Jesús insiste —en el contexto en el que aparece esta parábola— en que la irrupción del Reino requiere preparación. Efectivamente, las personas que contraen algún compromiso tratan de prepararse lo mejor que pueden para desempeñarse bien. Los que se casan realizan las mayores previsiones posibles y saben que su vida cambiará a partir del compromiso matrimonial. De igual forma, la vida del discípulo es transformada completamente por la irrupción del Maestro. A partir del llamado, el discípulo–misionero comienza a prepararse para los momentos decisivos. Serán muchos y muy variados, pero siempre estarán marcados por lo imprevisible. Esta parábola de las diez jóvenes ilustra perfectamente esta realidad. Todas las muchachas esperan al novio, pero únicamente cinco están preparadas. Las otras, no han alimentado la luz que ilumina sus vidas y no alcanzan a ver al esperado que ya llega. Mientras toman las providencias necesarias, el esperado cierra el acceso tras de sí, dejando por puertas las aspiraciones de las descuidadas.
Con esto Jesús nos advierte a los discípulos–misioneros cuál debe ser la correcta actitud en nuestra vida cristiana. No se pueden dormir sobre el compromiso, creyendo que éste es suficiente para asegurar la entrada al banquete del Reino. Si dejamos apagar la lámpara de la fe por falta del aceite de la perseverancia y la oración, no estaremos preparados para ver la llegada del esperado. Del mismo modo, cuando sobreviene el compromiso cristiano o incluso la muerte, no se puede improvisar en un minuto lo que no se ha hecho en toda la vida. El que desperdicia las oportunidades de formación y preparación, pierde todo lo que ha querido alcanzar. Ya que, quien no recoge a tiempo la cosecha, la desperdicia. Pidamos a María Santísima. A quien siempre hacemos presente en nuestra reflexión, como Madre de Dios y Madre nuestra, que ella, que siempre estuvo preparada, nos ayude a nosotros a estar vigilantes y con las lámparas encendidas, con una provisión suficiente de aceite para salir al encuentro del Esposo y acompañarlo a su casa para celebrar con él el banquete de bodas. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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