La pandemia del COVID-19 ha tenido un efecto enorme en nuestras vidas. Es mucha la gente que se ha enfrentado a retos que pueden ser estresantes, abrumadores y provocar emociones fuertes en adultos, jóvenes y niños. Las medidas de salud pública, como el distanciamiento social, son necesarias para reducir la propagación del COVID-19, pero pueden hacernos sentir aislados y aumentar el estrés y la ansiedad. Aprender a sobrellevar el estrés de manera sana desde la fe, permitirá que el discípulo–misionero se sepa amado y acompañado por Jesús por quien lo ha dejado todo. ¿Qué es más importante: el dinero, la salud, el éxito, la fuerza, el gozo inmediato? ¿o la felicidad, el amor verdadero, la cultura, la tranquilidad de conciencia que vienen por la alegría del Evangelio? Ante una situación tan dolorosa como esta que estamos viviendo en lo tocante a la salud, y que parece no acabarse nunca, hemos de ser conscientes de que un día habremos de morir y no sabemos ni de qué, ni cómo, ni dónde, pero sí somos conscientes de que debemos conservar la alegría del Evangelio.
Esa alegría, que hace dejarlo todo lo demás a un lado, es necesaria como una verdadera sabiduría cuando se trata de descubrir cuáles son los valores del Reino que Dios más apreciamos, cuáles los planes de Dios sobre nosotros, los que nos conducen a la verdadera felicidad. A veces, son verdaderamente un tesoro escondido o una perla única aún en medio del dolor y la adversidad. Muchos discípulos–misioneros, jóvenes y mayores, tienen la suerte de poder agradecer a Dios el don de la fe, o de haber descubierto en medio de los estragos de la pandemia, el camino que Dios les destinaba, o de haberse encontrado con Cristo Jesús. El reinado de Dios está escondido en el mensaje y la actividad de Jesús; en ellos anuncia su cercanía; quien los comprende entrega a ese mensaje su entera existencia, porque descubre en él el tesoro que puede enriquecer toda su vida. Meditemos con María estas dos parábolas y sepamos valorar, en medio de la incertidumbre de esta calamitosa pandemia, lo que es realmente importante, el tesoro de la alegría del Evangelio. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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