martes, 31 de agosto de 2021

«La calidad de la enseñanza de Jesús»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de hoy (Lc 4,31-37) se inicia con algo que los cuatro evangelistas aseguran: Jesús «hablaba con autoridad». Se trata de una autoridad extraordinaria, del prestigio que emanaba de su persona y de su palabra que dejaba a todos admirados. La historia nos dice que el ambiente judío de aquellos tiempos estaba marcado por una gran influencia de las escuelas rabínicas de los grupos de escribas o letrados que se dedicaban a comentar la Escritura a fuerza de referencias bíblicas. Pero llega Jesús, el Mesías, y rompe todos los esquemas, expone comentarios nuevos que no se refieren a ninguna escuela de pensamiento de aquellas: del fondo de sí mismo surge un pensamiento magistral revestido de autoridad... y que, más que apoyarse en tradiciones de escuela, apela directamente a la conciencia de sus interlocutores.

En medio de aquellas enseñanzas en las que hablaba con autoridad, Jesús realiza el primer signo, el primer milagro del que san Lucas nos habla: libera a un poseso de su mal. Así, vemos que Jesús predica y a la vez libera. La Buena Noticia es que ya está actuando en este mundo la fuerza salvadora de Dios. El mal empieza a ser vencido. Ese exorcismo es la primera victoria de Jesús contra el maligno. El demonio lo expresa certeramente: «¿has venido a destruirnos?». Y protesta, porque naturalmente el mal no quiere perder terreno. Con todo, a lo largo del Evangelio, en sus cuatro narradores, vamos a ver que Jesús libera a toda la persona: a veces le cura de su enfermedad, otras de su posesión maligna, otras de su muerte, y sobre todo, de su pecado.

La fuerza curativa de Jesús ha pasado a su comunidad, por eso Pedro y Juan curaron al paralítico del Templo «en nombre de Jesús» (Hch 3,1-15). La Iglesia, sobre todo por sus sacramentos, pero también por su acogida humana, por su palabra de esperanza, por su anuncio de la Buena Noticia del amor de Dios, sigue hablando con la misma autoridad de Jesús y sigue curando males y «posesiones» de todo tipo. La Iglesia, con el mismo poder de Cristo busca llenar de esperanza a la humanidad, liberando de todo tipo de esclavitudes y venciendo al mal. Nosotros, los discípulos–misioneros de Cristo somos la Iglesia que con un abrir el corazón, con tender las manos, con hacer un pequeño favor, sigue haciendo que el señor hable con autoridad y continúe sanando a todos. Pidamos a María Santísima que nos ayude a ser presencia de este Cristo en el mundo de hoy. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario