Por el bautismo, hemos quedado «enganchados» con Cristo, porque el Padre Misericordioso nos ha hecho sus hijos adoptivos, esto exige caminar a su lado buscando los bienes que nos promete, bienes eternos que nos hacen dichosos o bienaventurados. Si nuestro corazón, en lugar de vivir «enganchado» con Cristo, se queda atrapado en el inagotable eslabón de los bienes efímeros, no podremos gozar de la dicha de vivir unidos a Él, ni podremos resucitar a esa vida nueva que Él nos da gratuitamente y que nos hace bienaventurados desde nuestro andar por este mundo. Con las Bienaventuranzas, Jesús comienza el mensaje del Reino que nos promete. Éstas son un conjunto de propuestas o consejos valiosísimos que conocemos más en el Evangelio de San Mateo (Mt 5,1ss), pero que también están en san Lucas (Lc 6,20-23); todas ellas van encaminadas a buscar y vivir siempre con nuestro corazón lleno de confianza y puesto en Dios, «enganchado» con Él en Cristo. Los pobres, los que lloran, los que tienen hambre; los anawin del Antiguo Testamento son los que pusieron su confianza en Dios, viviendo la pobreza esperando el cumplimiento de las promesas y por eso son bienaventurados.
Sobre las bienaventuranzas se ha dicho y escrito de todo. Para Gandhi eran «la quintaesencia del cristianismo», en cambio, para Nietsche, eran una maldición, ya que según él atentan contra la dignidad del hombre. Entre estos dos extremos podemos encontrar explicaciones para todos los gustos. Ciertamente la comunidad a la que san Lucas escribió directamente su Evangelio, que vivía en medio de una constante persecución, necesitaba oír esta promesa. Pero yo creo que nosotros, también hoy, en nuestro tiempo, la necesitamos oír. Hay héroes sin nombre en medio de este mundo globalizado que viven pobres, que sufren hambre, que han sufrido porque este mundo no aprecia sus valores y principios cristianos. Jesús dice; «Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo. Pues así trataron sus padres a los profetas (Mt 6, 23). Intentar explicar estas bienaventuranzas racionalmente a un mundo que parece haberse estacionado en el materialismo consumista, es una quimera, porque su dinámica va más allá de toda lógica. Se trata sin duda del mensaje más original y provocativo de todo el Evangelio. No son nada fáciles de entender y de poner en práctica pero son el «programa», la «tarjeta de identidad del cristiano». Necesitamos re-estrenarlas, porque muchos cristianos han abandonado la vivencia interior y el compromiso social. ¿Por qué mandar a los damnificados por el terremoto la ropa que «ya no sirve»? ¿Por qué buscar las latas «vencidas» para deshacerse de ellas donándolas a la cruz roja? ¿Por qué se escuchan expresiones como «¡Si quiera que no vivimos en Oaxaca»! en lugar de «A ver qué más podemos hacer por nuestros hermanos de Oaxaca»? ¿Qué es lo que nos falta?
Detrás de las bienaventuranzas, san Lucas pone cuatro imprecaciones contra los que, sólo confían en sus riquezas, en su bienestar, en su superioridad; los que se han quedado atrapados en la mundanidad, contrarios al espíritu de las bienaventuranzas, cuyo dios «don dinero» los mantiene cautivos (Lc 6,24-26). Sabemos que el Reino está cimentado en el encuentro con el Dios que es amor y en la entrega a los hermanos, por eso las bienaventuranzas no son mandamientos o preceptos, sino simples proclamaciones que invitan a seguir un camino inusitado hacia la plenitud humana desinstalándonos del mundo para «engancharnos» más a Cristo. Las bienaventuranzas nos hacen ver que el valor supremo no está en lo externo que atrapa y cautiva, sino dentro del discípulo–misionero que está convencido de que otro mundo es posible. Un mundo que no esté basado en el egoísmo sino en el amor... ¡Todo un reto! Les comparto que meditar en la estrecha vinculación de la Virgen María con las bienaventuranzas, me ayuda en este «engancharme» al Señor, como ella, para tratar de transformar mi vida y la vida de los que me rodean... ¡Bendecido miércoles!
P. Alfredo.
Gracias padre Alfredo que bella reflexión...a ranformar mi vida y la vida de los que me roden.
ResponderEliminarVero Flores