lunes, 5 de julio de 2021

«Dos milagros de Jesús»... Un pequeño pensamiento para hoy


Apenas el domingo antepasado reflexionábamos en este mismo relato evangélico pero narrado por san Marcos (Mc 5,21-43) y este lunes la liturgia de la palabra nos invita a meditarlo en san Mateo (Mt 9,18-26). San Mateo nos narra, al igual que san Marcos, dos milagros de Jesús, intercalados el uno en el otro. En un primer momento un hombre, que es el jefe de una sinagoga, le pide que devuelva la vida a su hija que acaba de fallecer, y por otra parte, en el camino hacia la casa de aquel hombre, una mujer queda curada con sólo tocar la orla de su manto. Ambas personas se le acercan con mucha fe y obtienen lo que piden, porque, como sabemos, Jesús es superior a todo mal, él cura enfermedades y libera incluso de la muerte. En eso consiste el Reino de Dios, la novedad que el Mesías viene a traer: la curación y la resurrección.

Ahora, en nuestros tiempos, es en los sacramentos en donde los discípulos–misioneros de Jesús nos acercamos con más fe a él y le «tocamos», o nos toca él a nosotros por la mediación de su Iglesia, para concedernos su vida. Como en el caso de aquella mujer enferma, que Jesús notó que había salido fuerza de él, así pasa en los sacramentos, que nos comunican, no unos efectos jurídicamente válidos «porque Cristo los instituyó», sino la vida que Jesús nos transmite hoy y aquí, desde su existencia de Señor Resucitado. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica: «los sacramentos son fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo, siempre vivo y vivificante» (CEC 1116). El dolor de aquel padre que aparece en el relato y la vergüenza de aquella buena mujer pueden ser un buen símbolo de todos nuestros males, personales y comunitarios. También ahora, como en su vida terrena, la fama de Jesús sigue, él nos quiere atender y llenarnos de su fuerza y su esperanza. 

También por nuestras vidas circula esa fama de Jesús. También en nuestras comunidades Jesús pronuncia su palabra, y con frecuencia la meditamos y la dejamos resonar en nuestros corazones, pero también con frecuencia la dejamos resonar como un eco que no modifica nuestra historia. Nuestra sociedad ha escuchado la palabra de Jesús, su fama abarca muchos lugares, pero las venas siguen abiertas, y el flujo de sangre no se ha detenido, el mundo actual parece muerto, o quizás dormido. Esa palabra que Jesús pronuncia es la palabra del Reino, palabra capaz de lo que parece imposible. Abramos nuestro corazón a la gracia, acerquémonos a Jesús como aquel jefe de la sinagoga y como la mujer enferma y hagámoslo de la mano de María, así estaremos más que seguros de ser escuchados. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

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