En medio de aquellas enseñanzas en las que hablaba con autoridad, Jesús realiza el primer signo, el primer milagro del que san Lucas nos habla: libera a un poseso de su mal. Así, vemos que Jesús predica y a la vez libera. La Buena Noticia es que ya está actuando en este mundo la fuerza salvadora de Dios. El mal empieza a ser vencido. Ese exorcismo es la primera victoria de Jesús contra el maligno. El demonio lo expresa certeramente: «¿has venido a destruirnos?». Y protesta, porque naturalmente el mal no quiere perder terreno. Con todo, a lo largo del Evangelio, en sus cuatro narradores, vamos a ver que Jesús libera a toda la persona: a veces le cura de su enfermedad, otras de su posesión maligna, otras de su muerte, y sobre todo, de su pecado.
La fuerza curativa de Jesús ha pasado a su comunidad, por eso Pedro y Juan curaron al paralítico del Templo «en nombre de Jesús» (Hch 3,1-15). La Iglesia, sobre todo por sus sacramentos, pero también por su acogida humana, por su palabra de esperanza, por su anuncio de la Buena Noticia del amor de Dios, sigue hablando con la misma autoridad de Jesús y sigue curando males y «posesiones» de todo tipo. La Iglesia, con el mismo poder de Cristo busca llenar de esperanza a la humanidad, liberando de todo tipo de esclavitudes y venciendo al mal. Nosotros, los discípulos–misioneros de Cristo somos la Iglesia que con un abrir el corazón, con tender las manos, con hacer un pequeño favor, sigue haciendo que el señor hable con autoridad y continúe sanando a todos. Pidamos a María Santísima que nos ayude a ser presencia de este Cristo en el mundo de hoy. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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