.

3. No criticar en público lo que uno ha dicho en la revisión de vida, aunque se trate de algo que no debería haber dicho. En ese caso hay que aceptar incluso ese error y pecado, y luego, en particular, el padre de familia, el dirigente, el asesor o quien dirige la revisión, puede comentarle algo, sugerir alguna cuestión o corregir.

CON LO QUE HAY QUE TENER CUIDADO EN UNA REVISIÓN DE VIDA:

1. Estar con ánimo de participar en la revisión cooperando. Porque puede haber algunos que sean tímidos y que estén esperando la participación de otros para animarse a hablar.

2. Puede haber personas que no conozcan mucho o participen poco en la comunidad y por eso no sientan confianza. Hay que ayudarles antes a disponerse a participar.

3. Puede que haya algunos que no quieran hablar por falta de sencillez. A estos sí hay que ayudarles a vencer eso y participar.

4. El que dirige la revisión, o las personas que tengan cargos o responsabilidades y estén presentes, deben de tener cuidado de no mostrarse autoritarios o aparecer como los que todo lo saben y todo lo hacen bien.

5. Hay que hacer a un lado la falsa humildad.

SOBRE LA ORACIÓN FINAL EN LA REVISIÓN DE VIDA:

1. Puede ser dirigida espontáneamente por una sola persona o tenerla preparada antes.

2. Puede ser una acción de gracias al Señor por las cosas buenas que han sucedido en la comunidad. Puede ser participada o realizada por una sola persona con una respuesta común.

3. Se pueden hacer algunas promesas de esfuerzo personal y comunitario para el buen ejemplo en la perseverancia. Cada miembro de la comunidad puede ir expresando algo.

4. Pueden hacerse propósitos por escrito y quemarlos al final en una fogata.

5. Puede recurrirse a otras formas, un canto, algo expresado por escrito, etc.

EL SECRETO PROFESIONAL O SIGILO EN LA REVISIÓN DE VIDA:

Es muy importante que todos los participantes en la revisión de vida sean conscientes de que cuanto ha tenido lugar en la sesión, es decir, todo lo que cada uno ha manifestado, es considerado materia de sigilo o secreto profesional. Cada uno puede hablar con los demás tan solo de sus propias manifestaciones. Solamente por causa grave se podrá comentar con quien ha dirigido la revisión, siempre en privado y con la debida seriedad.

UN EJEMPLO DE PREGUNTAS PARA LA REVISIÓN DE VIDA DE UN GRUPO APOSTÓLICO:

1. LA VIDA DE ORACIÓN.
.- ¿Hago, o trato de hacer de mi vida una oración?
.- ¿Busco la presencia de Jesús en lo sencillo y rutinario de cada día?
.- ¿Tengo cuidado de servirle a mis hermanos viendo en ellos a Cristo?

2. LA RELACIÓN CON LOS DEMÁS.
.- ¿Trato de animarlos cuando noto que atraviesan un momento de crisis?
.- Justifico sus errores en vez de criticarlos, sin conocer los motivos de sus faltas?
.- Les doy con mi ejemplo, con mi vida, con mis actitudes, una imagen fiel de Jesús?

3. LA RELACIÓN CON LA COMUNIDAD.
.- ¿Doy dentro y fuera de mi comunidad el ejemplo que Dios espera de mí?
.- ¿Mi asistencia a las actividades de la comunidad es por costumbre o por verdadera convicción y amor?
.-¿Cómo siento que me muestro fuera del grupo, en mis actividades ordinarias?
.- ¿Me esfuerzo por darme a mi comunidad?
.- ¿Trato de animar a los miembros que noto desalentados?
.- ¿Soy positivo en mi relación con la comunidad, apoyando los proyectos aunque no hayan surgido de mi creatividad personal o no me agraden del todo?

MI VIDA APOSTÓLICA:
.- ¿Hago de mi vida de familia, estudio o trabajo un campo de misión?
.- ¿Rezo por los miembros de mi comunidad, especialmente por quienes se encuentran en dificultades?
.- ¿Me acuerdo de orar por todos los misioneros del mundo entero?
.- ¿Procuro vivir la conversión intensamente?
.- ¿Cuál es mi colaboración para la conversión del mundo?
.- ¿Me esfuerzo por vivir la caridad y las demás virtudes cristianas?

Recordemos finalmente que, en el modo de proceder del grupo de revisión de vida, hay un supuesto de fe. Dios se manifiesta y revela su proyecto de salvación en los acontecimientos cuando estos son acogidos y leídos desde la persona de Jesús de Nazaret, centro y sostén de nuestras vidas. En consecuencia, la revisión de vida lleva al encuentro con Dios y a una mayor disponibilidad para hacer su voluntad en las circunstancias concretas en las que transcurre la vida cotidiana de una comunidad. Se pretende llegar, con ayuda de la revisión de vida, a una actuación que se pueda llamar cristiana; para ello, en docilidad al Espíritu Santo, hay que llegar a tener «los mismos sentimientos de Cristo Jesús» (Flp. 2,5).

P. Alfredo Delgado, M.C.I.U.

ALGUNOS TEXTOS BÍBLICOS PARA MEDITAR EN EL PECADO...


VENCER EL EGOÍSMO:
«Las Malaventuranzas» Lc 6,24-26.
«El rico Epulón y Lázaro» Lc 16,19-31.

TENER CUIDADO CON LOS PECADOS DE OMISIÓN:
«No hacen nada, eso es pecado» St 4,19.
«¡No has amado» Mt 25.

HACER A UN LADO LA MENTIRA:
«Amar las tinieblas y odiar la luz» Jn 3,19-21.
«El padre de la mentira» Jn 8,13-59.

NO ACTUAR COMO LOS FARISEOS:
«Mentira, vanidad e hipocresía» Mt 23.
«Coquetería y codicia religiosa» Mc 12,38-40.

VER LA FEALDAD DEL PECADO:
«Degeneración» Rm 1,24-32.
«Las obras de la carne» Gál 5,19-26.
«Una lista de pecados» Ef 5,1-19.

NO COMPARARSE Y SENTIRSE MÁS:
«La viruta en el ojo ajeno» Mt 7,1-5.
«La oración farisaica» Lc 18,9-14.
«Peores que las prostitutas» Mt 21,28-32.
«San Pablo, el primero de los pecadores y
el último de los apóstoles» 1 Tim 1,15-17; 1 Cor 15,9.
«Mucho se les pedirá» Lc 12,35-48.

NO DUDAR DE QUIÉN ES DIOS:
«Porque nadie lo ha visto nunca» 1 Tim 6,13-16.
«Porque no tiene acepción de personas» Hch 10,34-43.
«Porque es perfecto en su amor y misericordia» Mt 5,48.

ADMIRARSE DEL PECADO:
«¡El pecado mora en mí!» Rm 7,14-25.
«¡Soy un pecador» Lc 5,4-11.

«NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES»... Un pequeño pensamiento para hoy

El camino de fe de todo católico, está unido de manera indisoluble a la Santísima Virgen María de manera especial desde aquel momento en que Jesús, muriendo en la cruz para salvarnos, nos la entregó como Madre diciendo: «He ahí a tu madre» Son muchas las estampas que muestran a la Madre de pie junto al Hijo de Dios crucificado. María, la mujer fuerte, que no se deja abatir. «Stabat Mater Dolorosa!» canta la liturgia en latín alabando la presencia silenciosa de la Madre que apoya al hijo en su entrega hasta la muerte, y a la muerte de cruz (cf. Fil 2,8). De María se habla poco en el Nuevo Testamento, y es más... ella misma habla menos aún. Ella es la Madre del silencio. La Sagrada Escritura conserva apenas siete palabras de la Virgen. Cada una de estas es como una ventana que permite mirar hacia dentro de la casa y del corazón de María para descubrir cómo se relacionaba ella con Dios. La llave para entender todo esto nos la da san Lucas en esta frase: «Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica.» (Lc 11,27-28).

Las siete palabras de la Virgen, a quien este viernes 15 de septiembre la admiramos como «Nuestra Señora de los Dolores», son estas: 1ª: «¿Cómo puede ser esto si no conozco varón?» (Lc 1,34). 2ª: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.» (Lc 1,38). 3ª: «Engrandece mi alma al Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador» (Lc 1,46-55). 4ª: «Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo, angustiados, te buscábamos» (Lc 2,48). 5º: «¡No tienen vino!» (Jn 2,3). 6ª: «Haced lo que él os diga!» (Jn 2,5). 7ª: El silencio a los pies de la Cruz (Jn 19,25-27), que es más elocuente que mil palabras, al responder con la sola mirada a su Hijo Jesús que, desde su trono, la cruz, con sus palabras, nos deja su amor por nosotros en la Madre dolorosa y en ella el fruto de este amor que da la libertad. Cristo, el cordero de Dios, es el pastor que da su vida para reunir a todos en un solo rebaño, la Iglesia, que deja al cuidado especial de su Madre Santísima. La Madre está en la Iglesia en todo momento, especialmente en los momentos más dolorosos, porque Ella está al pie de la Cruz en el momento más importante en el cuál «Todo se ha consumado» (Jn 19,30) en la misión de Jesús. Allí es donde se cumplió la palabra profética del anciano Simeón: «Y a ti una espada te traspasará el alma» (Lucas 2,35). No es casualidad que este mismo evangelista, san Juan, subraye la presencia de la Madre de Jesús justo en el comienzo de la misión de Cristo, en las bodas de Caná, donde Juan usa casi la misma expresión: «Estaba allí la Madre de Jesús» (Jn 2,1).

Hoy vivimos en el mundo momentos muy dolorosos entre lanzamientos de misiles sin razón, guerras inventadas, un terrorismo impactante, secuestros, asesinatos, robos, asaltos, ataques a la Iglesia y sobre todo el dolor inmenso de percibir en la sociedad globalizada una ausencia de Dios que impresiona. María nos acompaña con su dolor, un dolor que no se encierra en sí mismo, cayendo en la desesperación, sino un dolor fértil en el que en cada uno de sus hijos vuelve a ser Madre en su existencia fecunda de amor. La maternidad de Nuestra Señora de los Dolores se expande sobre la faz de la tierra para acoger en sí a cada «discípulo amado» y en cada uno a toda la Iglesia. Ella ama a sus hijos participando del amor que brota de la Cruz de Jesús, de ahí que vive un simple sentimiento, sino un amor fecundo que brota del dolor que salvó al mundo transformando la muerte en vida. Ella se ofrece a sí misma junto con Jesús al Padre. María al pie de la Cruz no es la mujer derrotada que se apaga ante el dolor, sino la mujer fuerte que desde su identidad femenina y maternal encuentra fuerza en el dolor y así se convierte en expresión viva del evangelio y en aporte concreto a la redención del mundo. Termino la reflexión con una parte de la secuencia «Stabat Mater» que la Iglesia nos invita a rezar el día de hoy: «Ea, Madre, fuente de amor, hazme sentir tu dolor, contigo quiero llorar. Haz que mi corazón arda en el amor de mi Dios y en cumplir su voluntad... Déjame llorar contigo condolerme por tu Hijo mientras yo esté vivo. Junto a la Cruz contigo estar
y contigo asociarme en el llanto es mi deseo. Virgen de Vírgenes preclara no te amargues ya conmigo, déjame llorar contigo. Mañana reflexionaré sobre la Independencia, hoy le pedimos a Ella, la Madre Dolorosa que vele por este México lindo y querido. Amén.

Padre Alfredo.

jueves, 14 de septiembre de 2017

«Los enemigos»... Un pequeño pensamiento para hoy

El ser humano no vive en una burbuja de cristal, sino que tiene que vérselas todos los días con la familia, los amigos, los vecinos, los compañeros de trabajo, los amigos y los enemigos. Cada nuevo día hemos de aprender a vivir nuevos momentos en las relaciones humanas y las dificultades que éstas conllevan desde la óptica del Reino. Cristo nos enseña que, el manejo de las relaciones humanas, es el termómetro de la santidad, esto es, del vivir plenamente como hijos de Dios. En medio de las relaciones de cada día, el discípulo-misionero no es alguien «de palo», es un ser que es tremendamente humano y lleno de sentimientos, un ser al que le duelen las agresiones de los otros, las críticas, las afrentas, los engaños, los fraudes, los robos, las acciones de los enemigos, porque es frágil y vulnerable. Sin embargo, lo que caracterizará el comportamiento del discípulo-misionero, enseña Cristo, es la iniciativa en el amor: un amor que salva, que hace el bien, que depone el sentimiento de desquite, de venganza, de odio... revirtiendo los sentimientos negativos y las agresiones de los otros en impulsos de amor, como dicen los versículos 27 y 28 del capítulo 6 de san Lucas: «Amen a sus enemigos»... «Hagan el bien a los que los odien»... «Bendigan a los que los maldigan»... «Rueguen por los que los difamen»... 

En tiempos de Cristo sonaba e imperaba la llamada «Ley del talión»: Ojo por ojo, diente por diente. Entonces, esta ley se veía, no como una cuestión de venganza, sino como un modo eficaz de frenar la violencia y de poner límite a la venganza, para que el castigo nunca fuera mayor que la ofensa. Pero Cristo viene a proponer otro camino, en el Reino de Dios sólo deben brillar el amor y el perdón: «¡Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso!» (Lc 6,36). Los que siguen a Jesús han de ser unos luchadores enérgicos y sin descanso contra toda injusticia y desigualdad. Pero, han de hacerlo sin odio, sin venganza. Más aún, perdonando y amando a los enemigos, a los que nos odian o nos desean mal, a los que nos injurian, a los que nos maltratan, a los que nos critican y se burlan de nosotros. El amor generoso, la misericordia del Padre manifestada hacia nosotros en Jesús, nos ha de llevar a ser siempre instrumentos de amor, paz y perdón, pero... ¡cuidado!, que perdonar al enemigo no es quedarse como un pobre hombre derrotado o una persona «apachurrada», sin dignidad. El señor Jesús perdonó al que le dio la bofetada. No respondió con otro golpe ni con una maldición. Pero, a quien le golpeó, le hizo una corrección evangélica con amor y serenidad: «Si he obrado mal, demuéstrame en qué; pero, si he hablado bien, ¿por qué me pegas?» (Jn 18,23).

Amar al enemigo significa entonces, reconocer en primer lugar que en el día a día existen relaciones problemáticas, difíciles; enemistades y enemigos; y que, en segundo lugar, hay que romper con la lógica humana de la devolución del golpe (generalmente acrecentada en nuestro mundo de hoy), para desestabilizar la estructura de la enemistad y abrir alguna rendija para una relación diferente, tal vez distante, fría, pero de respeto, como la de Cristo con el que lo golpeó. Jesús no nos pide que seamos medio mensos y nos traguemos todo tipo de injusticias. No somos tontos, reconocemos al enemigo como tal, pero somos invitados a arrebatarle su lógica. Cuantas veces el mismo Cristo, sin decir nada, pasó por en medio de sus enemigos sin insultar o buscar regresar el mal recibido en los ataques, las agresiones y las supuestas exigencias (cf. Lc 4,30). Sólo una respuesta como la de Cristo, contrastando con el esquema común, puede quebrar la espiral de la violencia en el mundo. Con ello, se hace un anuncio del reino que ha de venir y que ya llegó con Jesús. El amor no puede depender de lo que recibimos del otro. El verdadero amor tiene que querer también el bien del otro, independientemente de lo que él o ella hagan por mí... «Hijo, no tienen vino», le dijo María a Jesús (Jn 2,3). El amor tiene que ser creativo, pues así es el amor de Dios para nosotros: «¡Sean misericordiosos como el Padre celestial es misericordioso!» Acompañemos hoy jueves a Jesús en la Eucaristía en Misa y en Adoración y como amigos de Él con María, podemos amar a su estilo.

Padre Alfredo. 

miércoles, 13 de septiembre de 2017

«ENGANCHADOS»... Un pequeño pensamiento para hoy

Por el bautismo, hemos quedado «enganchados» con Cristo, porque el Padre Misericordioso nos ha hecho sus hijos adoptivos, esto exige caminar a su lado buscando los bienes que nos promete, bienes eternos que nos hacen dichosos o bienaventurados. Si nuestro corazón, en lugar de vivir «enganchado» con Cristo, se queda atrapado en el inagotable eslabón de los bienes efímeros, no podremos gozar de la dicha de vivir unidos a Él, ni podremos resucitar a esa vida nueva que Él nos da gratuitamente y que nos hace bienaventurados desde nuestro andar por este mundo. Con las Bienaventuranzas, Jesús comienza el mensaje del Reino que nos promete. Éstas son un conjunto de propuestas o consejos valiosísimos que conocemos más en el Evangelio de San Mateo (Mt 5,1ss), pero que también están en san Lucas (Lc 6,20-23); todas ellas van encaminadas a buscar y vivir siempre con nuestro corazón lleno de confianza y puesto en Dios, «enganchado» con Él en Cristo. Los pobres, los que lloran, los que tienen hambre; los anawin del Antiguo Testamento son los que pusieron su confianza en Dios, viviendo la pobreza esperando el cumplimiento de las promesas y por eso son bienaventurados.

Sobre las bienaventuranzas se ha dicho y escrito de todo. Para Gandhi eran «la quintaesencia del cristianismo», en cambio, para Nietsche, eran una maldición, ya que según él atentan contra la dignidad del hombre. Entre estos dos extremos podemos encontrar explicaciones para todos los gustos. Ciertamente la comunidad a la que san Lucas escribió directamente su Evangelio, que vivía en medio de una constante persecución, necesitaba oír esta promesa. Pero yo creo que nosotros, también hoy, en nuestro tiempo, la necesitamos oír. Hay héroes sin nombre en medio de este mundo globalizado que viven pobres, que sufren hambre, que han sufrido porque este mundo no aprecia sus valores y principios cristianos. Jesús dice; «Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo. Pues así trataron sus padres a los profetas (Mt 6, 23). Intentar explicar estas bienaventuranzas racionalmente a un mundo que parece haberse estacionado en el materialismo consumista, es una quimera, porque su dinámica va más allá de toda lógica. Se trata sin duda del mensaje más original y provocativo de todo el Evangelio. No son nada fáciles de entender y de poner en práctica pero son el «programa», la «tarjeta de identidad del cristiano». Necesitamos re-estrenarlas, porque muchos cristianos han abandonado la vivencia interior y el compromiso social. ¿Por qué mandar a los damnificados por el terremoto la ropa que «ya no sirve»? ¿Por qué buscar las latas «vencidas» para deshacerse de ellas donándolas a la cruz roja? ¿Por qué se escuchan expresiones como «¡Si quiera que no vivimos en Oaxaca»! en lugar de «A ver qué más podemos hacer por nuestros hermanos de Oaxaca»? ¿Qué es lo que nos falta?

Detrás de las bienaventuranzas, san Lucas pone cuatro imprecaciones contra los que, sólo confían en sus riquezas, en su bienestar, en su superioridad; los que se han quedado atrapados en la mundanidad, contrarios al espíritu de las bienaventuranzas, cuyo dios «don dinero» los mantiene cautivos (Lc 6,24-26). Sabemos que el Reino está cimentado en el encuentro con el Dios que es amor y en la entrega a los hermanos, por eso las bienaventuranzas no son mandamientos o preceptos, sino simples proclamaciones que invitan a seguir un camino inusitado hacia la plenitud humana desinstalándonos del mundo para «engancharnos» más a Cristo. Las bienaventuranzas nos hacen ver que el valor supremo no está en lo externo que atrapa y cautiva, sino dentro del discípulo–misionero que está convencido de que otro mundo es posible. Un mundo que no esté basado en el egoísmo sino en el amor... ¡Todo un reto! Les comparto que meditar en la estrecha vinculación de la Virgen María con las bienaventuranzas, me ayuda en este «engancharme» al Señor, como ella, para tratar de transformar mi vida y la vida de los que me rodean... ¡Bendecido miércoles!

P. Alfredo.