En este contexto Jesús pronuncia una parábola paradójica, en la que todo parece desproporcionado: la disparatada deuda del primer servidor y donde no tiene ninguna posibilidad de que la devolviera, pese a su promesa de hacerlo junto con su crueldad para con el compañero que tiene con él una deuda insignificante y que se podía pagar fácilmente. Lo que queda claro es que la condición esencial para el perdón divino es que nosotros perdonemos a nuestros prójimos, y con un perdón «de todo corazón», como el perdón de Dios. Actuar con perdón es el estilo del reino. Negarse a perdonar nos sitúa fuera del reino y, por consecuencia, fuera de la esfera del amor misericordioso de Dios.
Esta parábola es un drama que se actúa continuamente pues el que queda impune de grandes actos de enriquecimiento ilícito quiere luego ahorcar a sus trabajadores que le deben cualquier cosa en comparación con lo robado o ganado ilícitamente. Dios, lo sabemos muy bien, es capaz de tomar todos nuestros pecados, nuestras deudas para obtener el perdón; pero no puede tolerar el abuso de que, siendo pecadores, nos neguemos a perdonar las mínimas ofensas que se nos hacen. Con esto podremos rezar con fuerza, conciencia y compromiso aquella parte del Padrenuestro «perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden...». Bajo la mirada de María pidamos que siempre podamos comprender el gran valor del perdón. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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