¡Que alegría saber que somos parte de la familia de Jesús! «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la ponen en práctica» (Lc 8,21). Somos los cercanos a Cristo, los que le pertenecen, sus íntimos, su madre y sus hermanos, «los que escuchamos la Palabra de Dios y la queremos poner en práctica». Con María, su Madre, formamos parte de la familia cristiana, la familia católica y hemos de buscar ser como ella, porque nadie mejor que María escuchó la palabra que Dios le dirigió y la cumplió: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra» (Lc 1,38). Basta, para comprobar esto, ver la calurosa felicitación por medio de los labios de su parienta Isabel: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1,45). La actitud fundamental de la Santísima Virgen es la de apoyarse totalmente en la Palabra de Dios y seguirla. Ella está unida estrechamente a su Hijo Jesús, pero su relación con él no depende solamente de la maternidad, sino de la acogida, llena de fe y de obediencia, de la Palabra de Dios. Precisamente porque creyó en la Palabra de Dios fue que llegó a ser la Madre del Hijo santo de Dios. Entonces creo que sería bueno preguntarnos cada uno: ¿Mi escucha de la Palabra es como la de María?
Para Jesús, los verbos «oír» y «practicar», van juntos. En algún momento Él dijo que aquellos que viven unificando estos verbos, están construyendo su casa sobre roca y no sobre arena (Mt 7,24). De modo que éstos pueden ser fuertes en medio de las dificultades, como todas estas hemos estado viviendo desde hace 8 días, pues ya es martes y hace ocho días fue el terrible sismo que nos cambió la vida. ¡Por cierto! Aquí estamos sin agua desde ese día del terremoto y juntamos de aquí y de allá para bañarnos, para lavar trastes y demás... ¡un pequeñito problemilla para no olvidarnos de nuestros hermanos que lo han perdido todo y que también son parte de nuestra familia! Porque Jesús nos revela que cada miembro de la humanidad puede llegar a ser un miembro de su familia: «He venido para que todos tengan vida, y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). Así, la cercanía con Él no es algo que dependa de la situación social, de los logros que se hayan alcanzado o de la riqueza que se haya acumulado. Todo esto, como hemos visto con el terremoto, se acaba de un momento a otro. La familiaridad con Él, depende más bien de «oír la Palabra y ponerla en práctica». Jesús, con la predicación del Evangelio, nos invita a ser parte de su familia. Entonces surge otra pregunta: ¿Estoy yo entre los hermanos y hermanas de Jesús?
Para decir que somos familiares de Jesús, no podemos aducir que somos bautizados, que somos religiosos, que somos sacerdotes. Estos títulos en sí no valen nada si no podemos afirmar que somos los que escuchamos atentamente a Dios, lo que él nos dice a través de su Palabra y que lo ponemos en práctica haciendo de la Escritura, un alimento esencial de nuestra vida. Que cada uno de nosotros podamos decir de corazón como el salmista: «me adelanto a la aurora pidiendo auxilio, esperando tus palabras» (Sal 119,147). Pidamos asistencia a María Santísima, para que ella nos ayude a encontrar la mejor forma de escuchar su Palabra y actuar en consecuencia; para poder perfeccionar nuestra forma de escucharlo, y renovar nuestro entusiasmo para seguirlo. Y me viene una última pregunta: ¿Doy gracias por todos los beneficios que he tenido en mi vida por escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica? ¡Dios les bendiga y les regale un hermoso martes, dando gracias de que estamos aquí!
Padre Alfredo.
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