El ser humano no vive en una burbuja de cristal, sino que tiene que vérselas todos los días con la familia, los amigos, los vecinos, los compañeros de trabajo, los amigos y los enemigos. Cada nuevo día hemos de aprender a vivir nuevos momentos en las relaciones humanas y las dificultades que éstas conllevan desde la óptica del Reino. Cristo nos enseña que, el manejo de las relaciones humanas, es el termómetro de la santidad, esto es, del vivir plenamente como hijos de Dios. En medio de las relaciones de cada día, el discípulo-misionero no es alguien «de palo», es un ser que es tremendamente humano y lleno de sentimientos, un ser al que le duelen las agresiones de los otros, las críticas, las afrentas, los engaños, los fraudes, los robos, las acciones de los enemigos, porque es frágil y vulnerable. Sin embargo, lo que caracterizará el comportamiento del discípulo-misionero, enseña Cristo, es la iniciativa en el amor: un amor que salva, que hace el bien, que depone el sentimiento de desquite, de venganza, de odio... revirtiendo los sentimientos negativos y las agresiones de los otros en impulsos de amor, como dicen los versículos 27 y 28 del capítulo 6 de san Lucas: «Amen a sus enemigos»... «Hagan el bien a los que los odien»... «Bendigan a los que los maldigan»... «Rueguen por los que los difamen»...
En tiempos de Cristo sonaba e imperaba la llamada «Ley del talión»: Ojo por ojo, diente por diente. Entonces, esta ley se veía, no como una cuestión de venganza, sino como un modo eficaz de frenar la violencia y de poner límite a la venganza, para que el castigo nunca fuera mayor que la ofensa. Pero Cristo viene a proponer otro camino, en el Reino de Dios sólo deben brillar el amor y el perdón: «¡Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso!» (Lc 6,36). Los que siguen a Jesús han de ser unos luchadores enérgicos y sin descanso contra toda injusticia y desigualdad. Pero, han de hacerlo sin odio, sin venganza. Más aún, perdonando y amando a los enemigos, a los que nos odian o nos desean mal, a los que nos injurian, a los que nos maltratan, a los que nos critican y se burlan de nosotros. El amor generoso, la misericordia del Padre manifestada hacia nosotros en Jesús, nos ha de llevar a ser siempre instrumentos de amor, paz y perdón, pero... ¡cuidado!, que perdonar al enemigo no es quedarse como un pobre hombre derrotado o una persona «apachurrada», sin dignidad. El señor Jesús perdonó al que le dio la bofetada. No respondió con otro golpe ni con una maldición. Pero, a quien le golpeó, le hizo una corrección evangélica con amor y serenidad: «Si he obrado mal, demuéstrame en qué; pero, si he hablado bien, ¿por qué me pegas?» (Jn 18,23).
Amar al enemigo significa entonces, reconocer en primer lugar que en el día a día existen relaciones problemáticas, difíciles; enemistades y enemigos; y que, en segundo lugar, hay que romper con la lógica humana de la devolución del golpe (generalmente acrecentada en nuestro mundo de hoy), para desestabilizar la estructura de la enemistad y abrir alguna rendija para una relación diferente, tal vez distante, fría, pero de respeto, como la de Cristo con el que lo golpeó. Jesús no nos pide que seamos medio mensos y nos traguemos todo tipo de injusticias. No somos tontos, reconocemos al enemigo como tal, pero somos invitados a arrebatarle su lógica. Cuantas veces el mismo Cristo, sin decir nada, pasó por en medio de sus enemigos sin insultar o buscar regresar el mal recibido en los ataques, las agresiones y las supuestas exigencias (cf. Lc 4,30). Sólo una respuesta como la de Cristo, contrastando con el esquema común, puede quebrar la espiral de la violencia en el mundo. Con ello, se hace un anuncio del reino que ha de venir y que ya llegó con Jesús. El amor no puede depender de lo que recibimos del otro. El verdadero amor tiene que querer también el bien del otro, independientemente de lo que él o ella hagan por mí... «Hijo, no tienen vino», le dijo María a Jesús (Jn 2,3). El amor tiene que ser creativo, pues así es el amor de Dios para nosotros: «¡Sean misericordiosos como el Padre celestial es misericordioso!» Acompañemos hoy jueves a Jesús en la Eucaristía en Misa y en Adoración y como amigos de Él con María, podemos amar a su estilo.
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario