¡Feliz y bendecido lunes! Esta semana iniciamos la reflexión en torno al Evangelio de San Lucas, a partir del capítulo 4 y es lo que estaré compartiendo de fondo en mis reflexiones. Siento que el Evangelio de hoy, tomado de Lucas 4, 16-30, se convierte en una invitación a ir con Jesús a Nazaret y escuchar de viva voz la presentación de su programa como Mesías. Se trata de un programa que quiere acoger a todos, sin excluir a nadie. Jesús empieza a anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios eligiendo un texto de Isaías (Is 61,1-2) y define su misión: anunciar la Buena Nueva a los pobres, proclamar a los presos la liberación, devolver la vista a los ciegos, devolver la libertad a los oprimidos y, retomando la antigua tradición de los profetas, proclamar «un año de gracia de parte del Señor». ¡Proclama el año del jubileo! «Un año de gracia del Señor». Todas estas palabras me ayudan a enlazar Biblia y Vida. Terminada la lectura (Lc 4,20-22), Jesús actualiza el texto de Isaías diciendo: «¡Esta Escritura que acaban de oír se ha cumplido hoy!» Jesús les da, a las palabras de Isaías, un sentido pleno y definitivo que viene a cumplir la profecía y contagia a quien quiera seguirlo para darlo todo, sin esperar nada a cambio. Todos, en esta vida, tenemos una misión muy concreta que realizar y, como cristianos, esa misión es esencialmente la misma del Señor Jesús. Él desenrolló las escrituras (porque en aquel entonces estaban en forma de pergaminos) y encontró justamente aquello que Dios Padre deseaba de Él…. «su misión». ¿Ya tienes definida tu misión como cristiano, como bautizado, como miembro de la Iglesia?
Todo esto que Jesús propuso como su plan de acción evangelizadora, lo cumplió a lo largo de su vida terrena y, aunque algunos se empeñaban en no abrir su corazón a sus enseñanzas y se escandalizaban, como es el caso de los escribas y fariseos, no desmayó en su esfuerzo por predicarles la ley del amor. ¿Qué nos impide a nosotros cumplir con esa misión que hemos recibido de nuestro Padre Dios y que es la misma de Cristo de llevar a todos la ley del amor? En los tiempos de Cristo, como podemos ver en este pasaje evangélico, había también gente de duro corazón que no acepta el ofrecimiento de la Buena Nueva, y, por querer acoger a los excluidos, Jesús es apartado de tal manera, que hasta su propia comunidad de Nazaret pensó matarlo: «Se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.» (Lc 4,28-30). ¿Continúas tú también tu camino construyendo la civilización del amor a pesar de los obstáculos que a veces quieren despeñarte? El Señor conservó la calma, no se desvió de su camino, siguió adelante hasta el final. ¿Qué me dices de tu perseverancia y fidelidad al plan de salvación basado en la ley del amor?
No es extraño que Jesús sea objeto de un desconcierto y un rechazo empecinado por quienes se apegan a los criterios del mundo. El relato de san Lucas sigue siendo siempre actual y nos muestra lo difícil que es superar cierta mentalidad ciega que acosa a tanta gente de ayer y de hoy. ¿Qué le aprueban a Cristo en aquel discurso? ¿De qué se maravilla la mayoría de la gente que le escucha? ¿Qué les indigna a algunos de ellos? ¿Qué pretenden aquellos prepotentes empujándolo fuera del pueblo? San Lucas nos deja ver que Jesús ha venido no sólo como profeta sino como Hijo de Dios, «ungido» por la fuerza de lo alto. Esa es parte importantísima de su misión, como debe ser también en nosotros: «somos hijos de Dios… ungidos». Jesús está lleno del Espíritu de Dios porque es instrumento de gracia y de salvación y nosotros también hemos recibido la fuerza de lo alto con la unción del Espíritu Santo. Cuanto tenemos que pedir al Padre que nos conceda el Espíritu para compartir los mismos sentimientos y la misma misión de Jesús. Estamos llamados a participar de este «hoy» de Jesús: él «hoy» de cada día en el que se cumple la Escritura en cada una de nuestras vidas, como en la vida de María: «Hágase en mí según tu Palabra» (Lc 1,38). Creo que escuchando a Cristo de viva voz en este pasaje, se hace más fácil comprender que no basta estar convencidos de que en Él se han cumplido las Escrituras, y que, por tanto, Dios ha cumplido sus promesas. Se hace más fácil comprender que no basta quedarnos admirados ante las palabras y obras de Jesús, que no basta buscar a Jesús para que haga en nosotros lo que oímos que hizo en otros tiempos y lugares. Mientras no busquemos a Jesús para comprometernos con Él en la construcción del Reino «hoy», no podemos, en verdad, llamarnos hombres de fe y ser hijos de Dios porque entonces la Escritura no se ha empezado a cumplir.
Padre Alfredo.
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