Dice el Evangelio que Jesús asombraba a sus contemporáneos porque «hablaba con autoridad» (Lc 4,36). La experiencia de los años, me ha enseñado que solamente podemos decir que alguien habla con autoridad cuando habla creyéndose a sí mismo lo que dice y viviendo lo que dice. Eso es lo que hace realmente creíble a quien habla «con autoridad». Jesús enseñaba a las gentes con autoridad porque hablaba desde su propia experiencia, de Dios Padre y de la vida. Nosotros, como discípulos–misioneros, hoy estamos llamados a hablar desde nuestra propia experiencia de nuestro encuentro con Jesucristo para poder hablar con autoridad. Jesús habla con autoridad derrotando el mal, lo podemos ver en fragmentos del Evangelio como Lucas 4,31-37, en donde expulsa un demonio. El texto dice que «Jesús lo increpó, diciendo: “Cállate y sal de este hombre”. El demonio salió de él, arrojándolo al suelo en medio de todos, sin hacerle ningún daño» (Mt 4,35). Este milagro del Señor, en el que hace que alguien vuelva a ser él mismo, luego de ser liberado del mal, se continúa repitiendo hoy. No son pocos los que, en este mundo desbocado, han estado poseídos de demonios, han sido esclavizados por el mal, y luego de un encuentro personal con Jesús, se han liberado.
Muchos de nuestros contemporáneos han sido librados del Internet mal utilizado, de la influencia de programas televisivos dañinos, de la publicidad malsana, del afán de tener cosas inútiles, del demonio del consumismo, etc. Jesús ha hablado con autoridad a muchos corazones que han dado un vuelco a su vida pasada y se han re-estrenado en el gozo de vivir para Cristo, pero, ¡no es fácil expulsar este poder que hoy aliena a tanta gente, y devolver las personas a ellas mismas!, se necesita gente que les hable «con autoridad», con esa autoridad que brota de un testimonio de vida coherente y atrayente a la vez. Jesús expulsaba el poder del mal y devolvía las personas a ellas mismas. El hombre endemoniado, que aparece en el relato, no es más que un títere en manos del mal, que no hace nada ni tiene voluntad y acaba aventado por el mismo demonio a la tierra, a los pies de Jesús (Lc 4,35). Es precisamente de allí, de la tierra, de donde Dios ha sacado al hombre (según nos narra el Génesis en el capítulo2), y es de allí de donde sólo Dios puede hacer la nueva creación del hombre nuevo. Aquel hombre seguramente se levantó con una mente y un corazón nuevos. Hoy, mucha gente vive alienada de sí misma y de todo. ¿Cómo devolverlas a ellas mismas? Al hablar con autoridad, Jesús suscitaba admiración entre la gente de su tiempo. Habría que preguntarnos si nosotros, como discípulos–misioneros que buscamos hacer presente a Cristo en el mundo, producimos alguna admiración en la gente de nuestro entorno y qué clase de admiración. Hay que levantar a esos, nuestros hermanos y amigos que han sido arrojados al suelo y, desde ahí, desde esa penosa debilidad en la que han quedado, animarlos a encontrarse con el Señor en su Palabra y en su Eucaristía.
Dios lo puede todo y el bien, el amor y la bondad, triunfan siempre sobre el mal. ¡Qué tremenda la autoridad de Cristo y qué tremenda la capacidad que nos transmite para que nosotros también hablemos con autoridad. Este texto, para el hombre y la mujer de fe, es un texto consolador que alienta y anima para enfrentar al mal con autoridad y levantar a los caídos, por con Cristo todo se puede, sobre todo, vencer al mal con su misma autoridad a fuerza de bien. Me quedo en Cristo y su autoridad... y no puedo ver más que está anclada en el amor del Padre que siempre salva. Si queremos hacer vida este evangelio, debemos partir del convencimiento de que nuestra santidad de vida es la única forma de «hablar con autoridad» para renovar nuestro mundo. El católico debe ser el testimonio viviente de la santidad que se opone y destruye la raíz de todo mal. Sólo María Santísima y el resto de los santos –y así se llamaban en los primeros tiempos todos los cristianos– pueden renovar la sociedad desde la raíz. ¿Por qué? Porque en ellas ya se obró la renovación del Espíritu y pueden hablar... con autoridad. ¡Que tengan un martes lleno de bendiciones!
Padre Alfredo.
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