El Señor es la Palabra llena de autoridad, verdad y fe, que hace verdaderos milagros. El Evangelio nos narra uno muy particular, el de la curación de la suegra de Pedro: «Al salir de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón tenía mucha fiebre, y le pidieron que hiciera algo por ella. Inclinándose sobre ella, Jesús increpó a la fiebre y esta desapareció. En seguida, ella se levantó y se puso a servirles» (Lc 4,38-39) y luego nos narra de cómo llevaban a Jesús a muchos otros enfermos para ser curados (Lc 4,40).
Me detengo primero en mi reflexión en la casa de la suegra de Pedro. Me parece interesante ver cómo esa fiebre es motivo de preocupación para los demás, hasta el punto de ser ellos quienes piden a Jesús que haga algo por ella. La tradición dice que esa era la casa de Pedro, que suponen algunos, ya era viudo, y que además ese espacio funcionaba como una especie de centro de operaciones de Jesús y sus amigos en aquel entonces. La suegra de Pedro tenía un papel preponderante de servicio a los apóstoles. ¡Qué bonito gesto de velar por ella! ¡Alguien de casa que necesita recobrar la salud! Esa es una invitación a pensar en la sensibilidad que tenemos con los más cercanos, con el mal que sufren «los de casa» que nos prestan los pequeños y grandes servicios de cada día. Ojalá el dolor y el sufrimiento de toda persona sea preocupación de la casa, de la familia, de la comunidad, de la Iglesia y nos sea tan importante que no dudemos en suplicar la acción sanadora de Cristo. Quizá sólo entonces, la sanación de los demás revierta en mayor servicio a la comunidad, como de inmediato hace esta buena mujer, a quien imagino horneando pan para dar de comer a Cristo y los suyos. ¡Me imagino así también a María, la Madre del Señor!, al servicio de su Hijo y de los amigos de su hijo: «Tu Madre y tus hermanos te buscan» (Mc 3,32). Pero veamos algo más, Jesús no solamente cura, sino que cura para que la persona se ponga al servicio de la vida. Si hacemos nuestros los dolores de los demás, ¿cómo no haremos también comunes nuestros talentos, nuestra disponibilidad, nuestro deseo de servicio?
Jesús sigue atendiendo a todos los necesitados de curación, uno a uno sin importar el tiempo que se tenga que invertir en ello, «al meterse el sol, todos los que tenían enfermos se los llevaron» (Lc 4,40). Aquí aparece de inmediato en qué consiste la Buena Nueva de Dios y lo que quiere hacer en la vida de la gente: acoger a los marginados y a los excluidos y reintegrarlos en la convivencia. «Salían también demonios de muchos, gritando y diciendo: “Tú eres el Hijo de Dios”. Pero él les conminaba y no les permitía hablar, porque sabían que él era el Cristo» (Lc 4,41). La gente reconocía en Jesús una presencia toda especial de Dios, pero Él, con su autoridad, no dejaba hablar a los demonios, porque no quería una propaganda fácil por medio del impacto de expulsiones espectaculares. Después, el Señor busca la soledad (Lc 4,42) pero no por ello deja de atender a quienes le andan buscando, porque Él insiste en la misión (Lc 4,43-44. Cristo no se ata a nada ni a nadie y no deja que nada ni nadie le retenga. Jesús sabe que la misión recibida es más grande y no es suya. No le pertenece. Tampoco a nosotros, pero ¡qué difícil a veces servir una y otra vez conservando el anhelo de estar a solas con Dios! Es la vida activa y contemplativa que saben vivir los hombres y las mujeres de Dios, como la beata María Inés Teresa. Jesús sacaba tiempo para poder rezar y estar a solas con el Padre. ¿Yo hago lo mismo para rezar y estar a solas con Dios? Jesús mantenía viva la conciencia de su misión. Como discípulo–misionero que soy, ¿tengo conciencia de alguna misión o vivo sin misión? Estamos a mitad de semana… buen tiempo para seguir sirviendo o empezar a servir sin dejar de orar. ¡Feliz miércoles!
Padre Alfredo.
Me detengo primero en mi reflexión en la casa de la suegra de Pedro. Me parece interesante ver cómo esa fiebre es motivo de preocupación para los demás, hasta el punto de ser ellos quienes piden a Jesús que haga algo por ella. La tradición dice que esa era la casa de Pedro, que suponen algunos, ya era viudo, y que además ese espacio funcionaba como una especie de centro de operaciones de Jesús y sus amigos en aquel entonces. La suegra de Pedro tenía un papel preponderante de servicio a los apóstoles. ¡Qué bonito gesto de velar por ella! ¡Alguien de casa que necesita recobrar la salud! Esa es una invitación a pensar en la sensibilidad que tenemos con los más cercanos, con el mal que sufren «los de casa» que nos prestan los pequeños y grandes servicios de cada día. Ojalá el dolor y el sufrimiento de toda persona sea preocupación de la casa, de la familia, de la comunidad, de la Iglesia y nos sea tan importante que no dudemos en suplicar la acción sanadora de Cristo. Quizá sólo entonces, la sanación de los demás revierta en mayor servicio a la comunidad, como de inmediato hace esta buena mujer, a quien imagino horneando pan para dar de comer a Cristo y los suyos. ¡Me imagino así también a María, la Madre del Señor!, al servicio de su Hijo y de los amigos de su hijo: «Tu Madre y tus hermanos te buscan» (Mc 3,32). Pero veamos algo más, Jesús no solamente cura, sino que cura para que la persona se ponga al servicio de la vida. Si hacemos nuestros los dolores de los demás, ¿cómo no haremos también comunes nuestros talentos, nuestra disponibilidad, nuestro deseo de servicio?
Jesús sigue atendiendo a todos los necesitados de curación, uno a uno sin importar el tiempo que se tenga que invertir en ello, «al meterse el sol, todos los que tenían enfermos se los llevaron» (Lc 4,40). Aquí aparece de inmediato en qué consiste la Buena Nueva de Dios y lo que quiere hacer en la vida de la gente: acoger a los marginados y a los excluidos y reintegrarlos en la convivencia. «Salían también demonios de muchos, gritando y diciendo: “Tú eres el Hijo de Dios”. Pero él les conminaba y no les permitía hablar, porque sabían que él era el Cristo» (Lc 4,41). La gente reconocía en Jesús una presencia toda especial de Dios, pero Él, con su autoridad, no dejaba hablar a los demonios, porque no quería una propaganda fácil por medio del impacto de expulsiones espectaculares. Después, el Señor busca la soledad (Lc 4,42) pero no por ello deja de atender a quienes le andan buscando, porque Él insiste en la misión (Lc 4,43-44. Cristo no se ata a nada ni a nadie y no deja que nada ni nadie le retenga. Jesús sabe que la misión recibida es más grande y no es suya. No le pertenece. Tampoco a nosotros, pero ¡qué difícil a veces servir una y otra vez conservando el anhelo de estar a solas con Dios! Es la vida activa y contemplativa que saben vivir los hombres y las mujeres de Dios, como la beata María Inés Teresa. Jesús sacaba tiempo para poder rezar y estar a solas con el Padre. ¿Yo hago lo mismo para rezar y estar a solas con Dios? Jesús mantenía viva la conciencia de su misión. Como discípulo–misionero que soy, ¿tengo conciencia de alguna misión o vivo sin misión? Estamos a mitad de semana… buen tiempo para seguir sirviendo o empezar a servir sin dejar de orar. ¡Feliz miércoles!
Padre Alfredo.
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