Acostumbrados a oír a Jesús hablar de su Padre como un Dios que es amor y Padre de todos, resulta difícil oírle ahora hablar de violencia, separación y ruptura. Jesús, además, pide que tomemos la cruz. Y pide la entrega total a la causa del Reino. Esa es la única razón válida para Jesús. Por el Reino hay que dejarlo todo. Radicalmente. Totalmente. Es ciertamente una forma de hablar y hay que entender lo que Jesús dice. Jesús nos quiere decir que nuestra fe debe ser el centro de toda nuestra vida para vivir en libertad y seguirle. Y nos recuerda que no podemos andar con engaños. No podemos mantener una doble vida. No podemos ser cristianos de misa de domingo, para luego engañar en el trabajo, defraudar a los amigos o servirnos de nuestros familiares para lo que nos interesa. Ser cristiano, día a día y minuto a minuto es el desafío que nos lanza Jesús.
La fidelidad de los discípulos–misioneros nos debe convertir en portadores, para el que los acoge, de la presencia de Jesús y del Padre. Jesús se presenta como la presencia del Reino por el que hay que apostar en favor o en contra. Esta opción decisiva tiene que hacerla el discípulo–misionero con libertad, y también todo creyente, como primer paso en el seguimiento de Jesús; y luego tendrá que hacerla realidad ante los demás con su presencia y su acción. Se comprende fácilmente que, ante las dificultades que sin duda tenían que afrontar los seguidores de Jesús, san Mateo se haya vuelto hacia estas palabras de Jesús para descubrir en ellas el sentido de la responsabilidad del apostolado y también los fundamentos de su confianza en Jesús sin egoísmos de ninguna clase. La renuncia a los lazos del egoísmo humano implica el dolor de las rupturas y del extrañamiento social pero, al mismo tiempo, produce una nueva red en que están implicados el Padre del cielo, Jesús, María su Madre, sus enviados y todo aquel que está dispuesto a ofrecer hospitalidad generosa a los que se han comprometido con el proyecto de establecer el Reino. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
P.D. Hoy hace dos años, mi padre, Don Alfredo Leonel Delgado Laurel, fue llamado a la Casa del Padre. De él guardamos muchos recuerdos como un discípulo–misionero de Cristo muy comprometido en vivir su fe. Les ruego una oración por su eterno descanso.
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