La primer parábola, la del tesoro escondido, nos presenta a un hombre que parece ser un jornalero, un hombre que encuentra un tesoro, trabajando en un campo que no es de su propiedad. Por eso tiene que ir a vender todo lo que posee, para poder comprar aquel campo y salir así de la miseria. En la segunda parábola, la de la perla fina, el personaje principal es un rico comerciante mayorista en perlas. En aquel tiempo las perlas eran obtenidas en el mar Rojo y valían, además del oro, como máxima preciosidad. Él las adquiere de pescadores de perlas o de pequeños negociantes. También este rico aprovecha el caso fortuito, vende su propiedad y compra esta perla de gran valor.
Algo que me llama la atención de los dos personajes de este Evangelio de hoy y que también comparten con santa Rosa de Lima, es la alegría y prontitud para deshacerse de todo lo que impida que puedan comprar el terreno del tesoro, la perla preciosa y en el caso de santa Rosa, el tesoro y la perla del Reino de los Cielos. ¡Cómo hace falta que el corazón «arda» por lo que se quiere alcanzar! Santa Rosa de Lima lo dejó todo por la alegría del Reino, por la alegría del Evangelio. A la luz de esto me queda unas preguntas: ¿Cómo ando en el ardor por el Reino? ¿Soy capaz de venderlo todo, de dejarlo todo, de desprenderme de todo aquello que también tiene valor pero no tanto como el Reino? Que la Virgen María, que se hizo poseedora del Reino interceda por nosotros y nos ayude a alegrarnos presurosos. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario