El Señor Jesús, quiere que aquella muchedumbre comprenda que tanto el maná del desierto como los panes multiplicados son ambos expresión del amor que el Padre ofrece al mundo. Jesús, al ir más allá de la significación material del maná (Jn 6,32), estaba completamente en la línea del Antiguo Testamento que buscó con frecuencia ver la Palabra de Dios detrás de este alimento (Dt 8,2-3; Sab 16,26). Jesús deja entender, con esto, que él también, al multiplicar los panes, trasciende la vida material y física por su mensaje y el misterio de su persona simultáneamente. Pero los interlocutores de Cristo, como mucha gente de ahora, de nuestros tiempos, no trascienden el plano material. En esta situación, a Cristo no le queda otra cosa que hacer que declarar abiertamente que el pan multiplicado va unido a su misión espiritual y a su propia persona. Él es el Pan de Vida.
El pan del cielo es el pan de vida, el que no sólo sirve para sustentar la vida, sino que le da sentido. Por eso Jesús nos dice hoy que trabajemos no por el pan que perece, sino por el que perdura. Es perecedero el pan que sólo sirve para consumir y nos hace consumidores. Perdura el pan que se reparte y comparte y que nos hace hermanos. Cada vez que nos reunimos a celebrar la Eucaristía, a partir el pan, como decían los primeros cristianos, lo hacemos para llenarnos del espíritu de Jesús y recuperar su punto de vista y así descubrir el sentido del pan y de todas las cosas, que es su dimensión humana universal. En la Eucaristía celebramos ya, como un anticipo, esa gran fraternidad de todos los hombres hijos de Dios. Todos comemos del mismo Pan, de ese Pan que es Cristo, que nos da vida y que nos convierte en personas que contagian vida, ganas de vivir. Con María, pidamos de este Pan. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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