En esta megalópolis, dramáticamente tocada por los terremotos, el transporte público funcionó gratis, acercándonos lo más posible a los necesitados. Taxis y carros privados tendieron la mano con letreros en los cristales que anunciaban el apoyo. El Gobierno de la urbe abrió alberges y centros de acopio a los que se ha sumado, como siempre, la Iglesia en donde, como en el colegio de las hermanas, bulle la acción solidaria y se va recuperando poco a poco el aliento. Ayer en la tarde el colegio se asemejaba a un campamento en plena guerra. Entre las monjitas, los policías federales, los Vanclaristas, los padres de familia, los de la marina, voluntarios y este padrecito en mano cadena; seguíamos las indicaciones de varios cartelones que nos señalan dónde iba la comida, los jabones, el agua, los productos de limpieza, las cajas y bolsas para empaquetar lo que se llevaba a hospitales y las zonas más dañadas por el sismo en Xochimilco y Morelos, a la vez que salíamos a las calles a ofrecer tortas, agua y un poco de consuelo como «Mateos portadores de la Buena Nueva» concretizada en la misericordia y la compasión.
El Evangelio de la Misa de hoy dice que «Mateo se levantó y siguió a Jesús» (Mt 9,9). Lo escueto del texto narra la prontitud con la que aquel hombre decidió seguir a Jesús... La respuesta de Mateo (un pecador como nosotros) fue inmediata, como ha querido ser la nuestra. La rapidez en la respuesta a la llamada, la generosidad en el seguimiento y la libertad con que relativiza todos los valores antes poseídos, nos hace comprender que ha nacido un hombre nuevo. ¡Tal vez hoy, con todo lo que estamos viviendo, renazcan muchos hombres y mujeres nuevos! Estos días están llenos de momentos colectivos heroicos y pequeños milagros individuales incontables. Aquí estamos con nuestro «Sí», como el «Sí» de María, como el «Sí» de Mateo. ¡Qué enseñanza tan grande nos dan Mateo y el temblor! Si fuéramos ya perfectos, nada tendríamos que convertir y Cristo no nos fuera necesario nada más que para ilustrar nuestro ego dando dar brillo a nuestro yo. Pero si nos sentimos endebles, frágiles, afectados por el temblor, como enfermos que desean la curación, entonces estamos en el camino que lleva al verdadero encuentro con la salvación, porque Jesús hoy también nos recuerda en su Palabra: «No son los sanos los que necesitan de médico, sino los enfermos. Vayan pues y aprendan lo que significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios». Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mt 9,12). Y yo, por mi parte, en medio de esta catástrofe, me siento llamado a ayudar en lo poquito que pueda. Amén.
Padre Alfredo.
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