sábado, 31 de julio de 2021

«El martirio de Juan el Bautista y nuestro compromiso»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de hoy es un relato conocido, se trata del martirio de Juan el Bautista (Mt 14,1-12). Jesús nos vino a enseñar que debemos ser luz y sal y fermento de este mundo. O sea, profetas. Profetas son los que interpretan y viven las realidades de este mundo desde la perspectiva de Dios. Por eso, muchas veces, tienen que denunciar el desacuerdo entre lo que debería ser y lo que es, entre lo que Dios quiere y lo que los intereses de determinadas personas o grupos pretenden. Eso hizo Juan el Bautista. Juan Bautista fue el último profeta del Antiguo Testamento. Se enfrentó abiertamente con los gobernantes de la nación para llamarlos al cambio y para reclamar un comportamiento según la ley. El desierto, lugar de su predicación, sigue siendo símbolo de su oposición a la ciudad y al templo. El Bautista quiso revivir la experiencia liberadora del éxodo y recordar a su pueblo que el destino dependía completamente de la fidelidad a Yahvé. Sin embargo, como todo profeta, fue víctima de las veleidades de los gobernantes. Herodes, aunque le tenía algún respeto, cedió ante las presiones de su adúltera mujer y lo manda asesinar. El grupo de discípulos del Bautista corrió a llevarle la noticia a Jesús.

La figura de Juan es significativa en la vida de Jesús. En cada encrucijada importante de su itinerario pedagógico aparece la persona o el recuerdo del precursor que indica, facilita o prefigura la ruta del Mesías. El martirio de Juan hace tomar conciencia del peligro que le amenaza, y esboza ya algunos rasgos alusivos a la pasión de Jesús. Este texto, como vemos, esta cargado de sentimiento por la forma despiadada como terminaron con la vida del profeta. Los antecedentes de la muerte de Juan indican que, igual que en la de Jesús, se entremezclaron motivaciones muy complejas y también razones políticas y económicas. Pero nada se opone a que el pueblo sencillo estuviese bien informado cuando se contaban unos a otros que el último determinante del crimen de Juan fue la astucia de una mujer rencorosa que conocía las debilidades de un Herodes sin carácter. Saben ustedes, porque me conocen, que ante el Evangelio siempre me vienen preguntas, preguntas que algunas veces comparto en la reflexión y hoy lo hago al leer y releer el pasaje.

¿Podríamos nosotros, como discípulos–misioneros de Cristo, ocupar el papel de Juan Bautista? El Señor quiere a su Iglesia como testigo cualificado de su amor. Ese amor de Cristo, vivido en la Iglesia, debe llevar a ésta a buscar las ovejas descarriadas hasta los más recónditos lugares donde se hayan dispersado. Llamarlas con amor a la conversión no se puede quedar sólo en palabras dulzonas, pues el amor mismo muchas veces hará que la Iglesia de Cristo sea fuerte en la denuncia del pecado, sin dejarse intimidar siquiera por los poderosos, a quienes ha de hacer reconocer sus caminos equivocados. El llamado a la conversión indica la propuesta de un nuevo camino que se convierte en un reto para quienes quieran luchar por construir un mundo más justo, más humano, más fraterno. La Iglesia no puede ser amordazada; no podemos silenciar el testimonio sobre la Verdad que Cristo nos ha confiado. Nuestro ejemplo, nuestras palabras, nuestra vida misma debe irse convirtiendo en un fermento de santidad, de lealtad, de rectitud en los diversos ambientes en que se desarrolle la existencia de los cristianos, sin tener miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, que nos conceda la gracia de ser fieles y valientes con nuestro testimonio. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

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