jueves, 5 de agosto de 2021

«La fe de Pedro y nuestra fe»... Un pequeño pensamiento para hoy


Yo todavía sigo de fiesta en mi corazón. Ayer por mis 32 años de vida sacerdotal y hoy 5 de agosto por recordar la primera Misa que presidí en mi vida. No he tenido fiesta, incluso ayer celebré Misa en privado con mi madre, como lo haré hoy en medio de esta situación de pandemia que a algunos nos tiene en condiciones especiales. Pero sí, como digo, hay fiesta en el corazón por el inmerecido don del sacerdocio. Yo tuve mi «Cantamisa» —así se le llama a la primera Misa de un sacerdote porque originalmente era toda cantada— en la hoy parroquia de Nuestra Señora del Rosario en San Nicolás. En aquel 1989 era una capilla perteneciente a la parroquia Coronación de la Virgen del Roble, que es donde ahora ejerzo mi ministerio los domingos y cuando se me pide. Con el tiempo aquella capilla se convirtió en parroquia y tuve la gran bendición de ser su primer párroco. Los años han pasado y aquí sigo, como decía ayer, sin llevar un récord de las celebraciones que he realizado pero feliz con mi vocación.

La liturgia de este jueves propone que se celebre la Misa Votiva de Nuestro Señor Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, así que será un gran regalo para seguir de fiesta. El Evangelio que se indica para hoy es el relato del gran misterio de la fe de Pedro ante Jesús que, aunque es constituido como autoridad en la Iglesia, no entiende muy bien las cosas de Dios (Mt 16,13-23). Yo siento que es un retrato de la fe nuestra. Jesús alaba a Pedro porque ha sabido captar la voz de Dios y, con tres imágenes, le constituye como autoridad en la Iglesia, lo que luego se llamará «el primado»: la imagen de la piedra —Pedro = piedra = roca fundacional de la Iglesia—, la de «las llaves» —potestad de abrir y cerrar en la comunidad— y la de «atar y desatar». Pero, enseguida, San Mateo nos cuenta otras palabras de Jesús, esta vez muy duras. Al anunciar Jesús su muerte y resurrección, Pedro, de nuevo primario y decidido, cree hacerle un favor: «no lo permita Dios, eso no puede pasarte»; y tiene que oír algo que no olvidará en toda su vida: «¡Apártate de mí, Satanás, y no intentes hacerme tropezar en mi camino, porque tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres». Antes le alaba porque habla según Dios. Ahora le reprende fuerte porque habla como los hombres. 

Y es que en cualquiera de nosotros, como discípulos–misionero de Cristo pueden coexistir una fe muy sentida, muy fervorosa, muy viva, con un amor indudable hacia Cristo y, a la vez, la debilidad y la superficialidad en el modo de entenderle desde nuestra condición humana. ¡Qué gran enseñanza! Todos tendemos a hacer una selección en nuestro seguimiento de Cristo. Le confesamos como Mesías e Hijo de Dios. Pero nos cuesta entender que se trata de un Mesías «crucificado», que acepta la renuncia y la muerte porque está seriamente comprometido en la liberación de la humanidad. Como a Pedro, nos gusta el monte Tabor, el de la transfiguración, pero no, el monte Calvario, el de la cruz. Hoy, a la luz de este Evangelio, comprendemos que a Jesús le tenemos que aceptar entero, sin «censurar» las páginas del Evangelio según vayan o no de acuerdo con nuestra formación, con nuestra sensibilidad o con nuestros gustos y que en nuestra vocación, la mía y la de todos, se va conjugando todo esto. Que María nos ayude a seguir adelante, aceptando al Cristo total para amarlo y hacerlo amar del mundo entero. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

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