domingo, 4 de octubre de 2015

¿ESTÁ CERCA EL FIN DEL MUNDO? ¿SE ESTÁ CUMPLIENDO EL APOCALIPSIS? ¿YA LLEGA EL DÍA FINAL?

En la Biblia tenemos un libro llamado «Apocalipsis» que, a diferencia de lo que piensan muchos, no se trata de un libro que habla sólo del final de los tiempos o de la destrucción del mundo.

El Apocalipsis es un libro que al leerlo, nos deja un mensaje siempre actual que ilumina la realidad de la persecución y el sufrimiento vivido por los cristianos de cada época. Algunas veces, como en los tiempos de Nerón, otras como en la época de las cruzadas o de la Cristiada en México, esta persecución se intensifica y se muestra más encarnizada. Cada atacante del cristianismo, que surge en la historia que vamos viviendo día a día alrededor del mundo, es, en sí, una nueva bestia del Apocalipsis, como lo fue Nerón, por ejemplo.

En los países dominados por dictaduras comunistas, en muchos países de mayoría musulmana y en los de que son devorados por el consumismo, vemos correr sin descanso la sangre de los mártires aún en nuestros días. El Papa constantemente nos invita a orar por la paz en estos lugares de persecución. 

Incluso entre nosotros, la persecución es durísima, pero no es una persecución que hiera ni mate al cuerpo. Es un tipo de persecución peor, una persecución que ataca y mata el alma por la imposición ideológica que se va infiltrando en nuestra cultura, en los medios de comunicación y en las instituciones educativas. Debido a tantas ideas extrañas, los cristianos de hoy sufrimos una gran presión para negar a Jesucristo y aceptar los valores que Jesús y su Iglesia condenan.

Y digo "entre nosotros", porque muchos cristianos frecuentan la Iglesia, realizan prácticas devocionales, y, en contraste con esto, actúan, fuera de la vida eclesial, como verdaderos paganos que atacan y dejan en mal a la Iglesia. Son el tipo de personas que tienen miedo a perder el trabajo, a ser excluidos por los amigos o a padecer los prejuicios a causa de su fe, incluidos dirigentes y líderes religiosos que no abrazan la verdad, sino las ideas del mundo hedonista y consumista que nos quiere devorar.

Ya la beata María Inés Teresa, con ese corazón misionero que la distinguió y que sigue latiendo en todos los miembros de la Familia Inesiana, en 1974, en una carta escribía: “Se necesitan corazones para orar, manos para trabajar, y pies para caminar en pos de las ovejas de Cristo, no sólo en las misiones propiamente tales, sino también en el mundo entero que cada día se paganiza más.

Nuestro Señor Jesucristo no se puede equivocar, Él nos dijo que no sabemos ni el día ni la hora, y que debemos estar preparados (Mt 24,36). Hay que estar atentos, ¡sí, por supuesto! Pero no con un alarmismo que nos desvíe de lo que debe ser nuestro objetivo. Los cristianos trabajamos día a día en nuestra conversión, en lucha contra los propios pecados, y los pecados sociales recordando que el mensaje de Cristo es siempre un mensaje de «Buenas Nuevas» que invita a la conversión y a caminar juntos hasta que llegue ese cielo nuevo y esa tierra nueva cuando Él lo disponga.

Algunos falsos profetas alarmaron a muchos hermanos nuestros asegurando que en Septiembre se acaba el mundo. Mucha gente vivió miedo y angustia relacionando algunos hechos con algunos de los textos de la Sagrada Escritura que nos hablan de esto:

“Porque voy a crear cielos nuevos y una tierra nueva, y ya no se recordará lo pasado, y ya no habrá de ello memoria” (Is. 65, 17 - cf. 66, 22).

“Se oscurecerá el sol, y la luna no dará su luz, y las estrellas caerán del cielo, y las columnas del cielo se conmoverán” (Mt. 24, 29).

“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Lc. 21, 33).

“Después será el fin, cuando entregue a Dios Padre el reino ...” (1 Co. 15, 24).

“El fin de todo está cercano. Sed, pues, discretos y velad en la oración”(1Pe.4, 7).

“Llegará el día del Señor, como un ladrón. Entonces los cielos incendiados se disolverán con gran ruido. Los elementos ardientes se derretirán por el fuego, y la tierra con todo lo que encierra quedará consumida. Nosotros esperamos, según la promesa de Dios, cielos nuevos y tierra nueva, un mundo en que reinará la justicia” (2 Pe. 3, 10-13).

“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido; y el mar no existía ya” (Ap. 21, 1).

Hoy vemos, entre tantas cosas, que, a pesar de estos miedos y angustias, el relativismo impera y la fe cristiana muere en muchos países ricos mientras que el martirio flagela a los cristianos de Oriente.

La beata María Inés decía: «Urge que Cristo reine» (1 Cor 15,25),  esta era la invitación de la beata a vivir conforme al Evangelio, que urge para todos y cada uno, aunque el mundo se acabe al rato, en este día o dentro de mil años, porque la verdad, como dice el Evangelio, no sabemos ni el día ni la hora... ¡Cristo no lo quiso revelar ni tampoco dijo que encargaría a alguien revelarlo! (Mc 13,33-37 y Mt 24,42).

La segunda venida de Cristo,  es designada frecuentemente en la Sagrada Escritura con el término griego «parusía», que en el lenguaje profano significaba la entrada solemne de un emperador en una ciudad o provincia, donde era saludado como salvador de aquella tierra. El momento de la entrada, que siempre tenía algo de inesperado, era tenido como día de fiesta y, a veces, era el punto de partida para un nuevo cómputo del tiempo. Con la parusía se quería indicar que con aquel acontecimiento comenzaba algo nuevo. 

Para nosotros, la llegada de Cristo será la gran fiesta, pues el alma se unirá de nuevo a su propio cuerpo, y comenzará un «nuevo cómputo del tiempo», una nueva forma de existencia, donde cada uno cuerpo y alma dará gloria a Dios en una eternidad sin fin. Hay quienes, en medio de tanta confusión, hacen alusión a un rapto en el cual Jesús aparecerá en el cielo un poco antes del final de los tiempos de forma invisible, para raptar a la Iglesia. Esto, en la teología católica, es totalmente falso, Jesucristo vendrá al fin del tiempo en medio de un ambiente de fiesta, en una venida visible y gloriosa que nadie podrá ignorar (Cf. Ap 1,7) Será entonces cuando ocurrirá el juicio final; vivos y muertos serán llevados de este mundo a la presencia del Señor. No existirá un "rapto secreto" anterior al fin del mundo. Esta falsa doctrina es tan novedosa que no aparece en los diccionarios clásicos de espiritualidad de la Iglesia Católica, sin embargo es sumamente popular en la actualidad gracias a la corriente fundamentalista fascinada hoy con el tema de los últimos tiempos. El rapto es el tema de numerosos "best-sellers" y películas. ¡Podríamos decir que la palabra «rapto» ha sido raptada por los proponentes de una nueva doctrina!

La segunda venida de Cristo al final de los tiempos (Mt. 24, 3) será el momento del juicio final, de la resurrección general y de la instauración definitiva del Reino de Dios. Nuestra esperanza tiende hacia ese cielo nuevo y esa tierra nueva, por eso la Sagrada Escritura, en el libro del Apocalipsis, termina con estas palabras de espera: «¡Ven, Señor Jesús!» (Apoc. 22, 20). Los cristianos de la primera época, deseosos de ver el rostro glorioso de Cristo, repetían esta dulce invocación: ¡Ven, Señor Jesús! Esta era una jaculatoria tantas veces repetida, que incluso quedó plasmada en arameo, la lengua que hablaba Jesús y los Apóstoles, en los escritos de los primeros cristianos. Hoy, traducida a los diversos idiomas, ha quedado como una de las aclamaciones posibles en la Santa Misa, después de la consagración y adoración. 

Cristo resucitado advirtió a sus Apóstoles que no les correspondía a ellos —tampoco a nosotros— conocer los tiempos ni los momentos que el Padre ha fijado en virtud de su poder soberano (cfr. Hech. 1, 7) en que veamos los cielos nuevos y la tierra nueva. El mundo como lo conocemos y según como vemos en la Biblia sobre todo en el libro del Apocalipsis, se acabará en algún momento y, aunque la Sagrada Escritura nos da algunas señales por las que se puede conjeturar la cercanía o lejanía de ese momento final, realmente no sabemos el día ni la hora... ¡Debemos estar preparados para vivir en este mundo como si este momento fuera el último!

Vivificados por el Espíritu, los cristianos caminamos como peregrinos siempre alerta, con la lámpara encendida hacia la consumación de la historia humana, la cual coincide plenamente con su amoroso designio divino de restaurar en Cristo todo lo que hay en el cielo y en la tierra. Nuestra actuación en medio del mundo, mientras llega el día final, deberá ser siempre mirar frecuentemente al Cielo, la Patria definitiva, teniendo muy bien asentados los pies aquí en la tierra, trabajando con intensidad para dar gloria a Dios, atendiendo lo mejor posible las necesidades de la propia familia y sirviendo a la sociedad a la que pertenecemos. La vida presente tiene pleno sentido entonces por sí misma, lo que proyectamos para el futuro, está ya aquí y ahora a nuestro alcance. Aquí y ahora, podemos vivir la eternidad, puesto que podemos conectar con lo que hay de Dios en cada uno. Aquí y ahora el cristiano puede alcanzar la plenitud, porque teniendo a Dios se tiene todo al alcance de la mano.

Somos peregrinos en este mundo mientras llega el día final para el encuentro definitivo de la humanidad con el Señor. Somos peregrinos que lejos de instalarnos en un mundo que vive distraído e inmerso en el consumismo y todos los demás ismos...  permanecemos a la escucha de la Palabra de Dios para acogerla y lanzarnos dócilmente por la ruta señalada. María, la Madre de Dios y madre nuestra, mejor que nadie, nos muestra con su vida el itinerario del seguimiento de la Palabra de Dios. Ella nos invita a estar alerta con la mirada en cielo, los pies bien puestos en la tierra y manos en la tarea de santificación sirviendo con premura a nuestros semejantes. Ella renuncia a toda seguridad y a sus planes personales, ella escucha atenta la Palabra, ella confía en las promesas de Dios, ella nos alienta a vivir el dinamismo de dolor—alegría y la prontitud en el servicio amable. Es ella quien nos conduce hacia su Hijo, el dulce Señor de Nazaret quien nos promete: "Vengan a mí todos los que están fatigados y sobrecargados, y yo les daré descanso" (Mt 11, 29).

Jesús volverá otra vez para llenar el mundo de su luz y gloria y para estar presentes en este suceso, hay que participar en el destino de Cristo que nos invita a ir a Él y seguirle, “Entonces Jesús dijo a sus Discípulos: Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a Sí mismo, tome su cruz y Sígame”. (Mt 16, 24). No hay otro camino para salvarse que seguir la causa de Jesucristo, así nos lo dice Él mismo, “Porque el que quiera salvar su vida la perderá, y el que pierda su vida por causa mía la hallará.” (Mt, 16, 25). 

Si vivimos conforme a lo que Él nos enseña en su Evangelio, podemos estar alegres y esperanzados, porque seremos testigos de su regreso. “Porque el Hijo del Hombre ha de venir en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces recompensará a cada uno” (Mt 16, 27). A su regreso, Jesús, determinará para siempre los destinos de los hombres, no podemos tener duda de ello. Jesús es quien dirá la última palabra. Debemos mantener la fe y estar en constante oración, hasta el día de la parusía, ese será el gran encuentro con el Señor. Pidamos con alegría y sin temor la venida del Reino de Dios, esa es nuestra autentica esperanza como cristianos.

San Pablo nos insta a vivir en cada celebración de la Eucaristía: "siempre que coman este pan y beban de este cáliz, proclamarán la muerte del Señor hasta que el vuelva". Por eso pedimos "vivir siempre libres de pecado mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador, Jesucristo".

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.