domingo, 10 de septiembre de 2017

«La ley del amor»... Un pequeño pensamiento para hoy


San Pablo, el Apóstol de las gentes, fue siempre muy claro en sus palabras y en su testimonio de vida, porque sabía que hablaba y obraba impulsado por el Espíritu Santo. Para un judío de su tiempo era muy fuerte decir que toda la ley se resume en el amor, como asegura san Pablo (Rm 13,9). Los fariseos y autoridades judías decían que lo primero es cumplir la ley. Incluso ahora, nosotros solemos valorar la bondad social o religiosa de una persona por su cumplimiento de la ley. Sabemos que Cristo nos enseñó que el amor que ponemos en todo es lo que habla de la fe que profesamos. San Pablo dice que «uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera» (Rm13,10). Por supuesto, que para que esto sea cierto hay que entender siempre la palabra «amor» en un sentido auténticamente cristiano, como lo captó san Pablo, porque lo que es hoy, la palabra «amor» se usa en sentidos que no tienen nada que ver con el auténtico significado cristiano de esta palabra. El Evangelista san Mateo nos muestra cómo este amor es tan auténtico como el ver por el bien del hermano, buscando su salvación, aunque eso implique corregirle cuando ha errado (Mt 18,15).

Todos los que vivimos dentro de una comunidad, por muy amplia que esta sea, somos responsables, por amor y en el amor, los unos de los otros. Todos los cristianos podemos ser en algún momento mensajeros de Dios para amar ayudando a los hermanos a ser un poco mejores. Con nuestra palabra o con nuestro ejemplo. Siempre que actuamos con verdadero amor cristiano estamos siendo de algún modo auténticos mensajeros y profetas de Dios. Sólo actuando así seremos verdaderos discípulos–misioneros de Jesús de Nazaret. Los discípulos participan como una comunidad que se ama, en el culto: «Donde dos o tres estén reunidos en mi nombre...» (Mt,18,20), como unos hermanos que se saben unidos por el amor, en la oración: «Si dos de ustedes se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo...» (Mt 18,19), y como hijos que se saben amados por Dios que da siempre una misión que cumplir: «Todo lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo...» (Mt 18,18). Pero también y al mismo tiempo, como un grupo de hermanos que caminan alentándose en la corrección fraterna, preocupándose los unos de los otros: «Si tu hermano peca, repréndelo a solas...» (Mt 18,15)). La vivencia del amor, y el mantenerlo vivo, es, pues, responsabilidad de la comunidad y de cada uno de sus miembros. La construcción de la civilización del amor, de la que tanto hablaba san Juan Pablo II, no es exclusiva de ninguna persona en la comunidad sino de todos y cada uno.

Tal vez lo más difícil de todo esto sea la corrección fraterna, pues no se puede ejercer para salir victoriosos de alguna rencilla, para atacar a algún miembro de la comunidad o para vengarse. El Papa Francisco dice: «No se puede corregir a una persona sin amor y sin caridad. No se puede hacer una intervención quirúrgica sin anestesia: no se puede, porque el enfermo moriría de dolor. Y la caridad es como una anestesia que ayuda a recibir la cura y a aceptar la corrección. Llamarlo personalmente, con mansedumbre, con amor y hablarle» (Misa en Santa Martha 2014-09-12). Cada miembro de la comunidad precisa del favor que los hermanos en la en la corrección fraterna junto a otras ayudas imprescindibles como son la oración, la mortificación y el buen ejemplo, que constituye un medio fundamental para alcanzar la santidad, contribuyendo así a la extensión del Reino de Dios en el mundo. La familia es una comunidad, el grupo de amigos es una comunidad, la parroquia es una comunidad. Si como comunidad, nos reunimos, así como los apóstoles en torno a la Ley de Cristo con María (Hch 1,14), ella, la más amorosa de las Madres, nos ayudará a vivir en el amor nuestra vida fraterna en comunidad, algo que es del todo necesario porque, como dice san Juan de la Cruz: «Al atardecer de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor». Sería bueno preguntarse hoy: En nuestra comunidad, ¿se da amor a todos? ¿Son todos amados de una manera particular? ¿Cómo expreso el amor en mi comunidad? Cuándo tengo que decir algo a un hermano, familiar o amigo, ¿lo hago con la suficiente humildad y como fruto de mi amor por él? ¿He usado alguna vez la corrección fraterna para atacar a otro o para vengarme? ¡Bendecido domingo reunidos como comunidad en la Santa Misa en la que les pido me encomienden!

Padre Alfredo.

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