Para muchos, y creo que así es en general, cumplir los 60 años es envejecer, porque eso es algo que no podemos evitar, aunque algunos te digan: «aparentas menos edad». Yo creo que todo es cuestión de actitud frente a la vida que Dios nos ha dado. No quiero renunciar a seguir aprendiendo por tener una determinada edad, ni abandonar mis sueños, ni intentar hacerlos realidad de improviso. Por eso sigo siendo un aprendiz que camina en la ruta de la fe, disfrutando del momento, de los que me rodean, reforzando mi autoestima, creciendo en mi donación y luchando por una sociedad en la que Dios esté presente; una sociedad solidaria y tolerante desde la visión de Dios, como sacerdote, religioso y misionero. Espero seguir adelante el tiempo que Dios quiera y como él quiera; morir como he vivido, intentando ser consecuente conmigo mismo y sin perder la idea de cambiar este mundo lleno de desigualdad y de situaciones complejas poniendo mi granito de arena. En medio de todo esto doy las gracias en primer lugar a Dios, que me ha permitido vivir hasta el día de hoy y luego a cada uno de ustedes, familiares —en especial a mi mamá, mi hermano y su familia— amigos y bienhechores que día a día hacen oración por mí.
Por fin llego al Evangelio de hoy, que nos habla de la parábola de los talentos (Mt 25,14-30) y pienso en tantos que a lo largo de 60 años el Señor me ha dado... ¿Qué he hecho con todo ello? ¿He sacado provecho de esos talentos? ¿Los he sabido utilizar también para beneficio de la comunidad o los he escondido «bajo tierra» por pereza o por una falsa humildad? No soy dueño, sino administrador de los dones que Dios me ha dado, y que se presentan aquí como un capital que él ha invertido en mí. A los 60 años tengo nuevos retos, nuevas encomiendas, nuevas situaciones que debo enfrentar y que hablarán con el tiempo de la multiplicación de esos talentos que el Señor me ha dado... ¡así lo espero! Ni yo ni ustedes sabemos cuánto tiempo nos queda de vida y cuándo seremos convocados a examen sobre el amor. Pero todos deseamos que el examinador, el Juez, nos pueda decir las palabras que él guarda para los que se han esforzado por vivir según sus caminos: «Te felicito, siervo bueno y fiel. Puesto que has sido fiel en cosas de poco valor, te confiaré cosas de mucho valor. Entra a tomar parte en la alegría de tu señor». Que María Santísima me ayude, y nos ayude a todos, a pasar por la vida multiplicando los talentos que el Señor nos ha dado. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
P.D. Gracias por tantas felicitaciones, que ya, adelantadamente, me han empezado a llegar. No dejen de pedir a Dios por mí, que mucho, muchísimo, lo necesito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario