miércoles, 7 de julio de 2021

«Enviados a la misión»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de hoy (Mt 10,1-7) nos recuerda la llamada de los doce apóstoles y nos da su nombre. Intencionalmente san Mateo no da esta lista en el momento de la primera llamada, como lo hacen los demás evangelistas, sino hasta este décimo capítulo de su relato, en el momento de enviarlos a la misión. «La Iglesia peregrina es misionera por su naturaleza, puesto que procede de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre», dice el Vaticano II en el decreto Ad gentes (A.G. 2). Entre esos doce que Jesús envió como primeros misioneros, hay unos de sobra conocidos, como san Pedro, y otros de los que no sabemos nada o casi nada, pero lo importante es que son enviados como gentes disponibles, capaces de seguirle hasta el final. Todos dieron su vida por él. Su papel esencial, según este pasaje era expulsar los «espíritus inmundos» y «sanar a los hombres».

La Buena Nueva de Dios, esta de la salvación y la vida que nos ofrece, debe ser anunciada a toda la humanidad. Cada generación es nueva, en la historia, y necesita ser evangelizada. Por eso sigue en pie el encargo de Jesús a cada discípulo–misionero. A unos se lo encomienda de un modo más intenso y oficial, como son los obispos de la comunidad eclesial, que son los sucesores de esos doce apóstoles. Luego también a sus colaboradores más cercanos, los presbíteros y los diáconos, que reciben para ello una gracia especial en el sacramento del Orden. Pero es en sí toda la comunidad cristiana la que debe anunciar la salvación de Dios y dar testimonio de ella con palabras y con obras. En el ámbito de la familia, del trabajo, del estudio, de la política, de los medios de comunicación, de la sociedad en general. En tierras de misión y en países cristianos.

Vivir el encargo misionero es lo mejor que un discípulo–misionero de Cristo puede hacer, dar testimonio del amor y la cercanía de Dios a su alrededor, curar las dolencias, expulsar los demonios de nuestra sociedad, ayudar a que todos puedan vivir su existencia con esperanza y sentido. No todos somos sucesores de los apóstoles, pero todos somos seguidores de Jesús y debemos continuar —cada uno en su ambiente—, la misión que él vino a cumplir. Todos formamos la Iglesia que es «apostólica» y es «misionera». Cada uno de nosotros, en su pequeñez, ha de cumplir con alegría este encargo misionero. Por eso hay que pedirle a la misionera por excelencia, a María, la que se encaminó presurosa en el anuncio de la Buena Nueva que ella nos ayude a llegar a todos los hombres que esperan la Palabra de Dios por medio de nosotros. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

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