viernes, 30 de julio de 2021

«El hijo del carpintero»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de hoy nos relata (Mt 13,54-58) que los paisanos de Jesús fueron testigos de sus milagros y admiraron su sabiduría, pero no fueron capaces de dar el salto y aceptarlo como el enviado de Dios. Se mostraron reacios al ver al hijo del Carpintero lleno de sabiduría porque era un maestro atípico que no había estudiado en ninguna escuela famosa. Pero, con tantas pruebas, tenían que haber superado su desconfianza inicial y no dieron el paso. Los paisanos, sus vecinos, los más cercanos, esperaban un mesianismo más solemne y glorioso. Varios relatos evangélicos nos dicen que unos le consideraban un fanático; otros, aliado con el demonio. Muchos no llegaron a creer en él. Y como dice el prólogo de san Juan: «vino a su casa y los suyos no le recibieron» (Jn 1,11). Los que creyeron fueron los sencillos de corazón, a quienes Dios sí les reveló los misterios del Reino.

Efectivamente, los judíos esperaban un Mesías poderoso que viniera con gran poder a derrocar a los romanos, uno que viniera a restaurar el auténtico culto del templo e iniciara un Reino eterno. Jesús con su testimonio se opone a estas expectativas. Su acción es más bien humilde: él busca a marginados, a los pecadores, a los enfermos y a los gentiles. El centro de su enseñanza y oración es el camino, la casa del amigo y las plazas donde se reúne el pueblo. Su Reino no esta fundado ni en la mentalidad ni en la estructura de los imperios opresores. Por esto, la vida y obra de Jesús no inspiraba confianza a sus paisanos. Jesús nos muestra con su existencia que el encuentro con Dios se puede producir —y de hecho se produce— en las condiciones de nuestra vida ordinaria y a través de quien menos podemos imaginar. Todo hermano puede ser un profeta para el hermano.

Nosotros somos discípulos–misioneros de este Mesías que fue rechazado por los suyos, así que seguimos sus mismos pasos y a pesar de que muchas veces la gente que nos conozca nos rechace, no podemos cerrarnos al anuncio y testimonio del Evangelio. El Señor ha encendido en nosotros la Luz de su amor, de su misericordia y de su gracia, y no podemos querer ocultarla cobardemente bajo nuestros miedos y temores, pues no hemos recibido un espíritu de cobardía, sino al Espíritu de Dios que amándonos a todos, quiere que todos nos salvemos y lleguemos al pleno conocimiento de la Verdad (cf. 1 Tim 2,4). Quienes nos reconocemos pecadores acudimos al Señor para recibir de él su perdón. Sólo quien se ha sentido comprendido, amado y perdonado por Dios puede convertirse en testigo de él en el mundo. Roguémosle al Señor, por intercesión de María Santísima, que nos conceda la gracia de ser portadores de su amor y de su gracia buscando el bien de todos como el Señor lo ha hecho para con todos. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

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