Este es un milagro cargado de simbolismo. En el Antiguo Testamento, Moisés, Elías y Eliseo dieron de comer a la multitud en el desierto o en períodos de sequía y hambre. Jesús cumple en plenitud las figuras del Antiguo Testamento. Además, muestra un corazón lleno de misericordia y un poder divino como Enviado e Hijo de Dios. Yo creo que cada vez que leemos esta escena, cada vez que leemos esta escena, reforzamos la lección de la solidaridad de Jesús con los que pasan hambre y pensamos también en los que buscan, en los que andan errantes por los desiertos del mundo. La consigna de Jesús es sintomática: «denles ustedes de comer». Y podemos entender entonces que la Iglesia no sólo puede ofrece el Pan con mayúscula, sino también el pan con minúscula, que puede traducirse por pastoral social, salud, cultura, cuidado y preocupación por la justicia en favor de los débiles y la solidaridad de los que tienen con los que no tienen.
Jesús les pide a sus discípulos que le donen lo que tienen para dar de comer a la gente. Son solamente cinco panes y dos peces pero que Él, por su infinita misericordia, hará rendir y rendir para que alcancen a comer unos cinco mil hombres sin contar a las mujeres y a los niños —que siempre suelen ser más—. Todos comieron y hasta sobró. Cada vez que participamos en la Eucaristía rezamos el Padrenuestro, cuyas palabras nos hacen pedir el pan nuestro de cada día, el pan de la subsistencia y, luego, casi inmediatamente pasamos a ser invitados a recibir el Pan que es el mismo Señor Resucitado que se ha hecho nuestro alimento sobrenatural. Así, hay un doble pan, porque el hambre también es doble: de lo humano y de lo trascendente. Y la «fracción del pan» deberá ser para todo discípulo–misionero, tanto partir el Pan eucarístico como compartir el pan material con el hambriento. Que María Santísima nos ayude a ser solidarios y a ser testigos del milagro de que todo alcanza y sobra. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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