Esta enseñanza va unida a algo muy importante e insistente: la confianza. «No tengan miedo». No es el éxito inmediato delante de los hombres lo que cuenta al tener a Jesús como Maestro. Sino el éxito de nuestra misión a los ojos de Dios, que ve, no sólo las apariencias, sino lo interior y el esfuerzo que hemos hecho. Si nos sentimos hijos de ese Padre, y hermanos y testigos de Jesús, nada ni nadie podrá contra nosotros, ni siquiera las persecuciones y la muerte. El ejemplo lo tenemos en el mismo Jesús, que fue objeto de contradicciones y acabó en la cruz. Pero nunca cedió, no se desanimó y siguió haciendo oír su voz profética, anunciando y denunciando, a pesar de que sabía que incomodaba a los poderosos. Y salvó a la humanidad y fue elevado a la gloria de la resurrección.
Para todo discípulo–misionero Dios es Padre y Jesús exhorta, como digo, a la confianza, y a la confianza en la Providencia Divina; nada de lo que sucede se le esconde, ni siquiera las cosas más mínimas, como la muerte de los pajarillos. Su amor abraza la creación entera. De la vida de los que trabajan con Jesús, la solicitud de su amor hace que no se les escape nada... ¡hasta los cabellos!; por eso, la confianza en él ha de ser total. De la postura que tome el discípulo–misionero, lleno de confianza en Dios ante los hombres, depende su suerte final. El que, sin miedo, se pronuncia por Jesús es quien resiste hasta el fin y corona su vida con éxito —se salva—. Quien se acobarde y niege a Jesús, queda abocado a la ruina y acaba en el fracaso. Debemos confiar en la misericordia de Dios que está por encima de los miedos humanos y del mal de este mundo. Que María Santísima nos acompañe como Madre de Dios y Madre nuestra. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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