Jesús trató a la gente con amor y ellos lo sabían, pero los suyos, los de cerca, quedaban desconcertados. Más que escuchar cuanto decía y juzgarle según ello, la gente de su pueblo se puso a hacer consideraciones ajenas: «¿De dónde ha sacado esta sabiduría? No ha estudiado; le conocemos bien; es el carpintero, ¡el hijo de María!». «Y se escandalizaban de Él», o sea, encontraban un obstáculo para creerle en el hecho de que le conocían bien. Jesús comentó amargamente: «Todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa». Esta frase se ha convertido en proverbial en la forma abreviada: «nadie es profeta en su tierra». Pero esto es sólo una curiosidad. El pasaje evangélico nos lanza también una advertencia implícita que podemos resumir así: ¡atentos a no cometer el mismo error que cometieron los nazarenos! En cierto sentido, Jesús vuelve a su patria cada vez que su Evangelio es anunciado a nosotros, que somos sus familiares, sus discípulos–misioneros.
En el proyecto del Evangelio de San Marcos este encuentro de Nazareth es esencial y fundamental. Revela dos niveles de acercamiento a Jesús: el natural, movido por intereses humanos y el de su misión, movido por otras motivaciones más profundas y universales. Jesús no ha venido al mundo entretenerse en la solución de los problemas y pleitos de gallinero, sino para llevar adelante un plan de salvación para todos los hombres. Ayer como hoy, los verdaderos profetas no son bien acogidos entre los más cercanos. Ayer como hoy, los mensajeros del Evangelio han de estar impulsados por la apertura a todos los hombres de toda raza, condición social o cultura. El Evangelio es para todos los hombres encuentren donde se encuentren. Y es necesario reflejarlo en la misión tanto en el plano de la proclamación como en el del compromiso real y el testimonio vivo en todos los estamentos de la sociedad. Si queremos ser profetas como Cristo, hemos de dar testimonio de vida cristiana en todo tiempo y lugar, aunque los más cercanos nos rechacen. Con María, busquemos ser siempre el alma de nuestras familias y comunidades. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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