domingo, 25 de julio de 2021

«Cinco panes y dos peces»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de este domingo (Jn 6,1-15) nos narra la sorprendente historia del milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Unos panes que nunca se terminan, que alcanzan para todos y sobra. Unos peces que pasan de mano en mano, y todo el mundo toma cuanto quiere... Este hecho milagroso es un signo que tiene especial importancia, hasta el punto de que es uno de los pocos narrados por los cuatro evangelistas. En san Juan, está un tanto recortado y acomodado en función de la unidad temática del «pan de vida». Por eso vale la pena leerlo también en la narración de los evangelistas sinópticos (Mt 14,13-21; Mc 6,32-44; Lc 9,10-17). La escena de la multiplicación de los panes, tal como nos la narra el evangelio de san Juan, está colmada de tensión entre diversos contrastes: puramente geográfico entre lago y montaña, entre 5,000 hombres y un muchacho con cinco panes y dos peces, entre la iniciativa de Jesús y las expresiones resignadas de los dos discípulos, entre la poca comida y las abundantes sobras, entre la reacción de la gente y la retirada de Jesús. ¡Cuántos elementos abiertamente contradictorios y difíciles de conciliar! Como única clave que los vincula y que resuelva la tensión, aparece un hecho: la acción de gracias y el reparto de los panes... ¡la multiplicación!

«Cinco panes y dos peces». Parece muy poco lo que tenían, a primera vista. Pero cinco más dos es igual a siete. Y siete es un número que en la Biblia significa, entre otras cosas, «muchos». Lo poco que se tenga puede ser mucho según cómo se utilice y se comparta. Las matemáticas de Dios son distintas de nuestros cálculos.  Jesús toma los panes y los peces y levanta los ojos al cielo. Cuenta con el poder de Dios, no con el poder humano o con el poder del dinero. Recita la bendición y hace que se reparta y comparta todo lo poco que se tiene en la comunidad, se saciaron y hasta sobró. ¡Qué hermoso milagro! Todos los hambrientos quedaron saciados, todos comieron de un mismo pan y de unos mismos peces y todos recibieron el regalo del amor de Jesús. En este gesto profético, que es una acción, hay una experiencia de gratuidad: si uno se da, por poca cosa que sea (no es necesario ser una eminencia, un líder, un hombre importante) genera una dinámica imparable de comunión: ya no sumamos, un hombre más otro hombre, sino que ¡multiplicamos!

Los discípulos–misioneros de Cristo, domingo a domingo, celebramos este milagro, esta señal de un amor que viene de Dios y es fundamento del amor entre todos los hombres. Jesús descendió hasta las necesidades de un pueblo hambriento y le dio a comer pan y peces. También nosotros, que compartimos un mismo pan que es el Cuerpo de Cristo, nos obligamos con Cristo a vivir y a morir por todos los hombres y, consiguientemente, a repartir a todos los hombres no ya el pan que es fruto de nuestro trabajo, sino incluso la misma vida. Sólo así nuestra Misa será efectivamente una señal del amor en el mundo y para el mundo. Jesús, que quería una comunidad, un pueblo, una familia, no encontró ningún camino más, de acuerdo con el querer del Padre, que el dar la vida. Nosotros, que ahora participamos a través del pan y el vino de la Eucaristía, estamos llamados a extender esta vida, a hacerla llegar sobre todo a los que están más faltos de ella, para que todos tengamos vida y vida sobreabundante. Con María lo podremos lograr. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

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