El camino de fe de todo católico, está unido de manera indisoluble a la Santísima Virgen María de manera especial desde aquel momento en que Jesús, muriendo en la cruz para salvarnos, nos la entregó como Madre diciendo: «He ahí a tu madre» Son muchas las estampas que muestran a la Madre de pie junto al Hijo de Dios crucificado. María, la mujer fuerte, que no se deja abatir. «Stabat Mater Dolorosa!» canta la liturgia en latín alabando la presencia silenciosa de la Madre que apoya al hijo en su entrega hasta la muerte, y a la muerte de cruz (cf. Fil 2,8). De María se habla poco en el Nuevo Testamento, y es más... ella misma habla menos aún. Ella es la Madre del silencio. La Sagrada Escritura conserva apenas siete palabras de la Virgen. Cada una de estas es como una ventana que permite mirar hacia dentro de la casa y del corazón de María para descubrir cómo se relacionaba ella con Dios. La llave para entender todo esto nos la da san Lucas en esta frase: «Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica.» (Lc 11,27-28).
Las siete palabras de la Virgen, a quien este viernes 15 de septiembre la admiramos como «Nuestra Señora de los Dolores», son estas: 1ª: «¿Cómo puede ser esto si no conozco varón?» (Lc 1,34). 2ª: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.» (Lc 1,38). 3ª: «Engrandece mi alma al Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador» (Lc 1,46-55). 4ª: «Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo, angustiados, te buscábamos» (Lc 2,48). 5º: «¡No tienen vino!» (Jn 2,3). 6ª: «Haced lo que él os diga!» (Jn 2,5). 7ª: El silencio a los pies de la Cruz (Jn 19,25-27), que es más elocuente que mil palabras, al responder con la sola mirada a su Hijo Jesús que, desde su trono, la cruz, con sus palabras, nos deja su amor por nosotros en la Madre dolorosa y en ella el fruto de este amor que da la libertad. Cristo, el cordero de Dios, es el pastor que da su vida para reunir a todos en un solo rebaño, la Iglesia, que deja al cuidado especial de su Madre Santísima. La Madre está en la Iglesia en todo momento, especialmente en los momentos más dolorosos, porque Ella está al pie de la Cruz en el momento más importante en el cuál «Todo se ha consumado» (Jn 19,30) en la misión de Jesús. Allí es donde se cumplió la palabra profética del anciano Simeón: «Y a ti una espada te traspasará el alma» (Lucas 2,35). No es casualidad que este mismo evangelista, san Juan, subraye la presencia de la Madre de Jesús justo en el comienzo de la misión de Cristo, en las bodas de Caná, donde Juan usa casi la misma expresión: «Estaba allí la Madre de Jesús» (Jn 2,1).
Hoy vivimos en el mundo momentos muy dolorosos entre lanzamientos de misiles sin razón, guerras inventadas, un terrorismo impactante, secuestros, asesinatos, robos, asaltos, ataques a la Iglesia y sobre todo el dolor inmenso de percibir en la sociedad globalizada una ausencia de Dios que impresiona. María nos acompaña con su dolor, un dolor que no se encierra en sí mismo, cayendo en la desesperación, sino un dolor fértil en el que en cada uno de sus hijos vuelve a ser Madre en su existencia fecunda de amor. La maternidad de Nuestra Señora de los Dolores se expande sobre la faz de la tierra para acoger en sí a cada «discípulo amado» y en cada uno a toda la Iglesia. Ella ama a sus hijos participando del amor que brota de la Cruz de Jesús, de ahí que vive un simple sentimiento, sino un amor fecundo que brota del dolor que salvó al mundo transformando la muerte en vida. Ella se ofrece a sí misma junto con Jesús al Padre. María al pie de la Cruz no es la mujer derrotada que se apaga ante el dolor, sino la mujer fuerte que desde su identidad femenina y maternal encuentra fuerza en el dolor y así se convierte en expresión viva del evangelio y en aporte concreto a la redención del mundo. Termino la reflexión con una parte de la secuencia «Stabat Mater» que la Iglesia nos invita a rezar el día de hoy: «Ea, Madre, fuente de amor, hazme sentir tu dolor, contigo quiero llorar. Haz que mi corazón arda en el amor de mi Dios y en cumplir su voluntad... Déjame llorar contigo condolerme por tu Hijo mientras yo esté vivo. Junto a la Cruz contigo estar
y contigo asociarme en el llanto es mi deseo. Virgen de Vírgenes preclara no te amargues ya conmigo, déjame llorar contigo. Mañana reflexionaré sobre la Independencia, hoy le pedimos a Ella, la Madre Dolorosa que vele por este México lindo y querido. Amén.
Padre Alfredo.
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