¡Qué barbaridad... ya se acabó septiembre! El mes de la Patria y de la Biblia se me fue como agua. Hoy hacemos cierre de mes celebrando a San Jerónimo, el hombre que en la antigüedad estudió más y mejor la Sagrada Biblia y que ha dado pie a que, en muchas comunidades, este mes se viva intensamente en torno a la Palabra de Dios. Todos sabemos que no ha sido un tiempo llevadero, ya que el mes ha transcurrido entre huracanes, temblores e inundaciones en diversas partes de México y el mundo. Situaciones todas ellas en las que, para muchos, no ha sido fácil aceptar la voluntad de Dios que, intempestivamente, ha permitido el lucimiento del poder de la naturaleza al canto de la aurora, durante el calor intenso del medio día o en la plena oscuridad de la noche con sorpresivas visitas en medio de su libertina naturaleza, que ha arrancado, sacudido y anegado, no solo la superficie de la tierra que es nuestra casa común, sino almas que han quedado desconcertadas y más que asustadas con los ojos abiertos o llenos de lágrimas ante socavones, edificios colapsados o casas inundadas... ¡Qué difícil es entender a Dios —el Dios que en la Sagrada Escritura muestra todo su poder y su misericordia—, en medio del dolor y del sufrimiento humano!
Hoy en el Evangelio (Lc 9,43-45) Cristo anuncia por segunda vez su pasión a los Apóstoles... ¿Qué le iban a entender? El mundo, hoy y ayer, poco entiende de dolor y sufrimiento, poco capta de lo que significa la Cruz de la pasión. Si nosotros, discípulos–misioneros que conocemos a Jesucristo luego de tantos siglos de historia, no entendemos esta lógica de la Cruz... ¿qué puede captar una sociedad que, a velocidad galopante, cabalga por el atrayente terreno del materialismo, sin saber que de ahí caerá al abismo del aburrimiento y del vacío? Al mundo de hoy, fácilmente se le va de las manos, no solo lo referente al sacrificio o al dolor, sino todo o casi todo lo trascendente. Entre prisas y arrebatos por cualquier tema de orden terrenal, no tiene tiempo para pensar en las cosas del cielo. ¿Qué velos ocultan los sentidos de los hombres y de las mujeres de hoy que impiden ver el valor de la entrega desinteresada y solo por amor del Crucificado? (cf. Lc 9,45). ¿Quién puede entender el mensaje de la Cruz y captar lo que esa entrega significa? (cf. Lc 9,44) ¿Quién puede anhelar entregarse en la Cruz para dar vida? (cf. Lc 9,45). Claro que sabemos quien... Todo aquel que, como Cristo, aprenda y acepte que el camino a la verdadera felicidad pasa necesariamente por el sacrificio de la Cruz.
El mismo Jesús —podemos afirmarlo—, tenía miedo de la Cruz (Lc 22,42)... ¡Tanto miedo que hasta sudó sangre! (cf. Lc 22,44). La Cruz da miedo. Sí, pero sabemos que, como ha dicho el Papa Francisco: «No hay obra apostólica fecunda sin la Cruz» (28/09/2016). Hablar de eso no es fácil para nadie. María, al pie de la Cruz, guardó silencio, un silencio contemplativo con el que enfrentó así al misterio que nos trasciende y que no tiene explicación. Son cosas que se tienen que aceptar en la fe y en la confianza para pasar del sufrimiento a la paz, o como decía la beata María Inés Teresa: «De la Cruz a la Luz». ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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