Jesús ha venido a este mundo a traernos la salvación a todos. Eso es algo que hemos palpado en estos días después del terrible terremoto los que, en medio de nuestra tembleque tierra, hemos sido uno en el centro de acopio y de auxilio. Jesús no ha querido ocultar su amor por nosotros sus hermanos menores, no ha querido esconder nada. Se ha manifestado de una manera esplendorosa. Su deseo de que todos lo conozcan y lo amen, como anhelaba la beata Madre María Inés Teresa, se ha visto muy evidente, porque yo creo que hemos sido muchos, muchísimos, los que hemos palpado la potencia, la fuerza y la energía del amor de Dios, capaz de renovar nuestras fuerzas dando la vida. El amor compasivo y misericordioso del Señor no ha sido para un pequeño grupo de elegidos. Muchos hemos unido nuestras fuerzas, nuestra oración y nuestra confianza en el Señor aún sin habernos visto antes. La luz de la vela del amor de Jesús ha iluminado muchos corazones (Lc 8,16). El amor de Dios se hizo como una vela, o, pensando en el tiempo en que estamos viviendo, se hizo «lámpara de alógeno» para ser encendida en la oscuridad de la noche de muchas almas y brindar luz.
En estos días, siempre ha habido alguien que ha tomado la vela y la ha puesto en el candelero para que todos viéramos al Señor en medio de nosotros. Con acciones muy sencillas, como las de Fátima, Mariela y Ale, envolviendo lonches en servilletas para que Oscar y sus amigos los llevaran en su bici a los damnificados del edificio de Amores, de Gabriel Mancera, de Escocia y de otras calles; como la tarea de Juan José organizando el tráfico para que Adriana y su equipo cargaran los camiones con las despensas y cobijas; como la atención de Carlos en la puerta para recibir las donaciones; como los demás, recorriendo a pie las calles para llevar comida y agua a los rescatistas y voluntarios; como la oración ante Jesús Eucaristía de Maribel, Manuel, Lulú y Vicky, en fin... todos, todos, han podido ver la potencia de la luz del Evangelio. Todos nos hemos sentido responsables de hacer que la luz del Evangelio haya brillando en nuestro entorno llevando vida y esperanza no solamente como acción social. Todos hemos sido responsables de hacer que la vela no quedara oculta, sino que brillara en el candelero para que todos pudieran tener luz, la luz de Jesús.
Nuestras fallas y limitaciones en estos días han sido muchas, como personas individuales y como grupo de apoyo. Pero todos éramos conscientes de que, en nuestras manos, teníamos un tesoro y nuestro esfuerzo principal fue mostrar la compasión y la misericordia de Dios al hermano necesitado. Hoy es lunes, algunos regresarán a las ocupaciones ordinarias en los trabajos y otros pocos en las escuelas, mientras unos habrán de esperar, sin ropa, sin casa, sin algunos de sus seres queridos, pero con el amor de Cristo «Luz de Luz», que ilumina cada corazón para seguir adelante porque... ¡estamos en pie! Ese es el gran regalo que Dios nos ha dejado. Somos ricos en su amor, somos portadores de su luz, y la única forma de incrementar esa riqueza que ilumina es compartirla. Yo creo que, sin pensar en méritos propios, hemos permitido, como grupo de trabajo o más bien, familia de trabajo en la fe, que Cristo ardiera en nosotros a pesar de nuestra pequeñez, aun cuando ello ha implicado alguno sacrificios y renuncias. No perdimos el tiempo, ni nos quedamos con las manos vacías, al contrario, creo que llenamos hasta el corazón. Todos, pensando en esa «Divina Luz», hemos puesto talentos y dones al servicio de nuestros hermanos y, aunque estamos cansados y desgastados, como decíamos en una de las Misas de ayer domingo en la capilla de nuestras hermanas Misioneras Clarisas; estamos como la cera de la vela que se va derritiendo, para que el Señor ilumine la oscuridad a través de nosotros. Sin desgaste de la vela, simple y sencillamente no hay luz. Que María Santísima nos ayude, no solo a nosotros, que guardaremos de por vida estos días de convivencia y de donación, sino a todos, el dejarnos iluminar por Cristo para ser luz; santos brillantes, en cuyos ojos y corazones reluzca no solo en estos días, sino siempre, el amor de Cristo, llevando así la luz del amor de Dios al mundo. ¡Bendecida semana!
Padre Alfredo.
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