martes, 31 de agosto de 2021

«La calidad de la enseñanza de Jesús»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de hoy (Lc 4,31-37) se inicia con algo que los cuatro evangelistas aseguran: Jesús «hablaba con autoridad». Se trata de una autoridad extraordinaria, del prestigio que emanaba de su persona y de su palabra que dejaba a todos admirados. La historia nos dice que el ambiente judío de aquellos tiempos estaba marcado por una gran influencia de las escuelas rabínicas de los grupos de escribas o letrados que se dedicaban a comentar la Escritura a fuerza de referencias bíblicas. Pero llega Jesús, el Mesías, y rompe todos los esquemas, expone comentarios nuevos que no se refieren a ninguna escuela de pensamiento de aquellas: del fondo de sí mismo surge un pensamiento magistral revestido de autoridad... y que, más que apoyarse en tradiciones de escuela, apela directamente a la conciencia de sus interlocutores.

En medio de aquellas enseñanzas en las que hablaba con autoridad, Jesús realiza el primer signo, el primer milagro del que san Lucas nos habla: libera a un poseso de su mal. Así, vemos que Jesús predica y a la vez libera. La Buena Noticia es que ya está actuando en este mundo la fuerza salvadora de Dios. El mal empieza a ser vencido. Ese exorcismo es la primera victoria de Jesús contra el maligno. El demonio lo expresa certeramente: «¿has venido a destruirnos?». Y protesta, porque naturalmente el mal no quiere perder terreno. Con todo, a lo largo del Evangelio, en sus cuatro narradores, vamos a ver que Jesús libera a toda la persona: a veces le cura de su enfermedad, otras de su posesión maligna, otras de su muerte, y sobre todo, de su pecado.

La fuerza curativa de Jesús ha pasado a su comunidad, por eso Pedro y Juan curaron al paralítico del Templo «en nombre de Jesús» (Hch 3,1-15). La Iglesia, sobre todo por sus sacramentos, pero también por su acogida humana, por su palabra de esperanza, por su anuncio de la Buena Noticia del amor de Dios, sigue hablando con la misma autoridad de Jesús y sigue curando males y «posesiones» de todo tipo. La Iglesia, con el mismo poder de Cristo busca llenar de esperanza a la humanidad, liberando de todo tipo de esclavitudes y venciendo al mal. Nosotros, los discípulos–misioneros de Cristo somos la Iglesia que con un abrir el corazón, con tender las manos, con hacer un pequeño favor, sigue haciendo que el señor hable con autoridad y continúe sanando a todos. Pidamos a María Santísima que nos ayude a ser presencia de este Cristo en el mundo de hoy. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 30 de agosto de 2021

«El tesoro y la perla fina»... Un pequeño pensamiento para hoy


Este día la Iglesia celebra en México y en otros lugares la fiesta de santa Rosa de Lima y pone para ello, en la Liturgia de la Palabra, la perícopa evangélica que habla del tesoro escondido y la perla fina (Mt 13,44-46) que encuadran muy bien lo que hizo esta santa para vivir en Cristo toda su vida. Hace uno o dos años tomé para mis reflexiones la vida de los santos, mientras que este año he centrado mis reflexiones en el Evangelio de cada día, así que voy a esta escena con estas dos parábolas o comparaciones del reino de los cielos que Cristo hace.

La primer parábola, la del tesoro escondido, nos presenta a un hombre que parece ser un jornalero, un hombre que encuentra un tesoro, trabajando en un campo que no es de su propiedad. Por eso tiene que ir a vender todo lo que posee, para poder comprar aquel campo y salir así de la miseria. En la segunda parábola, la de la perla fina, el personaje principal es un rico comerciante mayorista en perlas. En aquel tiempo las perlas eran obtenidas en el mar Rojo y valían, además del oro, como máxima preciosidad. Él las adquiere de pescadores de perlas o de pequeños negociantes. También este rico aprovecha el caso fortuito, vende su propiedad y compra esta perla de gran valor.

Algo que me llama la atención de los dos personajes de este Evangelio de hoy y que también comparten con santa Rosa de Lima, es la alegría y prontitud para deshacerse de todo lo que impida que puedan comprar el terreno del tesoro, la perla preciosa y en el caso de santa Rosa, el tesoro y la perla del Reino de los Cielos. ¡Cómo hace falta que el corazón «arda» por lo que se quiere alcanzar! Santa Rosa de Lima lo dejó todo por la alegría del Reino, por la alegría del Evangelio. A la luz de esto me queda unas preguntas: ¿Cómo ando en el ardor por el Reino? ¿Soy capaz de venderlo todo, de dejarlo todo, de desprenderme de todo aquello que también tiene valor pero no tanto como el Reino? Que la Virgen María, que se hizo poseedora del Reino interceda por nosotros y nos ayude a alegrarnos presurosos. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 29 de agosto de 2021

«Pureza de corazón»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de hoy (Mc 7,1-8.14-15.21-23) toma un texto entrecortado de San Marcos para tratar el tema de la pureza de corazón, cuestión bastante importante para vivir en plenitud nuestra pertenencia a Dios. Los judíos, con más de 600 preceptos que tenían que cumplir, muchos de ellos hablando de lo puro y de la impuro, alcanzaban un conocimiento, diríamos, angustioso, del bien y del mal para dar con la unidad de la Palabra misma de Dios. El pueblo, guiado por los escribas y fariseos, estaba desde antaño muy bien acostumbrado a distinguir entre lo «puro» y lo «impuro». Esto era condición indispensable para saber si el hombre podía o no entrar en comunión con Dios; e igualmente los animales y las cosas, entrar en la presencia o contacto con Dios. Pero se enredaban bastante en este campo y bloqueaban el dinamismo de la vida de fe a causa de una concepción demasiado material en este tema.

Hoy Jesús en el Evangelio viene a recordar a sus oyentes, incluidos nosotros, que hay que tener cuidado para que la observancia exagerada de exterioridades no haga olvidar el culto verdadero. Lo que importa, buen que lo sabemos, es la pureza del corazón, la buena voluntad. Pues lo que mancha al hombre no viene de fuera, sino que sale del interior. El que habla aquí es el Hijo de Dios, que está por encima no sólo de las tradiciones de los mayores, sino incluso de la misma Ley de Moisés. Jesús muestra su autoridad lo mismo que en las famosas antítesis del Sermón de la Montaña (Mt 5,21-14). Así, leyendo y reflexionando este punto podemos sacra algunas conclusiones: La tradición que vale la pena es aquélla en la que convive una sana tensión entre fondo y forma, espíritu y letra. Cuando la forma y la letra predominan o se anquilosan, se impone la ruptura con ellas y esta ruptura no significa negar la tradición ni ir en contra de ella, sino ir al fondo de la cuestión y llegar, como vemos, a la pureza del corazón. Y todo hombre limpio de corazón, aunque no sea creyente, si lee el Evangelio fácilmente reconocerá que en él se revela lo más auténtico del ser hombre.

Para tocar este tema de la pureza, Cristo parte de la cuestión de lavarse las manos antes de comer, que era entonces uno de los gestos externos de pureza moral —se lavaban desde los codos y había que hacerlo de manera que los demás vieran—. Y a los fariseos de todos los tiempos siempre les han importado mucho los gestos externos. A Cristo, como vemos, no tanto. Cristo nos enseña, como hemos visto, que lo limpio y lo sucio del hombre no está en las manos sino en el corazón. Y esto va también por todos, porque hay cristianos que se lavan las manos y van por  ahí con las manos cristianamente lavadas pero con un corazón cristianamente  sucio. Cristo, en las bienaventuranzas no dijo: «Bienaventurados los que se lavan las manos, porque así verán los  hombres que están limpios». Cristo dijo: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios». A él le iba a condenar a muerte un hombre que tuvo mucho cuidado de que el pueblo viera que se lavaba muy bien las manos. Le iban a llevar a la cruz unos fariseos como aquellos, que tenían negro el corazón, pero que no iban a entrar en el pretorio de Pilato,  para no contaminarse la víspera de la Pascua. Cristo quiso trazar una línea bien clara entre los limpios de corazón y los que se lavan las manos. Es que, podemos concluir en este tema de la pureza que estamos tocando, que lavarse las manos es fácil; lo difícil es lavarse el corazón. Que María, la toda pura, nos ayude a mantener limpio el corazón. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 28 de agosto de 2021

«Hoy cumplo 60 años»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy me voy a ver un poco —o un mucho, para algunos— egoísta, porque compartiré la reflexión desde la realidad del día de hoy en que doy gracias a Dios porque me concede llegar al sexto piso —como dicen muchos— celebrando 60 años de vida. Nací el 28 de agosto de 1961. Todos los adultos, al celebrar nuestro cumpleaños, creo yo, palpamos que el tiempo es breve, que corre veloz y que la vida nos lleva a una velocidad que ninguno puede interrumpir. El reloj sigue avanzando y siempre descubrimos que nos queda mucho por hacer. Me siento muy contento y agradecido con el Señor, que me ha permitido llegar hasta el día de hoy en medio de una vida de 60 años en que he vivido prácticamente de todo y en muchas partes, y reconociendo la gracia de Dios que no me ha dejado ni un momento entre los tiempos de alegría y gozo, de esperanzas y certezas, de inquietud y de sosiego, de triunfo y frustración, de compañía y soledad, de dolor y enfermedad aquí y en muchas otras partes en mi andar misionero. Hoy me toca celebrar desde aquí en casa de mi madre en «modo pandemia», rogando a Dios por tantos cercanos y lejanos que sufren las consecuencias de esta dura Covid-19, recordando a quienes han dejado ya este mundo, y encomendando a todos para estar bien.

Para muchos, y creo que así es en general, cumplir los 60 años es envejecer, porque eso es algo que no podemos evitar, aunque algunos te digan: «aparentas menos edad». Yo creo que todo es cuestión de actitud frente a la vida que Dios nos ha dado. No quiero renunciar a seguir aprendiendo por tener una determinada edad, ni abandonar mis sueños, ni intentar hacerlos realidad de improviso. Por eso sigo siendo un aprendiz que camina en la ruta de la fe, disfrutando del momento, de los que me rodean, reforzando mi autoestima, creciendo en mi donación y luchando por una sociedad en la que Dios esté presente; una sociedad solidaria y tolerante desde la visión de Dios, como sacerdote, religioso y misionero. Espero seguir adelante el tiempo que Dios quiera y como él quiera; morir como he vivido, intentando ser consecuente conmigo mismo y sin perder la idea de cambiar este mundo lleno de desigualdad y de situaciones complejas poniendo mi granito de arena. En medio de todo esto doy las gracias en primer lugar a Dios, que me ha permitido vivir hasta el día de hoy y luego a cada uno de ustedes, familiares —en especial a mi mamá, mi hermano y su familia— amigos y bienhechores que día a día hacen oración por mí. 

Por fin llego al Evangelio de hoy, que nos habla de la parábola de los talentos (Mt 25,14-30) y pienso en tantos que a lo largo de 60 años el Señor me ha dado... ¿Qué he hecho con todo ello? ¿He sacado provecho de esos talentos? ¿Los he sabido utilizar también para beneficio de la comunidad o los he escondido «bajo tierra» por pereza o por una falsa humildad? No soy dueño, sino administrador de los dones que Dios me ha dado, y que se presentan aquí como un capital que él ha invertido en mí. A los 60 años tengo nuevos retos, nuevas encomiendas, nuevas situaciones que debo enfrentar y que hablarán con el tiempo de la multiplicación de esos talentos que el Señor me ha dado... ¡así lo espero! Ni yo ni ustedes sabemos cuánto tiempo nos queda de vida y cuándo seremos convocados a examen sobre el amor. Pero todos deseamos que el examinador, el Juez, nos pueda decir las palabras que él guarda para los que se han esforzado por vivir según sus caminos: «Te felicito, siervo bueno y fiel. Puesto que has sido fiel en cosas de poco valor, te confiaré cosas de mucho valor. Entra a tomar parte en la alegría de tu señor». Que María Santísima me ayude, y nos ayude a todos, a pasar por la vida multiplicando los talentos que el Señor nos ha dado. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

P.D. Gracias por tantas felicitaciones, que ya, adelantadamente, me han empezado a llegar. No dejen de pedir a Dios por mí, que mucho, muchísimo, lo necesito.

viernes, 27 de agosto de 2021

«La parábola de las diez jóvenes»... Un pequeño pensamiento para hoy


La parábola de las 10 jóvenes es de sobra conocida y una de las más hermosas del Evangelio. Ella nos hace penetrar profundamente en el corazón de Jesús. La toca el Evangelio del día de hoy (Mt 25,1-13) y hacemos una reflexión sobre la misma. Naturalmente, como pasa siempre en las parábolas, hay detalles exagerados o inusuales, que sirven para subrayar más la enseñanza que Jesús busca. Así, la tardanza del novio hasta medianoche, o la negativa de las jóvenes sensatas a compartir su aceite con las demás, o la idea de que puedan estar abiertas las tiendas a esas horas, o la respuesta tajante del novio, que cierra bruscamente la puerta, contra todas las reglas de la hospitalidad oriental... Lo importante es que Jesús quiere transmitir esta idea: que todas tenían que haber estado preparadas y despiertas para cuando llegara el novio. Su venida será imprevista. Nadie sabe el día ni la hora. Israel —al menos sus dirigentes— no supieron estarlo y desperdiciaron la gran ocasión de la venida del Novio, Jesús, el Enviado de Dios, el que inauguraba el Reino y su banquete festivo.

Jesús insiste —en el contexto en el que aparece esta parábola— en que la irrupción del Reino requiere preparación. Efectivamente, las personas que contraen algún compromiso tratan de prepararse lo mejor que pueden para desempeñarse bien. Los que se casan realizan las mayores previsiones posibles y saben que su vida cambiará a partir del compromiso matrimonial. De igual forma, la vida del discípulo es transformada completamente por la irrupción del Maestro. A partir del llamado, el discípulo–misionero comienza a prepararse para los momentos decisivos. Serán muchos y muy variados, pero siempre estarán marcados por lo imprevisible. Esta parábola de las diez jóvenes ilustra perfectamente esta realidad. Todas las muchachas esperan al novio, pero únicamente cinco están preparadas. Las otras, no han alimentado la luz que ilumina sus vidas y no alcanzan a ver al esperado que ya llega. Mientras toman las providencias necesarias, el esperado cierra el acceso tras de sí, dejando por puertas las aspiraciones de las descuidadas.

Con esto Jesús nos advierte a los discípulos–misioneros cuál debe ser la correcta actitud en nuestra vida cristiana. No se pueden dormir sobre el compromiso, creyendo que éste es suficiente para asegurar la entrada al banquete del Reino. Si dejamos apagar la lámpara de la fe por falta del aceite de la perseverancia y la oración, no estaremos preparados para ver la llegada del esperado. Del mismo modo, cuando sobreviene el compromiso cristiano o incluso la muerte, no se puede improvisar en un minuto lo que no se ha hecho en toda la vida. El que desperdicia las oportunidades de formación y preparación, pierde todo lo que ha querido alcanzar. Ya que, quien no recoge a tiempo la cosecha, la desperdicia. Pidamos a María Santísima. A quien siempre hacemos presente en nuestra reflexión, como Madre de Dios y Madre nuestra, que ella, que siempre estuvo preparada, nos ayude a nosotros a estar vigilantes y con las lámparas encendidas, con una provisión suficiente de aceite para salir al encuentro del Esposo y acompañarlo a su casa para celebrar con él el banquete de bodas. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 26 de agosto de 2021

«Vigilantes y despiertos»... Un pequeño pensamiento para hoy


La reflexión de hoy es muy breve. El Evangelio (Mt 24,42-51) nos ofrece uno de los discursos escatológicos que, en San Mateo, se refieren a los acontecimientos finales y, en concreto, a la actitud de vigilancia que debemos tener respecto a la venida última de Jesús. Hoy Jesús nos habla con dos comparaciones muy expresivas: el ladrón que puede venir en cualquier momento, sin avisar previamente y el amo, que puede regresar a la hora en que los criados menos se lo esperan. En ambos casos, la vigilancia hará que el ladrón o el amo nos encuentren preparados.

Toda la vida está llena de momentos de gracia, únicos e irrepetibles. La venida del Señor a nuestras vidas sucede cada día, y es esta venida, descubierta con fe vigilante, la que nos hace estar preparados para la otra, la que será ña definitiva y que no sabemos cuándo será. Qué pena que los judíos no supieron reconocer la llegada del Enviado, pero a la luz de esto debemos preguntarnos si no desperdiciamos nosotros otras ocasiones de encuentro con el Señor. 

La actitud vigilante y despierta es muy necesaria para los cristianos en el mundo de hoy. Pues si los discípulos–misioneros no nos ponemos listos, podemos sucumbir al tráfago de informaciones sin descubrir las realmente valiosas. Debemos tener cuidado de nos dejarnos envolver de preocupaciones inútiles descuidando lo central de nuestras vidas. Hoy necesitamos formar discípulos–misioneros vigilantes y despiertos que ayuden a las comunidades a fortalecer la conciencia cristiana y el servicio a toda la humanidad. Pidamos esto con ayuda de María. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

miércoles, 25 de agosto de 2021

«La distancia entre el parecer y el ser»... Un pequeño pensamiento para hoy


Después de que ayer reflexionamos en el pasaje del Evangelio en donde San Juan habla de Natanael —Bartolomé— hoy volvemos a la lectura continuada del Evangelio de San Mateo (Mt 23,27-32) y por lo mismo nos topamos de nueva cuenta con asuntos de escribas y fariseos. Hoy Jesús les habla muy duro y se basa para ello en una costumbre que tenían en aquel tiempo los judíos. Ellos encalaban los sepulcros, además de que para que se vieran bonitos, para que resultaran sumamente visibles y no se tocaran descuidadamente contrayendo así una «impureza legal». Jesús aprovecha la ocasión para hacerles ver que por fuera aparecen justos ante los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de iniquidad.

Qué distancia tan grande hay entre el «parecer» y el «ser»... entre lo que se deja que aparezca de la vida, y lo que se oculta de la misma. Así vivían aquellas personas, aparentando que cumplían la ley pero con el corazón sucio, dañado, ofuscado por su misma hipocresía. De esta manera, como en los relatos anteriores, Jesús sigue fustigando el pecado de hipocresía: aparecer por fuera lo que no se es por dentro. Como había condenado los árboles que sólo tienen apariencia y no dan fruto, ahora desautoriza a las personas que cuidan su buena opinión ante los demás, pero dentro están llenos de maldad. ¿Se nos podría achacar algo de esto? ¿No andamos preocupados por lo que los demás piensan de nosotros, cuando en lo que tendríamos que trabajar es en mejorar nuestro interior, en la presencia de Dios, a quien no podemos engañar? ¿es auténtica o falsa nuestra apariencia de piedad? 

Conviene que ante este pasaje evangélico nos evaluemos. Con estos ayes Jesús quiere darnos nuevos ojos para ver la vida con sinceridad de corazón invitándonos a un entrar en lo profundo del corazón y ver la limpieza de nuestras intenciones, de nuestras acciones y determinaciones. Jesús quiere que seamos coherentes y asumamos, cada cual a la propia medida de nuestras responsabilidades, el papel que nos corresponde. Busquemos, con la ayuda de María Santísima, siempre coherente, alcanzar para todos paz, cultura, pan, educación, convivencia digna, y no caigamos en incoherencias e hipocresías. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 24 de agosto de 2021

«Bartolomé Apóstol»... Un pequeño pensamiento para hoy


La lectura continuada del Evangelio de San Mateo que hemos estado haciendo los días de entre semana, se ve hoy interrumpida porque con ocasión de la fiesta de San Bartolomé Apóstol, la liturgia nos coloca la perícopa evangélica que habla de él con el nombre o apodo que se le adjudica de «Natanael». El Evangelio, parco siempre en contenido, no desciende a muchos detalles que saciarían nuestra devota curiosidad; pero a través de sus páginas podemos seguir las andanzas del Colegio Apostólico. Presididos por el Maestro recorren, Bartolomé —Natanael— y los demás en continuo trajín pueblos y aldeas, predican en sinagogas y plazas, a las orillas del lago o en los repechos de la montaña. Las turbas les acosan, sin darles lugar a descanso, «pues eran muchos los que iban y venían y ni tiempo de comer les dejaban» (Mc. 6, 31).

La liturgia toma, pues, este Evangelio (Jn 1,45-51) para presentarnos la figura de este Apóstol del que no sabemos nada más. De este apóstol el Nuevo Testamento no conoce más que el nombre, consignado en las cuatro listas del Colegio Apostólico como Bartolomé (Mt. 10, 3; Mc. 3, 18; Lc. 6, 14, y Act. 1, 13). Si el cuarto Evangelio no menciona a Bartolomé, señala por dos veces la presencia cerca de Jesús de un discípulo llamado Natanael, nombre derivado también del arameo, que quiere decir «Don de Dios» y por eso la Iglesia supone que sea el mismo, que tenía dos nombres o un apodo. 

Para Jesús, Natanael —Bartolomé— no es un desconocido: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi» (Jn 1,48). ¿De qué higuera? Quizá era un lugar preferido de Natanael a donde solía dirigirse cuando quería descansar, pensar, estar sólo... Aunque siempre bajo la amorosa mirada de Dios a quien se ve que servía con gran fidelidad. Es interesante ver que Bartolomé se encuentra con Jesús gracias a Felipe, que se encontró con él. ¡Que importante es hablar de Dios a los demás! ¡Qué importante darlo a conocer, amarlo y hacerle amar de los demás! Que nos quede, en esta fiesta, el reflexionar en que nuestro conocimiento de Jesús necesita sobre todo una experiencia viva. Nosotros mismos debemos implicarnos personalmente en una relación íntima y profunda con Jesús. Pidamos con María Santísima que experimentemos, siempre y muy de cerca, la presencia del Señor que nos ha llamado como a Bartolomé. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 23 de agosto de 2021

«Escribas y fariseos»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de este día (Mt 23,13-22) está lleno de acusaciones de Jesús contra los escribas y fariseos que son muy directas y vale la pena detenerse a verlas: No entran en el Reino, ni dejan entrar a los demás: porque no quieren reconocer al que es la Puerta, Jesús, y atosigan al pueblo con interpretaciones rigoristas; con el pretexto de oraciones, «devoran los bienes de las viudas»; hacen proselitismo, pero cuando encuentran a una persona dispuesta, no la convierten a Dios, sino a sus propias opiniones; caen en una casuística inútil, por ejemplo, sobre los juramentos, perdiendo el tiempo y angustiando a los fieles con cosas que no tienen importancia. Son «guías ciegos y necios». Mal van a poder conducir al pueblo. ¡Qué terrible situación! Ellos deberían ser los líderes y llevaban la cosa e mal en peor, por eso Jesús no se podía quedar callado.

Todos los discípulos–misioneros de Cristo tenemos alguna responsabilidad en la vida de la familia o en el campo de la educación, de la sociedad o de la comunidad eclesial; todos tenemos una gran obligación de dar ejemplo a los demás, de no llevar una «doble vida» «—entre lo que enseñamos y lo que luego hacemos—, de no ser exigentes con los demás y tolerantes con nosotros mismos —la «ley del embudo»—, de no ser como los hipócritas, que presentan por fuera una fachada, pero por dentro son otra cosa... El Evangelio de hoy es una invitación a revisarnos, porque dentro de cada uno puede esconderse un pequeño o gran escriba o fariseo. Por eso es tan importante la revisión de nuestra vida y nuestros actos cada anochecer, cuando el día declina y podemos ver cómo hemos vivido, qué hemos compartido, cómo hemos hecho presente a Dios en las vidas de los demás.

Todos estamos llamados a la santidad; todos podemos ser de Cristo. Ganemos a todos para Cristo. Si le hemos entregado a Cristo nuestra vida, no pensemos que le dimos lo externo, sino nuestro corazón para que habite en Él y nos consagre como ofrenda agradable a sus ojos, más valiosa que todo el oro y los templos de piedra que haya en el mundo. Vamos tras las huellas de Cristo. El hombre de una fe verdadera y acendrada no puede sólo formularse buenos propósitos, sino que debe emprender el camino de la fe, tal vez arduo, sembrado de dificultades y amenazado por grandes persecuciones y tribulaciones. Hay Alguien que va delante nuestro: Cristo Jesús. Él nos contempla con gran amor y nos ha comunicado su Espíritu Santo para que no seamos derrotados por el pecado siendo sencillos, compartiendo desde nuestra pequeñez. Que María Santísima, con su ejemplo de vida, nos ayude a librarnos de ese fariseísmo que fácilmente, si nos descuidamos, nos puede atacar. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 22 de agosto de 2021

«¿También ustedes quieren dejarme?»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de hoy (Jn 6,55.60-69) continúa con el pasaje del «Pan de Vida» que interrumpimos el domingo pasado por la fiesta de la Asunción e María. Ahora vemos, en el relato, que el Espíritu de Dios da a las palabras de Jesús un sentido y una fuerza divina capaz de dar a cuantos las escuchan con fe. Pero no todos quieren escucharle, no todos creen en él. Estos no pueden entender nada y se escandalizan. Muchos discípulos abandonan a Jesús, y aun entre los «Doce» que se quedan con él, hay un traidor. Sin embargo, San Pedro responde a la pregunta de Jesús haciendo en nombre de sus compañeros una sincera profesión de fe. Ellos creen que Jesús tiene palabras de vida eterna y que es el Mesías o «Santo de Dios» por otra parte, como dice muy bien Pedro, la cuestión no es sólo seguir o dejar a Jesús, sino encontrar a otro que tenga como él palabras capaces de dar vida eterna.

Este discurso de Jesús sobre el pan de vida y más aún las palabras eucarísticas de que es necesario comer su carne y beber su sangre decepcionan y escandalizan a la mayoría de los oyentes. Y es que las palabras de Jesús plantean a los oyentes una grave exigencia. La fe no es algo autónomo e independiente sino más bien una decisión personal que incluye la aceptación de Jesús por parte del hombre. Jesús no priva a los oyentes de su decisión personal. También muchos discípulos, como antes los judíos, empiezan a murmurar, con lo que manifiestan su mala disposición para creer. El tropiezo o el escándalo no se puede evitar en ninguna parte, pero siempre habrá valientes que quieran seguir a Jesús como nosotros queremos seguirlo aquí y ahora, en medio de la crisis mundial de esta pandemia y de las diversas amenazas a la vivencia de nuestra fe.

Hoy Jesús, al leer todo esto y reflexionar, nos invita a recordar muy en serio lo que significa ser cristiano, lo que significa seguirle a él. Y nos pregunta, como preguntó a sus apóstoles después de que tantos le abandonaran: «¿También ustedes quieren dejarme?» ¿Qué vamos a responder a esta pregunta? Seguir a Jesús resulta a veces oscuro, desconcertante, difícil, más exigente de lo que desearíamos, sobre todo en momentos difíciles como los que vivimos con la calamidad de una pandemia que nos puede llevar a encerrarnos en nosotros mismos. Pero a pesar de esto, nosotros queremos seguir respondiendo a esta pregunta de Jesús lo mismo que respondieron los apóstoles: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios». Renovemos con María humildemente nuestra fe en Jesús queriendo avanzar en nuestro caminar. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 21 de agosto de 2021

«Igualdad en la vida de fe para evangelizar»... Un pequeño pensamiento para hoy


En el capítulo 23 de su Evangelio, san Mateo agrupa varias frases de Jesús contra los fariseos, hoy escuchamos las primeras cosas que dice sobre ellos (Mt 23,1-12) dejándonos ver que son buenos disertadores, pero son solamente teóricos. Su ideal es válido, pero no lo ponen realmente en práctica en su vida. No detectaban esa distancia entre «lo que digo» y «lo que hago» y por lo tanto su vida era llevada con doblez. Como características tienen muchas cosas que Jesús puede decir en su contra: se presentan delante de Dios como los justos y cumplidores; se creen superiores a los demás; dan importancia a la apariencia, a la opinión que otros puedan tener de ellos, y no a lo interior; les gustan los primeros lugares en todo; y que les llamen «maestro», «padre» y «guía»; quedan bloqueados por detalles insignificantes y descuidan valores fundamentales en la vida; son hipócritas: aparentan una cosa y son otra; no cumplen lo que enseñan: obligan a otros a llevar fardos pesados, pero ellos no mueven ni un dedo para ayudarles... ¡Cuánta cosa!

Y pensar que si nosotros, como discípulos–misioneros de Cristo nos descuidamos y dejamos que nos gane el orgullo, la soberbia y la vanidad podemos llegar a cosas peores. El estilo que enseña Jesús a los suyos es totalmente diferente de todo esto. Quiere que seamos árboles que no sólo presenten una apariencia hermosa, sino que demos frutos. Que no sólo «digamos», sino que «cumplamos la voluntad de Dios». Exactamente como él, que predicaba lo que ya cumplía. Así empieza el Libro de los Hechos: «El primer libro —el del Evangelio— lo escribí sobre todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio» (Hch 1,l ). ¿Se podría decir lo mismo de nosotros, sobre todo en eso de enseñar a los demás y tratar de educarles o animarles en la fe cristiana? ¿Mereceríamos alguna de las acusaciones que Jesús dirige a los fariseos?

Las palabras de Jesús, en este párrafo del Evangelio, están dirigidas a sus seguidores más cercanos. Jesús insiste en la igualdad entre los suyos. Nadie de su comunidad tiene derecho a rango o privilegio; nadie depende de otro ara la doctrina: el único maestro es Jesús mismo: todos los discípulos–misioneros somos «hermanos», iguales. De hecho es Jesús solo quien puede revelar al hombre el ser del Padre (Mt 11,27). Esta es la verdadera enseñanza, que consiste en la experiencia que procura el Espíritu. Esto indica que en su comunidad lo único que tiene vigencia es lo que procede de él, que nadie puede arrogarse el derecho a constituir doctrina que no tenga su fundamento en la que él expone y su base en la experiencia que él comunica, y que en esta tarea todos son iguales. En la comunidad cristiana cumplirá bien con esta tarea quien no busque su propia autoridad, quien sea un hermano entre los hermanos, quien viva en sencillez como María de Nazareth, construya la unidad desde la hermandad que se hace realidad desde la actitud de servicio y no desde el cumplimiento de la ley, porque Jesús une la autoridad en la comunidad al servicio fraterno. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 20 de agosto de 2021

«Con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente»... Un pequeño pensamiento para hoy


Siempre me ha llamado mucho la atención el pasaje del Evangelio del día de hoy (Mt 22,34-40). Me entusiasma mucho la respuesta de Jesús a la pregunta de cuál es el mandamiento más grande de la ley: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda el alma y con toda la mente». Y además, me gusta que Jesús no se queda corto y añade un segundo mandamiento, que le da un plus a esto: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Todo se resume en una palabra: «Amarás». La respuesta de Jesús es clara: el mandamiento principal es amar. Amar a Dios —lo cita del libro del Deuteronomio: Dt 6— y amar al prójimo «como a ti mismo» —esto estaba ya en el Levítico: Lv 19—. Lo que hace Jesús es unir los dos mandamientos y relacionarlos: «estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas».

El amor de Dios debe embargar todo el ser, de pies a cabeza, diríamos hoy y por eso vale la pena preguntarse: ¿Es así como amo yo a Dios? o bien ¿le amo sólo con una parte de mi vida y de mi tiempo? Jesús centra a quienes le siguen, en esta ley del amor porque los judíos contaban hasta 365 leyes negativas y 248 positivas, suficientes para desorientar a las personas de mejor buena voluntad, a la hora de centrarse en lo esencial y se perdía de vista eso: «el amar». Lo principal para todo discípulo¬–misionero de Cristo sigue siendo amar. Tiene sentido el cumplir y trabajar y rezar y ofrecer y ser fieles. Pero el amor es lo que da sentido a todo lo demás. Nos interesa, de cuando en cuando, volver a lo esencial.

En el Código de Derecho Canónico —las leyes de la Iglesia— tenemos muchas normas necesarias para la vida de la comunidad en sus múltiples aspectos. Pero Jesús nos enseña dónde está lo principal y la raíz de lo demás: el amor. Está muy bien que el Código actual, en su último canon, hablando del sistema a seguir para el traslado de los párrocos, afirme un principio general muy cercano a la consigna de Jesús: «guardando la equidad canónica y teniendo en cuenta la salvación de las almas, que debe ser siempre la ley suprema de la Iglesia» (c. 1752). A la luz e esto surge otras dos preguntas: ¿Puedo decir, cuando me examino al final de cada jornada, que mi vida está movida por el amor? ¿Qué, entre tantas cosas que hago, lo que me caracteriza más es el amor a Dios y al prójimo, o, al contrario, mi egoísmo y la falta de amor? Pidamos a María, la Madre del Amor Hermoso, que nos ayude a entender que todo parte del «amarás». ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 19 de agosto de 2021

«Todos somos invitados»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de hoy (Mt 22,1-14) nos presenta la parábola del festín de las bodas. Una escena que nos deja ver que Dios sueña en una fiesta universal para la humanidad... una verdadera fiesta de «boda»... un conjunto de regocijos colectivos: banquete, danzas, música, trajes, cantos, alegría, comunión en el gozo del Reino Eterno. La intención es clara: el pueblo de Israel ha sido el primer invitado, porque es el pueblo de la promesa y de la Alianza. Pero dice que no, se resiste a reconocer en Jesús al Mesías, no sabe aprovechar la hora de la gracia. Y entonces Dios invita a otros al banquete que tiene preparado.

Aunque muchos no acepten la invitación, porque están llenos de sí mismos, o bloqueados por las preocupaciones de este mundo, Dios no cede en su programa de fiesta. Invita a otros: «la boda está preparada... convídenlos a la boda». El cristianismo es, ante todo, vida, amor, fiesta. El signo central que Jesús pensó para la Eucaristía, no fue el ayuno, sino el «comer y beber», y no beber agua, la bebida normal entonces y ahora, sino una más festiva, el vino. También, al final de la parábola, podemos recoger el aviso de Jesús sobre el vestido que se necesita para esta fiesta. No basta entrar en la Iglesia, o pertenecer a una familia cristiana o a una comunidad religiosa. Se requiere, para ser auténtico discípulo–misionero de Cristo, una conversión y una actitud de fe coherente con la invitación: Jesús pide a los suyos, no sólo palabras, sino obras, y una «justicia» mayor que la de los fariseos.

Los que somos invitados a la fiesta del banquete —a la hora primera o a la undécima, es igual— debemos «revestirnos de Cristo» (Ga 3,27), «despojarnos del hombre viejo, con sus obras, y revestirnos del hombre nuevo» (Col 3,10). Nosotros hoy necesitamos cuidar mucho nuestra mentalidad, tener un corazón humano muy misericordioso. De lo contrario o nos comportamos como los primeros invitados o como el invitado que no llevó vestido de fiesta. Lo cierto es que nosotros participamos ya en el banquete de la Eucaristía, anticipo del banquete eterno. Con María la Madre de Dios preguntémonos ¿Cuál es nuestro atuendo? ¿Cuáles son nuestras obras? Jesús nos recuerda que los «escogidos» son los que responden con fidelidad a la llamada (cf. Is 41,9; 42,1). ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

miércoles, 18 de agosto de 2021

«Los trabajadores de la viña»... Un pequeño pensamiento para hoy


En el Evangelio de hoy (Mt 20,1-16) nos topamos con la desconcertante parábola de los trabajadores de la viña, que trabajan un número desigual de horas y, sin embargo, reciben el mismo jornal. Con esta parábola entendemos claramente que los caminos de Dios son sorprendentes y para nada siguen nuestra lógica. Él llama a su viña a jóvenes y mayores, a fuertes y a débiles, a hombres y mujeres, a religiosos y laicos a la hora que él quiere y en la condición que quiere. La mano del Señor, Padre, Amigo, por su infinita misericordia, está abierta en sus dones para todos. En el reino que establece Jesús, no puede haber lugar para la envidia ni la codicia. Dios va siempre en busca de todos, llama a todos a cualquier hora, siempre quiere dar, acoge a los que en encuentra... Su llamado nos une en el trabajo y en su generosidad. Dios se da totalmente a cada uno.

La parábola nos recuerda también que el premio que esperamos de Dios no es cuestión de derechos y méritos, sino de gratuidad libre y amorosa por su parte, porque él es el dueño de la viña. La enseñanza va primeramente para los primeros seguidores de Jesús, que tal vez pensaban con la lógica de la mentalidad vigente y esperaban que la retribución para ellos fuera mayor. Confiaban en que «sus sacrificios» les asegurarían un premio mayor, pero no contaron con la más importante: el Reino de Dios y su justicia no actúan según los parámetros de la legalidad humana. En definitiva, el Reino es una realidad de gracia y no se puede cuantificar en términos de horas de labor.

La cantidad o calidad del trabajo o del servicio, la antigüedad, las diversas funciones en la comunidad, el mayor rendimiento, no crean situación de privilegio ni son fuente de mérito —la paga es la misma para todos—, pues este servicio es respuesta a un llamamiento gratuito. El llamamiento gratuito espera una respuesta desinteresada. En otras palabras: el trabajo, que es la vida en acción, no se vende; no nace del deseo de recompensa, sino de la espontánea voluntad de servicio a los demás. No se trabaja para crear desigualdad, sino para procurar la igualdad entre los hombres, y ésta debe ser patente en la comunidad. Pidamos la intercesión de María Santísima para comprender e imitar la anchura de corazón de nuestro Padre misericordioso. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 17 de agosto de 2021

«Con lo necesario para alcanzar la vida eterna»... Un pequeño pensamiento para hoy


Para asombro de todos, especialmente para mí mismo, mi reflexión del día de hoy es muy breve. Leyendo el Evangelio de hoy (Mt 19,23-30), nos damos cuenta de que si uno está lleno de cosas que no necesita, si se siente tan satisfecho de sí mismo, y no se puede desprender de su ansia de poseer y de la idolatría del dinero, no puede aceptar como programa de vida el Reino que Dios le propone. Hay que desprenderse, hay que quedar ligeros de equipaje para poder seguir al Señor.

Nosotros, como discípulos–misioneros de Cristo muy probablemente, no somos ricos en dinero. Pero podemos tener alguna clase de «posesiones» que nos llenan, que nos pueden hacer autosuficientes y hasta endurecer nuestra sensibilidad, tanto para con los demás como para con Dios, porque, en vez de poseer nosotros esos bienes, son ellos las que nos poseen a nosotros. No se puede servir a Dios y al dinero, como nos dijo Jesús en el sermón de la montaña (Mt 6,24). Hay que considerar todo lo que debemos poner de nuestra parte y todo aquello a lo que debemos renunciar para seguir a Jesús. El premio, como él lo promete, será grande: «La vida eterna».

Seguimos a Jesús por amor, porque nos sentimos llamados por él a colaborar en esta obra tan noble de la salvación del mundo. No por ventajas económicas ni humanas, ni siquiera espirituales, aunque estamos seguros de que Dios nos ganará en generosidad. Quiero invitarles a que bajo la mirada de María, que supo desprenderse de todo estorbo para seguir al Señor, hagamos esta oración: «Haznos, Señor, Dios nuestro, tan sencillos que descubramos tu poderosa y misericordiosa mano en todas las cosas, y, además, tan realistas y exigentes que nos dé vergüenza cargar en tu cuenta, por nuestra comodidad, lo que debe ser fruto del trabajo de nuestra mente, voluntad y manos. Amén.» ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 16 de agosto de 2021

«Aquel joven rico»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de este día (Mt 19,16-22) nos presenta a un hombre que se acerca a Jesús y le pregunta: «qué cosas buenas tengo que hacer para conseguir la vida eterna?» Parece, a simple vista, una persona muy preocupada del «hacer»: qué tengo que hacer yo, qué bienes tengo que emplear. Después sabremos que es rico: es un hombre acostumbrado a comprar, sabe que todo tiene un precio, está acostumbrado a la buena vida y sabe que el hombre rico puede hacer muchas cosas. Cree que tiene mucha confianza en la eficiencia: Señor, ponme una meta, aunque sea alta, de modo que yo pueda intentar. Un hombre que dice inmediatamente cuánto cuesta, estoy dispuesto a pagar. Es, pues, un hombre práctico, como mucha gente que se preocupa por asegurar esta vida y la otra. Para alcanzar ese objetivo escogen muchos caminos. Algunos optan por tener una economía sólida y una vida más o menos ordenada. Otros, procuran cumplir todas las leyes, tanto religiosas como civiles, confiando en las certezas que proporcionan. Así, se acerca a Jesús un joven lleno de preocupaciones y le pregunta por el camino para ganar la vida eterna.

Este joven del relato evangélico al que nos referimos, hace la pregunta de que qué necesita: «para conseguir la vida eterna». Aquí también el verbo significa: para que yo la tenga en mano, para que esté seguro de poseerla. Si vemos que es un hombre acostumbrado a comprar y a poseer mediante el dinero, por tanto hasta la vida eterna la quiere con seguridad y piensa que la puede comprar. Pero no es así, bien que lo sabemos, y por eso él no pudo seguir a Jesús, se aferró a sus cosas, a su comodidad, a su confort. Aquí vemos que no siempre tuvo éxito Jesús a la hora de llamar a sus seguidores porque para responder se necesita dejarlo todo. Algunos, como Pedro y los demás apóstoles, lo dejaron todo —redes, barca, casa, familia, la mesa de los impuestos— y le siguieron. Pero otros, como el personaje de hoy, creyeron que el precio era excesivo. Y es que la mentalidad del mundo actual se basa en las falsas seguridades. Propone un ideal de amor que sólo tiene en cuenta el sexo y la pasión. El ideal de vida sólo se refiere a un montón de posesiones que dan posición social. Así las cosas, se somete a la persona a una continua ilusión que la conduce al fracaso afectivo, existencial y humano. El ser humano debe descubrir su verdadero valor en la absoluta libertad y en una actitud desprendida ante la vida.

Pero Jesús, con mucha amabilidad, no lo rechaza, como no rechaza a mucha gente hoy que vive así. Jesús le contestó comenzando a guiarlo con amabilidad. La frase es muy misteriosa, dice: «¿Por qué me preguntas a mí acerca de lo bueno? Uno sólo es el bueno». ¿Qué quiere decir? Este es un hombre, como muchos de nuestros tiempos, bastante preocupado de las cosas materiales y Jesús le dice: cuidado, el bien no es una cosa, sino una persona. No se trata de un bien, sino de una persona buena. Dios te ofrece la vida, por tanto, no es que tú puedas poseerla; sino, si quieres participar en ella, observa los mandamientos, deja todo y sígueme... Nosotros, como discípulos–misioneros de Jesús hemos decidido seguirlo. ¿Qué hemos dejado a un lado para seguirle? Cada uno lo sabrá. Merece la pena seguir a Jesús. ¡Tantos millones de personas que han vivido y muerto por él! Hacer las cosas por el Reino es una razón que cautiva. Al final, aun exigente, es dulce seguir, enamorados, a la persona amada. ¿Dónde está nuestro tesoro?, nos preguntamos inquietos. No temamos. El Señor lo repite dos veces: «Si quieres...» Que María Santísima nos ayude a perseverar en el seguimiento. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 15 de agosto de 2021

«La Asunción de María»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy hacemos un alto al camino que llevamos en la reflexión dominical del Evangelio de San Juan en el capítulo 6 para abrir espacio a la fiesta mariana que la Iglesia celebra el día de hoy: «La Asunción de la Santísima Virgen María» en la que la reflexión se toma del Evangelio de San Lucas (Lc 1,39-56) con el tema de la visitación de la Santísima Virgen María a su parienta Isabel. Así, en este día, se nos da la gracia de renovar nuestro amor a María, de admirarla y alabarla por las «maravillas» que el Todopoderoso hizo por ella y obró en ella. Al contemplar a la Virgen en esta fiesta, se nos da una gracia especial: la de poder ver en profundidad también nuestra vida, porque también nuestra existencia diaria, con sus problemas y sus esperanzas recibe luz de la Madre de Dios, de su itinerario espiritual, de su destino de gloria: un camino y una meta que pueden y deben llegar a ser, de alguna manera, nuestro mismo camino y nuestra misma meta. Ella se encamina presurosa a nuestro encuentro.

En el Evangelio vemos que Isabel saluda a María de una forma magistral «Dichosa tú que has creído porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» era un buen recibimiento a su parienta que iba a ayudarla en la necesidad. Y la respuesta de María no se queda atrás, es el canto del Magnificat, un canto tan impresionante y tan lleno de contenido que desborda todo lo que nosotros podamos decir de él. Digamos lo que digamos no lo podremos hacer mejor que ella lo hizo. Dice el refrán «de la abundancia del corazón habla la boca», ella que se siente querida por Dios, proclama su grandeza y vive esa relación desde la humildad y la aceptación de sus planes sobre ella. Dios no solamente mira el pequeño, al pobre o al humilde, si no que cuenta con ellos, y los capacita para realizar su misión precisamente por ser así. A pesar de nuestros pecados, su misericordia llega a nosotros, desbordada, sin medida. Nada importa que seamos poca cosa, poco fiables, Dios sigue acordándose de su misericordia.

Porque María Santísima forma parte de los humildes y de los pequeños, la celebramos hoy exaltada y glorificada por la mano poderosa de Dios. A ese mismo destino estamos llamados nosotros. El camino para acompañar a María no es otro que el que recorrió ella. Que esta celebración mariana nos impulse a los discípulos–misioneros de Cristo a realizar dos grandes y difíciles misiones: por una parte saber reconocer a al Señor, saber descubrirlo en nuestra vida, en lo que acontece cada día y por otra saber darle gracias y bendecirlo cuando sentimos que obra a través de nosotros. Como María, miremos a Dios como Él nos mira y nos alegre el corazón, porque la misericordia de Dios, confirmada en esta fiesta de la Asunción de María, ha llegado a nosotros. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 14 de agosto de 2021

«De los que son como ellos es el Reino de los cielos»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Señor Jesús, según podemos leer siempre en los relatos evangélicos, atendía a todos, sin importar clase o condición, edad y demás y con preferencia a los más débiles y marginados de la sociedad: los enfermos, los «pecadores». En el Evangelio de hoy (Mt 19,13-15) es a los niños que le traen para que los bendiga a quienes se va a dedicar, aunque a los apóstoles se les acaba pronto la paciencia porque en aquella sociedad los niños eran algo insignificante que no merecía atención. A pesar de todo, según algunos testimonios, el rito de la imposición de manos y la bendición de los niños existía en la época. Lo hacían los padres, pero se pedía también la bendición de los rabinos famosos. En esta ocasión acuden a Jesús con los niños, para que los bendiga, teniendo en cuenta la fama que el joven rabino de Galilea había adquirido con su enseñanza y los milagros que realizaba. A todo ello se unía la fama de Jesús como persona de oración. 

Jesús nos da una gran lección poniendo a los niños como modelos: nos deja ver su sencillez y la limpieza de su corazón que nos hacen ir a la convicción de nuestra debilidad. Todas estas deben ser nuestras actitudes en la vida humana y cristiana. Pero esta breve página nos interpela también sobre nuestra actitud hacia los niños. En tiempos de Jesús, como digo, no se les tenía muy en cuenta. Ahora ha aumentado claramente el respeto que la dignidad de los niños despierta en la sociedad. En la Iglesia, tal vez, sea la época en que más se les atiende pastoralmente. En estos tiempos tan difíciles de pandemia, estamos, por ejemplo, en la parroquia en la que yo ejerzo mi ministerio, teniendo las Primeras Comuniones cada domingo en grupos muy reducidos, para cuidar a los niños de los contagios. Ellos, contentísimos, se van acercando a recibir a Jesús por primera vez en la Eucaristía, y han tenido su formación por la plataforma de zoom gracias a la creatividad de los catequistas, que se las ingenian de mil maneras, con la gracia de Dios, para tener la atención de los pequeños y ayudarles en su formación en la fe.

La familia cristiana, y toda la comunidad de discípulos–misioneros, debemos sentirnos responsables de evangelizar a los niños, de transmitirles la fe y el amor a Dios. Las ocasiones de esta atención para con los niños son numerosas: el Bautismo, la catequesis como iniciación en los valores cristianos, los demás sacramentos de la iniciación (Confirmación y Eucaristía), el grupo de perseverantes, las Misas dominicales más pedagógicamente preparadas para ellos, los diversos ambientes de su educación cristiana etc. La opción por ellos es reflejo de su comprensión y aceptación del Reinado de Dios. Este exige, para ser recibido un trabajo profundo, una profunda conversión producida por la gracia del Reino y pensar que «de los que son como ellos es el Reino de los cielos». Que María Santísima nos ayude y nos aliente a seguir haciendo mucho por la niñez en nuestro camino pastoral. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 13 de agosto de 2021

«La indisolubilidad del matrimonio»... Un pequeño pensamiento para hoy


En el Evangelio de hoy (Mt 19, 3-12) Jesús reafirma la indisolubilidad del matrimonio, recordando el plan de Dios: «ya no son dos, sino una sola carne: así pues, lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre». Al mismo tiempo, negando el divorcio, Jesús restablece la dignidad de la mujer, que no puede ser tratada, como lo era en aquel tiempo, con esa visión tan machista e interesada. En el discurso queda muy claro el principio de que «lo que Dios ha unido el hombre no lo separe». Jesús explica todo esto porque en la sociedad judía de la época, los varones tenían todas las ventajas habidas y por haber, eran los propietarios de la tierra, de los bienes y de sus esposas. Podían despedirlas cuando quisieran y, muchas veces, sin causa justificada. Estas mujeres quedaban entonces en la más absoluta pobreza y corrían el peligro, si no se casaban pronto, de perder toda su dignidad.

Cristo toma en serio la relación sexual, el matrimonio y la dignidad del hombre y la mujer en el matrimonio. No con los planteamientos superficiales de su tiempo y de ahora, buscando meramente una satisfacción que puede ser pasajera. En el sermón de la montaña desautorizaba el divorcio. Aquí apela a la voluntad original de Dios, que comporta una unión mucho más seria y estable, no sujeta a un sentimiento pasajero o a un capricho. Si el matrimonio se acepta con todas las consecuencias, no buscándose sólo a sí mismo, sino con esa admirable comunión de vida que supone la vida conyugal y, luego, la relación entre padres e hijos, evidentemente es comprometido, además de noble y gozoso.

Dios llama a cada uno a un estado de vida que debe ser siempre fecundo, portador de vida. Aquellos que realizan su vida en la unión matrimonial son hechos, por Dios, una sola carne. Así, en la Alianza Matrimonial, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre. Sólo la persona inmadura es incapaz de aceptar o conservar un compromiso de tal magnitud. Quien permanece célibe por el Reino de los cielos lo entrega todo para colaborar en el engendramiento de los hijos de Dios, por quienes velará y luchará, y esto no sólo con sus oraciones, consejos, plática y homilías, sino con su cercanía, haciendo suyas las esperanzas, angustias y tristezas de todos lo que Dios puso en sus manos para que ninguno se les pierda. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de cumplir con amor la misión que a cada uno de nosotros nos confió, para convertirnos en constructores del Reino de Dios, partiendo de la construcción que de él hemos de hacer en el seno familiar. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 12 de agosto de 2021

«El perdón y su medida»... Un pequeño pensamiento para hoy


La lección de Jesús en el Evangelio de hoy (Mt 18,21-19,1) es muy clara, muy simple, aunque bastante comprometedora: para obrar con Dios, debemos vivir en actitud constante de perdón de las ofensas recibidas; el amor ha de estar por encima de las ofensas, y hemos de buscar al hermano porque es hermano. El perdón, según el relato que vemos hoy, o es completo, total, sin archivos, o no es perdón. Pedro aparece al inicio del tema cuestionando cuántas veces hay que perdonar, Jesús responde que setenta veces siete; es decir, siempre; porque siempre tenemos necesidad del perdón divino. En este pasaje se nos aclara y recalca algo muy importante: la pertenencia al reino es el perdón y éste es sin límites y a todos, tomando como ejemplo a Dios mismo cuya oferta de gracia desborda todo cálculo humano.

En este contexto Jesús pronuncia una parábola paradójica, en la que todo parece desproporcionado: la disparatada deuda del primer servidor y donde no tiene ninguna posibilidad de que la devolviera, pese a su promesa de hacerlo junto con su crueldad para con el compañero que tiene con él una deuda insignificante y que se podía pagar fácilmente. Lo que queda claro es que la condición esencial para el perdón divino es que nosotros perdonemos a nuestros prójimos, y con un perdón «de todo corazón», como el perdón de Dios. Actuar con perdón es el estilo del reino. Negarse a perdonar nos sitúa fuera del reino y, por consecuencia, fuera de la esfera del amor misericordioso de Dios. 

Esta parábola es un drama que se actúa continuamente pues el que queda impune de grandes actos de enriquecimiento ilícito quiere luego ahorcar a sus trabajadores que le deben cualquier cosa en comparación con lo robado o ganado ilícitamente. Dios, lo sabemos muy bien, es capaz de tomar todos nuestros pecados, nuestras deudas para obtener el perdón; pero no puede tolerar el abuso de que, siendo pecadores, nos neguemos a perdonar las mínimas ofensas que se nos hacen. Con esto podremos rezar con fuerza, conciencia y compromiso aquella parte del Padrenuestro «perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden...». Bajo la mirada de María pidamos que siempre podamos comprender el gran valor del perdón. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

miércoles, 11 de agosto de 2021

«El valor de la corrección fraterna»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de hoy (Mt 18,15-20) toca el tema de la corrección fraterna. Todos sabemos que la comunidad cristiana no es perfecta. Coexisten en ella el bien y el mal y entonces el Evangelio nos ayuda a preguntarnos: ¿cómo hemos de comportarnos con el hermano que falta? Jesús señala aquí un método gradual en la corrección fraterna: el diálogo personal, el diálogo con testigos y, luego, la separación, si es que el pecador se obstina en su fallo. Todos somos corresponsables en la comunidad. En otras ocasiones, Jesús habla de la misión de quienes tienen autoridad. Aquí afirma algo que se refiere a toda la comunidad: «lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo», «donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».

Una clave fundamental para esto de la corrección fraterna es esta gradación de que nos habla Cristo: ante todo, un diálogo personal, no empezando, sin más, por una desautorización en público o la condena inmediata. Al final, podrá ocurrir que no haya nada que hacer, cuando el que falta se obstina en su actitud. Entonces, la comunidad puede «atar y desatar», y Jesús dice que su decisión será ratificada en el cielo. Se puede llegar a la «excomunión», pero eso es el último recurso. Antes hay que agotar todos los medios y los diálogos. Somos hermanos en la comunidad. Corrección fraterna entre amigos, entre esposos, en el ámbito familiar, en una comunidad religiosa, en la Iglesia. Y acompañada de la oración: rezar por el que ha fallado es una de las mejores maneras de ayudarle y, además, nos enseñará a adoptar el tono justo en nuestra palabra de exhortación, cuando tenga que decirse.

Por eso después de la consideración de la corrección fraterna, Jesús pone de manifiesto la eficacia de la oración. La oración eficaz sólo puede ser fruto de la superación de la propia agresividad, adecuándose a la práctica histórica de Jesús, único medio de alcanzar la auténtica unidad en un mundo marcado por divisiones lacerantes y por la agresividad producida por el egoísmo de los hombres. El verdadero consenso sólo puede tener lugar por la presencia de Jesús. Y sólo desde el consenso realizado por este medio puede surgir la eficacia de la oración y de la auténtica comunicación con el «Padre del cielo». Fomentemos con caridad la caridad fraterna en todos los ambientes en donde nos movemos y sigamos creando comunidad orando unos por otros y unos con otros. Que María Santísima nos ayude. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 10 de agosto de 2021

«Como el grano de trigo»... Un pequeño pensamiento para hoy


Algunas veces, la lectura continuada del Evangelio en la liturgia de la palabra de la Misa diaria, se entrecorta porque se insertan fiestas o celebraciones de suma importancia en la Iglesia. Una de ellas es la fiesta que celebramos hoy al recordar al diácono san Lorenzo, un mártir muy popular. A pesar de ser lejano en el tiempo (murió en el año 258), su memoria está viva en el pueblo cristiano. En esta fiesta se nos propone un evangelio luminoso (Jn 12,24-26). Jesús nos recuerda que «el grano de trigo seguirá siendo un único grano, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera; sólo entonces producirá fruto abundante».

Estas palabras evangélicas retratan a la perfección al diácono Lorenzo y a todo aquel que como él, quiera ser un auténtico discípulo–misionero de Cristo. Él supo entregar la vida y por eso es fuente de vida. Esas palabras, que encontramos en el Evangelio de hoy, son la respuesta a Felipe, a Andrés y a unos griegos que habían mostrado mucho interés en conocer a Jesús. El Señor no aprovecha su tirón popular para presentar un mensaje acomodaticio, al gusto de sus admiradores. No lo hace porque no quiere engañarlos. Los ama tanto que les revela dónde está el secreto de la verdadera vida. Se lo dice con la parábola del trigo y se lo dice también abiertamente, para que no se sientan frustrados en su griega racionalidad: «Quien vive preocupado por su vida, la perderá; en cambio, quien no se aferre excesivamente a ella en este mundo, la conservará para la vida eterna». ¿Se puede decir esto más claro?

No se produce vida sin dar la propia; amar es darse sin escatimar, hasta desaparecer, si es necesario. Sólo quien no teme a la muerte puede entregarse hasta el fin, llevando su vida a su completo éxito. Ser discípulo–misionero significa colaborar en la tarea de Jesús, aun en medio de la hostilidad y persecución, aún en medio de la calamidad; el que colabora se encuentra, como Jesús, en la esfera del Espíritu, en el hogar del Padre. El hombre libre posee su vida, su presente, y en cada presente puede entregarse del todo: la entrega total en cada momento es el significado de «morir». A éste «lo honrará el Padre», como termina diciendo el Evangelio de hoy. Sigamos dando la vida, como María, como san Lorenzo, como todos aquellos que han dejado esparcida la semilla de la Buena Nueva. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 9 de agosto de 2021

«La moneda en el pez»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio para la reflexión de hoy —que siempre es el que la liturgia de la palabra nos pone para la Misa— nos presenta a Jesús (Mateo 17,21-26) hablando con sus discípulos en Galilea nuevamente sobre el anuncio de su muerte y resurrección —que por cierto, entristece mucho a sus discípulos—, pero además, el pasaje de hoy, se refiere también al pago de un tributo por parte de Jesús. Desde tiempos de Nehemías, según vemos en la historia sagrada, era costumbre que los israelitas mayores de veinte años pagaran, cada año, una pequeña ayuda para el mantenimiento del Templo de Jerusalén: dos dracmas —en moneda griega— o dos denarios —en moneda romana—. Era un impuesto que no tenía nada que ver con los que pagaban a la potencia ocupante, los romanos, y que recogían los publicanos y de los cuales habla otro relato de San Mateo (Mt 22,15-21).

Jesús pagaba, por supuesto y como todos cada año, este didracma a favor del Templo, como afirma Pedro en este relato. Nuestro Señor cumple las obligaciones del buen ciudadano y del creyente judío. Aunque, como él mismo razona, el Hijo no tendría por qué pagar un impuesto precisamente en su casa, en la casa de su Padre. Pero, para no dar motivos de escándalo y crítica, lo hace. En otras cosas no tiene tanto interés en no escandalizar — por ejemplo en temas como el sábado o el ayuno—. Pero no se podrá decir que apareciera interesado en cuestión de dinero. Leyendo detenidamente llegamos al momento en que habla del pez en el lago y que probablemente, se refiere a una clase de peces con la boca muy ancha y que, a veces, se encontraban con monedas tragadas. En esta ocasión, según los estudiosos, Pedro encuentra un «estáter», una moneda que valía cuatro dracmas, lo suficiente para pagar por Jesús y por Pedro. Esta anécdota de pedir al pez que le diera una moneda es buen símbolo. Podemos interpretarlo como una pequeñez; como si dijera: lo material —al menos en una mínima proporción— es relativamente fácil adquirirlo, para cumplir con las leyes externas; lo difícil para cada uno es sacar adelante un proyecto de salvación , realizar obras grandes en el espíritu, por encima de sí mismo, según la vocación de cada quien.

Me llama la atención que Jesús, para que Pedro pague el impuesto al Templo, lo invita a realizarlo mediante la práctica de su oficio de pescador. El pez, encontrado por Pedro es don gratuito de Dios que le posibilita pagar por sí mismo y por Jesús, ligándolo de esa forma más íntimamente con Él. Esta unión realizada en la obediencia de la fe a la Palabra de su Maestro, exige de Pedro ir comprendiendo poco a poco que él y todos los discípulos–misioneros habrán de realizar el mismo camino de Jesús hacia la Pascua pasando por la cruz, aunque como decía al inicio de este escrito, eso lo llene de tristeza como a sus demás compañeros. Si queremos seguir a Cristo hemos de imitarle en todo, incluyendo por supuesto el momento de cruz, marcado especialmente por nuestros dolores físicos y morales, por nuestras penas y congojas que, unidos a la pasión de Cristo cobran sentido. Jesús velará por nosotros como lo hizo con Pedro... pagará también por nosotros. Pero nos deja la tarea de hacerle presente en el mundo cumpliendo con el papel que nos toca y que cada uno debe descubrir dentro del plan de salvación. Que María Santísima nos ayude a caminar hacia la Pascua cercanos siempre de Nuestro Señor. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 8 de agosto de 2021

«La necesidad del Pan de Vida»... Un pequeño pensamiento para hoy


Varios domingos hemos estado leyendo en la Liturgia de la Palabra de Misa el capítulo 6 del Evangelio de San Juan. Hoy nos detenemos en el pasaje de Jn 6,41-51 que nos sigue mostrando a Jesús como «Pan de Vida». El Señor Jesús es el pan que baja del cielo, es el maná del éxodo, es el pan elemental de Elías —que la primera lectura de este domingo nos presenta en 1 Re 19,4-8—, pero es mucho más. Porque el maná y el pan eran símbolos. Así como el hombre recobra las fuerzas por el alimento, así el creyente recupera el ánimo por toda palabra que procede de la boca de Dios. Así superó Jesús la tentación en el desierto. Y así podemos vencer el desaliento los creyentes. Dios permanece oculto. En realidad, a Dios nadie lo ha visto. Pero sí se ha dejado ver Jesús. Los apóstoles son testigos de excepción. Y Jesús es la palabra de Dios, o sea, la revelación de Dios hecha de un modo definitivo en la historia para los hombres. Quien me ve a mí, decía Jesús a Felipe, ve al Padre. Quien me escucha a mí, repetía, escucha al que me envió. Jesús es la palabra de Dios a los hombres. Por eso es el pan vivo que ha bajado del cielo a la tierra, se ha acercado a los hombres. Es el pan vivo, porque es pan de vida y para la vida.

Todo este discurso que desarrolla San Juan en este capítulo 6 a partir de la multiplicación de los panes, tiene aquí su conclusión: en el anuncio de la Eucaristía. El pan que yo daré, dice Jesús, es mi carne para la vida del mundo. Pan y vino es el alimento de los cristianos para recorrer todo el camino de la fe. Pan y vino, símbolos para expresar el cuerpo y la sangre de Jesús, la persona de Jesús, el Hijo de Dios, obediente hasta la muerte en la cruz. En la Eucaristía se resume el misterio de la vida de Jesús que, por obediencia al Padre, se entrega a la muerte para poner de manifiesto la resurrección y la vida eterna. Por eso la Eucaristía es, lo proclamamos solemnemente siempre: «el misterio de la fe». Porque en la Eucaristía expresamos y celebramos nuestra fe, que es confianza en la promesa de Dios. Y porque la Eucaristía deviene así el alimento que reanima y sostiene a los creyentes en la fe.

En este tiempo de pandemia, en muchas partes, —como en esta arquidiócesis de Monterrey—, los feligreses están dispensados de la asistencia a la Santa Misa debido a las disposiciones de salud. Se ha ofrecido la gran bendición de que la Misa se pueda trasmitir por los diversos medios telemáticos. Pero, eso, a lo largo de los meses o más de un año que ya llevamos así, debe evaluarse en cada persona, en cada familia y en cada comunidad. Celebrar la Eucaristía es participar del modo de vivir de Jesús, es ofrecerse a un esfuerzo que haga posible una vida mejor para todos. Es participar en una relación nueva con los demás, basada en el amor, en el cariño, en la comprensión. Es luchar contra lo que hace difícil una vida de alegría, de igualdad, de gozo y hoy hay más gente que puede participar en la Eucaristía presencial entre semana y el domingo, día del Señor porque hay más inoculados y más gente que sabe cómo cuidarse. Como digo, hay que examinarse, porque si se ha tomado la decisión de participar por los medios telemáticos «por comodidad» o «por pereza», hay que cuestionarse, pues mucha gente asiste a muy diversos eventos y sale a muchas partes, pero a la Iglesia no va ni el domingo ni entre semana. Si la participación en el rito eucarístico no implica el culto existencial, la existencia auténticamente cristiana que se condensa en el amor de Dios cumplido en el amor de los hombres, tal participación no será de la carne de Cristo, sino la rutina muerta de un convencionalismo social que se puede seguir de una manera fría y cada vez más lejana de lo presencial. En medio de la calamidad de esta pandemia, está también esta enfermedad endémica y terrible del catolicismo convencional de tantos católicos de nombre que en lugar de acercarse más a Dios por la difícil situación que vivimos, han dejado enfriar su corazón y se han volcado hacia los centros comerciales, las plazas, las quintas, los conciertos y demás y dicen que les da miedo ir a Misa. Hoy les invito a pedir que las restricciones que nos van poniendo no restrinjan nuestro amor a Jesús Eucaristía, el Pan de Vida. Pidamos a María Santísima que ella nos ayude a buscar ante todo a su Hijo Jesús y que si podemos asistir al Templo o vivir nuestras celebraciones por los medios telemáticos, lo hagamos llenos de fe. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

P.D. ¡Perdón! Porque el pensamiento de hoy es bastante extenso.

sábado, 7 de agosto de 2021

«Hace falta una fe grande»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de hoy (Mt 17,14,20) es sencillo y acontece al bajar del monte, después de la escena de la transfiguración —que ayer meditamos en Mc 9,2-10—. Jesús se encuentra con un grupo de sus apóstoles que no han podido curar a un epiléptico. Nuestro Señor atribuye el fracaso a la poca fe de sus seguidores porque no han sabido confiar en Dios como se debe. Si tuvieran fe verdadera, «nada les sería imposible». Después, «increpó al demonio y salió, y en aquel momento se curó el niño». Sí, Jesús increpó al demonio y luego dijo a sus discípulos: «Yo les aseguro que si ustedes tuvieran fe al menos del tamaño de una semilla de mostaza, podrían decirle a ese monte: “Trasládate de aquí para allá”, y el monte se trasladaría. Entonces nada sería imposible para ustedes”. Seguirlo a Jesús, hacerse su discípulo–misionero, colaborar en su tarea apostólica pide una fe profunda y bien fundamentada, capaz de soportar adversidades, contratiempos, dificultades e incomprensiones. Una fe que es efectiva porque está sólidamente enraizada. En otros fragmentos evangélicos, Jesucristo mismo lamenta la falta de fe de sus seguidores. La expresión «nada sería imposible para ustedes» (Mt 17,20) expresa con toda la fuerza la importancia de la fe en el seguimiento del Maestro.

¡Cuántas veces fracasamos en nuestro empeño por falta de fe! Eso es claro. Tendemos a poner la confianza en nuestras propias fuerzas, en los medios, en las instituciones. No planificamos con la ayuda de Dios y de su Espíritu. Jesús nos lo ha dejado claro: «sin mí nada pueden hacer». Apoyados en él, con su ayuda, con un poco de fe, fe auténtica, haríamos maravillas. El que cura es Cristo Jesús. Pero sólo se podrá servir de nosotros si somos «buenos conductores» de su fuerza liberadora. Como cuando Pedro y Juan curaron al paralítico del Templo.

Hoy nosotros, en medio de una pandemia que viene con una ola, y otra, y otra... necesitamos mucha fe, una fe auténtica, una confianza a toda prueba para superar esta calamidad y ver todo lo que está sucediendo desde la mirada de Dios. ¿Por qué todo esto? ¿Hacia dónde vamos? ¿Cuándo parará o será que viviremos ya siempre así? ¿Por qué tantos enfermos, ahora gente joven y niños? ¿Por qué muchos se mueren? ¿De qué nos han servido las vacunas? ¿Vale la pena vacunarse o no? ¿Qué más podemos hacer? Estas y muchas otras interrogantes existen, y por la fe y desde la fe hemos de ir dando respuesta, sobre todo con la aceptación de la voluntad de Dios. Dios está dispuesto a intervenir aquí y ahora para curarnos, para salvarnos; pero si tenemos dudas, si no creemos que su amor pueda llegar hasta aquí, no esperemos ser escuchados. Recibimos lo que esperamos: ¡nada! Por otra parte, no debemos pretender obtener milagros a placer porque sabemos que hay que hacer la voluntad de Dios y esta se va revelando de diversa manera. Aquella «montaña» que podemos trasladar de un lugar a otro por la fe, no está fuera sino dentro de nosotros: montañas de egoísmo, autosuficiencia, insensibilidad hacia los otros, materialismo, soberbia... Para moverlas debemos creer en Dios que nos ayudará, siempre y cuando nos empeñemos con fe, aunque sea poca, pero auténtica. Dios tendrá piedad de quien se acerque a Él con un corazón sencillo como el de María. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 6 de agosto de 2021

«La Transfiguración»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy se celebra la fiesta del Transfiguración del Señor, por lo cual el Evangelio del día es especial (Mc 9,2-10) y nos narra ese hecho maravilloso. La transfiguración de Jesús se sitúa evangélicamente en un momento crucial de su ministerio, a saber, después de la confesión mesiánica de Pedro en Cesárea de Filipo. Incomprendido por el pueblo —que esperaba un político— y rechazado por las autoridades —que no lo querían politizado—, Jesús se dedica en la segunda parte de su vida a revelar su persona al grupo de sus discípulos para confirmarlos en la fe. En la transfiguración se descubren las dos facetas básicas de la personalidad de Jesús: una, dolorosa: la marcha hacia Jerusalén en forma de subida, que para los discípulos es entrega incomprensible a la muerte; la otra, gloriosa: Jesús muestra en su transfiguración un anticipo de la gloria futura.

Yo creo que en actitud orante en este día, nos podemos poner ante el Señor transfigurado, suplicando que nuestra alma, corazón y vida sean transformados en la imagen de Cristo. Por cierto, me encontré una oración para pedirle al Señor que nos transfigure y pensé que para nuestra reflexión del día de hoy nos puede servir, así que aquí la copio tal cual: «Transfigúrame, Señor, transfigúrame. Quiero ser tu vidriera, tu vidriera azul, morada y amarilla. Quiero ser mi figura, sí, mi historia, pero por ti en tu gloria traspasado. Transfigúrame, Señor, transfigúrame. Mas no a mí solo; purifica también a todos los hijos de tu Padre que te rezan conmigo o te rezaron, o que acaso ni una madre tuvieron que les guiara a decir el Padrenuestro. Transfigúranos, Señor, transfigúranos. Si acaso nada saben de ti, o dudan, o blasfeman, límpiales el rostro, como a ti la Verónica; descórreles las densas cataratas de sus ojos; que te vean, Señor, como te veo. Transfigúralos, Señor, transfigúralos. Que todos puedan, Señor, en la misma nube que a ti te envuelve, despojarse del mal y revestirse de su figura nueva, y en ti transfigurarse. Y a mí, con todos ellos, transfigúrame, Señor, transfigúrame». ¿Verdad que ayuda a adentrarse en el tema?

La Transfiguración es una muestra del poder de Dios y, también, de su misericordia, porque un día nosotros nos veremos con los cuerpos y los semblantes radiantes en conversación con Jesús Glorificado y todos sus santos. Sólo alcanzaremos la transfiguración si seguimos el camino de Jesús, y ese camino, como anuncia hoy en esta escena maravillosa, para alcanzar la resurrección ha de pasar por la cruz. San Juan Pablo II, comentando este pasaje —Vita consecrata, n. 15— nos dice que «el episodio de la transfiguración marca un momento decisivo en el misterio de Jesús. Es un acontecimiento de revelación que consolida la fe en el corazón de sus discípulos, les prepara al drama de la Cruz y anticipa la gloria de la resurrección». En efecto, nuestro Señor concede a sus apóstoles la gracia de contemplar su rostro transfigurado en el Tabor para confirmarlos en su fe y para que no desfallezcan ni se escandalicen cuando vean su rostro desfigurado en la Cruz. Que nos queda claro que la pasión y el dolor son camino de gloria y de resurrección. Así pues, este relato nos anima a no soñar con triunfos fáciles, con una vida de placeres y de glorias mundanas. A la luz de la gloria del cielo hemos de llegar a través del camino, muchas veces oscuro y penoso, de la cruz. Pero si vamos por esta senda, ¡vamos con paso seguro! Ahora compartimos los sufrimientos de Cristo Crucificado. Pero, cuando llegue aquel día bendito de nuestra propia transfiguración, nuestra dicha y nuestra gloria será casi infinita. Sigamos el camino de la mano de María con el anhelo de ser transfigurados. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 5 de agosto de 2021

«La fe de Pedro y nuestra fe»... Un pequeño pensamiento para hoy


Yo todavía sigo de fiesta en mi corazón. Ayer por mis 32 años de vida sacerdotal y hoy 5 de agosto por recordar la primera Misa que presidí en mi vida. No he tenido fiesta, incluso ayer celebré Misa en privado con mi madre, como lo haré hoy en medio de esta situación de pandemia que a algunos nos tiene en condiciones especiales. Pero sí, como digo, hay fiesta en el corazón por el inmerecido don del sacerdocio. Yo tuve mi «Cantamisa» —así se le llama a la primera Misa de un sacerdote porque originalmente era toda cantada— en la hoy parroquia de Nuestra Señora del Rosario en San Nicolás. En aquel 1989 era una capilla perteneciente a la parroquia Coronación de la Virgen del Roble, que es donde ahora ejerzo mi ministerio los domingos y cuando se me pide. Con el tiempo aquella capilla se convirtió en parroquia y tuve la gran bendición de ser su primer párroco. Los años han pasado y aquí sigo, como decía ayer, sin llevar un récord de las celebraciones que he realizado pero feliz con mi vocación.

La liturgia de este jueves propone que se celebre la Misa Votiva de Nuestro Señor Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, así que será un gran regalo para seguir de fiesta. El Evangelio que se indica para hoy es el relato del gran misterio de la fe de Pedro ante Jesús que, aunque es constituido como autoridad en la Iglesia, no entiende muy bien las cosas de Dios (Mt 16,13-23). Yo siento que es un retrato de la fe nuestra. Jesús alaba a Pedro porque ha sabido captar la voz de Dios y, con tres imágenes, le constituye como autoridad en la Iglesia, lo que luego se llamará «el primado»: la imagen de la piedra —Pedro = piedra = roca fundacional de la Iglesia—, la de «las llaves» —potestad de abrir y cerrar en la comunidad— y la de «atar y desatar». Pero, enseguida, San Mateo nos cuenta otras palabras de Jesús, esta vez muy duras. Al anunciar Jesús su muerte y resurrección, Pedro, de nuevo primario y decidido, cree hacerle un favor: «no lo permita Dios, eso no puede pasarte»; y tiene que oír algo que no olvidará en toda su vida: «¡Apártate de mí, Satanás, y no intentes hacerme tropezar en mi camino, porque tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres». Antes le alaba porque habla según Dios. Ahora le reprende fuerte porque habla como los hombres. 

Y es que en cualquiera de nosotros, como discípulos–misionero de Cristo pueden coexistir una fe muy sentida, muy fervorosa, muy viva, con un amor indudable hacia Cristo y, a la vez, la debilidad y la superficialidad en el modo de entenderle desde nuestra condición humana. ¡Qué gran enseñanza! Todos tendemos a hacer una selección en nuestro seguimiento de Cristo. Le confesamos como Mesías e Hijo de Dios. Pero nos cuesta entender que se trata de un Mesías «crucificado», que acepta la renuncia y la muerte porque está seriamente comprometido en la liberación de la humanidad. Como a Pedro, nos gusta el monte Tabor, el de la transfiguración, pero no, el monte Calvario, el de la cruz. Hoy, a la luz de este Evangelio, comprendemos que a Jesús le tenemos que aceptar entero, sin «censurar» las páginas del Evangelio según vayan o no de acuerdo con nuestra formación, con nuestra sensibilidad o con nuestros gustos y que en nuestra vocación, la mía y la de todos, se va conjugando todo esto. Que María nos ayude a seguir adelante, aceptando al Cristo total para amarlo y hacerlo amar del mundo entero. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

miércoles, 4 de agosto de 2021

«Señor, ten compasión de mí»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hace 32 años, en un día como hoy 4 de agosto, pero de 1989, en la Basílica de Guadalupe en Monterrey, Nuevo León, México, fui ordenado sacerdote para siempre. Aquel momento ha quedado grabado en mi corazón y el tiempo ha pasado muy de prisa. Quiero empezar mi reflexión del día de hoy dando gracias a Dios por este ministerio que me ha regalado como Misionero de Cristo para la Iglesia Universal y en el que por tantos años me ha permitido dispensar su misericordia buscando imitar al Señor Jesús que fue más allá de las ovejas del pueblo de Israel. Hoy, precisamente, en el Evangelio, encontramos a Jesús ejerciendo de su misericordia con una mujer que no es del pueblo de Israel, sino que es una cananea que se acerca sabiendo de la compasión del Señor por todos y segura de que su súplica, por la salud de su hija —que está atormentada por un demonio— será escuchada (Mt 15,21-28). Cómo resuenan ante mí las palabras de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, la fundadora de la Familia Inesiana a la que pertenezco: «Que todos te conozcan y te amen, es la única recompensa que quiero».

Entre lo que podemos ver en el relato evangélico de hoy, de tinte netamente misionero, es que Jesús le hace ver a la mujer que primero se ha de ocupar de las ovejas descarriadas de la casa de Israel, pero la mujer pagana se convierte en un modelo de fe. Su oración por su hija es sencilla y honda: «Señor, hijo de David, ten compasión de mí, Señor». Ella no se da por vencida ante la respuesta de Jesús y va respondiendo a las «dificultades» que la ponen a prueba. Es uno de los casos en que Jesús, el Misionero del Padre alaba la fe de los extranjeros —el buen samaritano, el otro samaritano curado de la lepra, el centurión romano—, en contraposición a los judíos, los de casa, a los que se les podría suponer una fe mayor que a los de fuera. A 32 años de estar predicando sobre este pasaje evangélico, la fe de esta mujer me sigue interpelando y creo que nos interpela a todos los que somos «de casa» y nos llama a ir más allá de las fronteras de donde todo lo tenemos hecho. Así como Jesús se vio obligado a admirar esa fe de una extranjera como había admirado precedentemente la fe del centurión (Mt 8,10), me he admirado yo durante todo este tiempo, de la fe de mucha gente que estando lejos, se ha acercado al Señor. 

No llevo cuentas, por lo cual no sé cuántos habré bautizado, pequeños y grandes; cuántos extraordinariamente habré confirmado hasta hoy; cuantos matrimonios habré celebrado; cuántas unciones e los enfermos; cuántos funerales... muchas de estas acciones sacramentales en corazones de gente convertida que estaba lejos de Dios. Qué hermoso se cumple en este relato y en mi vida ministerial como sacerdote Misionero de Cristo y en estos últimos tiempos también como Misionero de la Misericordia, aquella profecía de Isaías consignada en Mt 13,15. En la «hija curada» se hace patente la curación de todo aquel que comprende con el corazón y se convierte al Señor. Pidan mucho por mí, vivo, como todo sacerdote, de las limosnas de sus oraciones, lo más valioso que tenemos de ustedes como pueblo de Dios. Encomiéndenme a María Santísima cada vez que recen el Santo Rosario para que siga siendo dispensador de la gracia de Dios sin conocer fronteras aún en medio de este difícil tiempo de pandemia que nos toca vivir y de mi endeble salud.

¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.