Ayer domingo, Jesucristo nos invitaba en el Evangelio a perdonaros unos a otros hasta 70 veces 7, es decir, siempre (cf. Mt 18,21-35) y a reconocer que todos somos pecadores que hemos sido perdonados por Dios una y otra vez. De hecho, cada vez que celebramos la Santa Misa, tanto el celebrante como toda la asamblea tenemos que reconocerlo y hemos de pronunciar, juntos, antes de comulgar, una frase basada en las palabras que aquel centurión (Oficial romano) que se acercó a Jesús pidiendo la curación de su criado le dijo: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya, bastará para sanarme» (cf. Lc 7,6). Hoy lunes nos disponemos a retomar nuestra semana laboral y de estudios con la conciencia de que somos pecadores y nadie es perfecto y como el centurión decimos en la Eucaristía. Hoy lunes, se presenta ante nuestra mirada y ante nuestro corazón este texto de la curación del criado (Lc 7,1-10) porque el Señor es bueno y quiere que veamos, que, aunque no somos dignos de recibirle, invocamos de todo corazón su misericordia suplicando no solamente por nosotros, sino por los nuestros, así sintonizamos con la humildad de este pagano, ya creyente, que, sin pertenecer al pueblo de Dios, encontró por la fe al Mesías, quedando su ejemplo como modelo admirable, como respetuoso con sus criados, preocupado por la salud de su criado, bienhechor de los judíos en la construcción de la sinagoga (lugar de la Palabra y de la oración) y creyente en Jesús, aun proviniendo del mundo pagano. ¡Cuánto hay que aprender de todos!
La fe del centurión es alabada por Jesús (Lc 7,9). La suya es una fe sencilla, expresada en esta frase feliz que seguimos repitiendo como la mejor y más acertada al acercarnos a la comunión eucarística. Fe sin complicaciones. Basta –según comprendemos con las palabras del Centurión– que Jesús quiera y lo ordene, sin necesidad de la presencia física. El evangelista no nos dice cómo llegó el Centurión a saber de Jesús. Tal vez haya sido por los milagros que había realizado; o que, al comprobar que con los médicos y la medicina ya no se podía hacer más, familiares o amigos le hablaran de Jesús como taumaturgo. Pero el hecho fue que, cuando se decidió a enviar a aquellos notables judíos a Jesús, sabía de tal forma de él, que creía. Y Jesús, al verlo, accede, poniéndole de modelo de fe en él. La fe es la confianza total en la persona y mensaje de Jesús. Como los soldados cumplían las órdenes del centurión (Lc 7,8).
«No te molestes», «yo no soy digno», subraya san Lucas en boca de las palabras del centurión, palabras que ayudan a comprender el gran paso que hizo a sí mismo. Él se siente indigno, incompetente, inadecuado. Tal vez el primer gran avance en el camino de fe con Jesús sea la siguiente: el descubrimiento de nuestra gran necesidad de él a pesar de nuestra condición de pecadores, su presencia a nuestro lado a pesar de que no somos dignos y la conciencia cada vez más seguros de que por sí solos, no podemos lograr nada, ni siquiera perdonar una pequeña ofensa, porque somos pobres, somos pecadores. Pero somos infinitamente amados por Jesús. El centurión ahora cree, expresa su fe de forma clara, serena confianza, sencilla. Mientras Jesús caminaba hacia él y hacia su criado (Lc 7,6), el centurión también estaba haciendo su camino, pero un camino hacia su interior, hacia su propio corazón. Estaba cambiando, se estaba convirtiendo en un hombre nuevo confiando en el Señor y en sus planes. Primero, aceptó la persona de Jesús y luego, también su palabra. Porque Cristo es el Señor y, como tal, su palabra es eficaz, real, de gran alcance, capaz de operar lo que dice. Todas las dudas se han derrumbado, todo lo que queda es la fe que de cierta confianza en la salvación en Jesús. Mantengamos siempre en nuestra vida, corazón y mente, la fe, con estas palabras del centurión: «Basta que digas una palabra» y guardemos esa palabra en el corazón, como María, la mujer de Fe que siempre creyó. ¡Bendecido lunes y una maravillosa semana!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario