La parábola y su explicación, según vemos, exponen las posibles actitudes con que un hombre puede presentarse ante el mensaje. Son, más que nada, un aviso de Jesús. No da él por descontado el éxito; éste depende del hombre mismo. El reinado de Dios no va a implantarse sin la colaboración humana; no va a ser impuesto desde arriba ni de modo repentino; necesita ser acogido por el hombre y producir en él, como «tierra buena» el fruto correspondiente. El mensaje no es aceptable sin más para todos: hace falta estar libre, en primer lugar, de la estima y ambición del poder. En segundo lugar, necesita que el hombre lo haga suyo, de modo que sea inseparable de él pase lo que pase. En tercer lugar, el hombre tiene que desprenderse de todo agobio por la subsistencia y del deseo de comodidad. Jesús indica, por tanto, las diversas causas del fracaso del mensaje, que pueden coexistir en el mismo individuo y nos invita a ser «tierra buena».
Todos debemos aspirar a ser «tierra buena». Esta tierra buena es el hombre que comprende la Palabra. Su actitud de comprender es lo que permite afirmar que es buena tierra y que en ella la semilla dará fruto abundante. Así pues, la disponibilidad para rendir este fruto que siempre será gracia en su ser y en su medida, como lo es el precioso fruto de la tierra para el labrador, está en ser «tierra buena»; se sobreentiende: no convertida en camino, ni pedregosa, ni infestada de espinos... «tierra buena». Dentro del contexto de Mateo, la perfección consiste no sólo en oír sino en comprender la Palabra. Esta comprensión, bienaventuranza de los ojos y oídos abiertos, es gracia cuya recepción supone estar alineado desde el punto de vista del Maestro, en la categoría de los «pequeños», no de los «sabios y entendidos». Siempre a la luz del contexto, «oír la Palabra» y «fructificar» es prácticamente sinónimo de ser «discípulo–misionero» y «hacer la voluntad del Padre». Recurriendo a María en oración, pidamos con ella al Padre que nos haga siempre «tierra buena». ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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