«Cinco panes y dos peces». Parece muy poco lo que tenían, a primera vista. Pero cinco más dos es igual a siete. Y siete es un número que en la Biblia significa, entre otras cosas, «muchos». Lo poco que se tenga puede ser mucho según cómo se utilice y se comparta. Las matemáticas de Dios son distintas de nuestros cálculos. Jesús toma los panes y los peces y levanta los ojos al cielo. Cuenta con el poder de Dios, no con el poder humano o con el poder del dinero. Recita la bendición y hace que se reparta y comparta todo lo poco que se tiene en la comunidad, se saciaron y hasta sobró. ¡Qué hermoso milagro! Todos los hambrientos quedaron saciados, todos comieron de un mismo pan y de unos mismos peces y todos recibieron el regalo del amor de Jesús. En este gesto profético, que es una acción, hay una experiencia de gratuidad: si uno se da, por poca cosa que sea (no es necesario ser una eminencia, un líder, un hombre importante) genera una dinámica imparable de comunión: ya no sumamos, un hombre más otro hombre, sino que ¡multiplicamos!
Los discípulos–misioneros de Cristo, domingo a domingo, celebramos este milagro, esta señal de un amor que viene de Dios y es fundamento del amor entre todos los hombres. Jesús descendió hasta las necesidades de un pueblo hambriento y le dio a comer pan y peces. También nosotros, que compartimos un mismo pan que es el Cuerpo de Cristo, nos obligamos con Cristo a vivir y a morir por todos los hombres y, consiguientemente, a repartir a todos los hombres no ya el pan que es fruto de nuestro trabajo, sino incluso la misma vida. Sólo así nuestra Misa será efectivamente una señal del amor en el mundo y para el mundo. Jesús, que quería una comunidad, un pueblo, una familia, no encontró ningún camino más, de acuerdo con el querer del Padre, que el dar la vida. Nosotros, que ahora participamos a través del pan y el vino de la Eucaristía, estamos llamados a extender esta vida, a hacerla llegar sobre todo a los que están más faltos de ella, para que todos tengamos vida y vida sobreabundante. Con María lo podremos lograr. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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