viernes, 21 de octubre de 2011

El compromiso del Vanclarista y su vida espiritual como amigo de Dios...

El mes de octubre, además de ser el mes del Rosario, ha sido siempre el mes de las misiones. En octubre, cada año, la Iglesia celebra el DOMUND (DOmingoMUNDial de las misiones) y todos los Vanclaristas, en el mundo entero, renuevan su compromiso.

Nuestra Madre espera de los vanclaristas laicos «líderes» que sean fermento del evangelio en medio del mundo, que sepan “ante todo dar testimonio de Cristo con una vida recta, limpia… un grupo que de veras se entregue al servicio de Dios y del prójimo”. Hoy quisiera invitar a todos nuestros hermanos vanclaristas a hacer un alto en el caminar y detenerse para reflexionar juntos en una cosa que expreso tomando textualmente unas palabras de Mons. Juan Esquerda Bifet en su libro sobre Van-Clar “VEN Y VERAS”:

“Si «VIVIR PARA CRISTO» es el lema del Vanclarista, ese vivir no sería auténtico sin una fuerte experiencia de Cristo, en diálogo con Él, escondido en la Eucaristía y en el Evangelio, esperando en el corazón de cada hermano.”

Un Vanclarista es, en primer lugar, una persona que se tiene que dejar poseer por el amor de Dios. La Iglesia los necesita as¡: “La Iglesia necesita de estos elementos juveniles y aún de mayor edad, para sembrar el bien por todas partes por donde pasen, asemejándose as¡ a su Divino Maestro que: PASÓ POR EL MUNDO HACIENDO EL BIEN…” (Carta de N.M. a V.C. 1973).

Cada vanclarista, en cualquier rincón del mundo en donde se encuentre, cerca o lejos de su grupo, ocupa un lugar muy importante en el Corazón de Dios, cada uno es único e irrepetible, no hay nadie como él o como ella. Ni siquiera si hay unos gemelos idénticos que sean vanclaristas son iguales, hay algo que los hace distintos. Para Dios, cada uno de nosotros somos un amigo como no hay otro. Así que para anunciar a Cristo como Misioneros hay que ser primero amigos de Él, es as¡ que el primer paso que ha de dar un vanclarista para evangelizar es hacerse amigo de Jesús, porque «vive para Él».

Muchas personas, hoy en día, piensan que es imposible establecer una amistad con Dios. Dios nos invita como Amigo a experimentar su amor amándole a Él y a nuestros Hermanos. Una persona que llega a un grupo de Van-Clar, debe hacer crecer en ella lo que llamamos «Espiritualidad», que es el camino que se ha de recorrer para cumplir la Voluntad de Dios como amigo suyo.

Los santos, para mucha gente, han pasado de moda junto con palabras como ésta de espiritualidad. Hay quienes piensan que son términos del pasado, da la impresión de que algunas palabras no las quisieran ni escuchar porque estorban a la vida de la sociedad de hoy: rezar, moral, confesarse, virginidad, rosario, espiritualidad y otras más.

Sin espiritualidad la persona no puede vivir. ¿Sin un camino, será posible llegar a alguna parte?… La Espiritualidad nos debe mover a querer estar con Jesús que es el que nos ha llamado a ser misioneros. Dice Nuestra Madre en una de sus cartas a Van-Clar: “Como quisiera que todos mis Vanclaristas se actuaran muy bien de su gran responsabilidad de almas de apóstoles, especialmente llamadas a estar con el Señor. Estando muy unidos a El, cuánto bien aún sin sentirlo, sin saberlo irán sembrando, y predicando a sus compañeros de estudios, de trabajo, de oficina, de viaje, etc. etc.”.

No sólo en el día del DOMUND al renovar el compromiso, sino siempre, Dios sale al encuentro de cada Vanclarista. Nuestro Señor quiere abrir a cada uno los brazos de su amistad, El está deseoso de tener amigos y tiene cosas especiales reservadas para ellos que quizá los que van por el camino de la mediocridad y lo rodean no entienden. No hay razón alguna que valga para que un Vanclarista se aparte de esta amistad con Dios.

Nuestros grupos de Vanclar ha crecido, pero no debemos ver solamente el número de grupos o de miembros, debemos preguntarnos: ¿Ha crecido junto con eso la espiritualidad de cada vanclarista? ¿Se ha hecho más grande nuestro deseo de ser amigos de Dios? ¿Hemos sabido sacar provecho de este amor de predilección que Dios nos tiene? ¿Nos hemos hecho más amigos de su Madre Santísima? ¨Hemos recorrido la vida en Vanclar solos o de la mano del Señor bajo la protección de María?

A mi siempre me ha impresionado abrir la Escritura y volver a leer una y otra vez los pasajes en los que Jesús llama, (Jn 1,46; Jn 1,39; Mc 3,13-14;Jn 1,43; Jn 15,16; Mt 9,13; Mt 4,19; Mt 8, 22; Mt 9,9 y muchos textos más). El Papa, en su mensaje del DOMUND de este año 2011 nos recuerda un llamado especial: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20,21)

La llamada de Cristo y la invitación a prolongar su misión sigue resonando en muchos corazones de hoy, pero el riesgo de nuestros días sigue siendo el mismo que en tiempos del Maestro, cuando aquel joven rico no valoró la mirada de amor que Jesús amigo le dirigió, y entonces se marchó lleno de tristeza apegado a sus riquezas (Mc 10,21-22). No me gustaría ver que son muchos los Vanclaristas que se quisieran quedar apegados a sus cosas y no se lanzan a responder a Cristo, y ya no digo a una vida de consagración en la vida sacerdotal y religiosa −a la que de por s¡ ven como algo ajeno o “peligroso”− sino que ni siquiera se viera en algunos el deseo de responder a una vida cristiana en el mundo. ¡Dios nos libre! ¿Dónde quedaría el compromiso?

Nuestra Madre deseó en todo momento que el Vanclarista fuera el brazo derecho de la Congregación. ¿Se podrá ser brazo derecho sin espiritualidad? Van-Clar ofrece un gran regalo de Dios al laico de hoy: “Vivir para Cristo”. La espiritualidad ayuda al Vanclarista a caminar en la búsqueda de la realización de su opción fundamental y determinante. Esa opción es aquello que nos hace pensar cosas como esta: ¿Qué vine a buscar a Vanclar? ¿Qué es lo que espero del grupo? ¿Qué es lo que yo puedo dar?

No hay nada que pueda destruir tanto nuestra vida, dice San Juan Crisóstomo, un gran santo en la Iglesia, como el ir dejando las buenas obras para hacerlas más adelante, porque esto hace muchas veces que perdamos todos los bienes, los buenos deseos, los anhelos. Hay que desterrar de nuestra mente y de nuestro corazón esa frase tan común y extendida que dice: “¡Mañana empiezo!”. Si todo cristiano, por el hecho de ser bautizado, está llamado a ser santo, ¿qué podremos decir de un Vanclarista? Aquí no hay descuentos para nadie. La espiritualidad es el camino que irá formando al Vanclarista en esa carrera de la santidad.

Dice Monseñor Esquerda en el librito que ya mencioné: “Con personas entregadas, aunque sean limitadas y pobres, «Vanclar» puede hacer mucho para amar y hacer amar a Cristo y a la Iglesia. Con pesos muertos, «Vanclar» se reducir¡a a un taller de reparaciones o, peor aún, a un museo de antigüedades o de cacharros inútiles. Pero cuando uno reconoce su realidad y quiere empezar de nuevo, entonces se recupera el tono del seguimiento evangélico del Amigo Jesús en el corazón y en el grupo”.


La vida de un grupo, en todos sus aspectos, siempre es un reflejo de la vida de las personas que la integran. Si nosotros vemos que el grupo marcha bien, que hay armonía, que hay generosidad, cooperación y fidelidad, es que estos valores se están viviendo en cada uno; pero, si hay discordia, rivalidades, falta de seriedad en las relaciones fraternas, cazanovios y tumbanovias…. ¿qué hay en el corazón de cada uno? La Escritura es clara, “donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6,21), “Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre.” (Mc 7, 15).


Hermanos y hermanas vanclaristas, en este día del DOMUND renuevan su compromiso de amistad con Jesús. Necesitamos que esparzan esta espiritualidad por el mundo, necesitamos que recorran este camino para, como dice Nuestra Madre : “VIVAN PARA CRISTO, sanando el ambiente con el «buen olor» de Cristo, con el perfume de las virtudes cristianas” (cf. Cta. a Vanclar).


¿Qué pudiera hacer falta? Sin duda, ponerse en camino, no instalarse para poder repartir amor sin medida; tener coraje para vivir esa espiritualidad que les debe sostener, deseo ardiente que haga que su vida no se diluya y termine vacía, perdida en medio de las rivalidades, de la violencia y discordias de la sociedad en que vivimos, por un lado atacada por la inseguridad causada por el narcotráfico y por otra parte fascinada con el ansia de vivir a la moda a costa de lo que sea,


La Espiritualidad debe impregnar la vida diaria del Vanclarista. Como dijo el beato Juan Pablo II en la Redemptoris Missio: “Viviendo con plena docilidad al Espíritu; ella compromete a dejarse plasmar interiormente por él, para hacerse cada vez más semejantes a Cristo. No se puede dar testimonio de Cristo sin reflejar su imagen, la cual se hace viva en nosotros por la gracia y por obra del Esp¡ritu”. (R.Mi. 87). Hay que recordar que el espíritu del Vanclarista es Misionero por excelencia y está plasmado en una espiritualidad que nos ha dejado Nuestra Madre y que es Eucar¡stica, Sacerdotal, Mariana y Misionera vivida en la alegre entrega. Siguiendo el camino de la espiritualidad, el vanclarista se va formando un ideal, un ideal que es una aspiración suprema, un ideal que lo lleva a hacerse amigo de Jesús y a hacerle amigos a Jesús en la misión.

Quisiera invitarles ahora a escuchar a Nuestra Madre hablar del ideal:

“Tengo para mí, íntimamente, que el ideal es la muralla donde se estrellan las sugestiones diabólicas, es el escudo, donde rebotan las flechas enemigas, es el baluarte desde donde se ve venir con calma al enemigo, porque se está seguro”.

“El ideal acrecienta las fuerzas del alma, la sostiene y robustece en sus debilidades, le hace dulce lo que es amargo, la llena de santos deseos, la inflama en el amor divino, y aquilata su celo por la salvación de las almas”.

“A pesar de mis muchos defectos y faltas, mi alma está enamorada del ideal, el es, el que me ha de salvar, de corregir, de perfeccionar. En la sed ardiente que siento por la salvación de las almas, él es el que me ha de proporcionar medios y ocasiones, de renunciamientos, de vencimientos, de peque¤os y ocultos sacrificios, que son las monedas con que se compran las almas para Jesús”.

Hermano y amigo vanclarista, hermana y amiga vanclarista, permíteme que termine esta reflexión con una pregunta para prepararte a renovar tu compromiso en el DOMUND:

¿Cuál ha sido el ideal de tu vida? ¿Haz sacrificado por él otros valores? S¡, piensa ahora, como Vanclarista, ¿cuál es el ideal de tu vida?

Revisa en ti y en tu entorno…

– La unión con Dios en cuanto relación de amor.
– La búsqueda de la santidad.
– El proyecto de Dios sobre ti y los que te rodean.
– El ansia misionera que vives.
– La coherencia en tu vida de fe como misionero.
– el anhelo para transformar nuestra sociedad luchando por la justicia y la paz.
– El amor los pobres, a los deprimidos, a los solos, a los olvidados.
– La presencia de María.
– El gozo por la próxima beatificación de Madre Inés…

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

El gozo de ser Misionero de Cristo para la Iglesia Universal...

 Hace algunos años ya que estuve en África, este continente que, a pesar de estar en pleno siglo XXI, lleno de adelantos, sigue siendo un continente desconocido, enigmático y misterioso. Mi vocación a ser misionero «Ad gentes», ha traído siempre consigo la especial atracción a tierras lejanas en donde no se conoce a Dios. Los misioneros somos hombres de aventuras que quisiéramos volar hasta los últimos rincones del mundo para gritar a los cuatro vientos que ¡Dios nos ama y es la razón de nuestro existir!  

En este mes de octubre, dedicado a las misiones y al rosario, he traído en la mente y en el corazón esa querida misión de Sierra Leona en la que mi visita, inicialmente programada para un mes, se prolongó por casi cuatro meses maravillosos que nunca olvidaré. He pensado también en aquel viaje que María hizo a las montañas para encontrarse con su parienta Isabel, o en los primeros cristianos que junto a San Pablo «el Apóstol de las gentes» hicieron aquellos viajes para extender la Iglesia. He pensado en san Francisco Xavier, en santa Teresita del Niño Jesús, en san Daniel Comboni o en el beato Guido Conforti, que será canonizado el día del DOMUND. He pensado en nuestros misioneros mexicanos como san Felipe de Jesús, San Margarito Flores, el beato Miguel Agustín Pro y por supuesto en esa mujer excepcional con un corazón sin fronteras: La Madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, la próxima beata mexicana fundadora del instituto misionero al que pertenezco desde hace más de 30 años.

La frase de Jesús que impulsa la jornada del DOMUND para este año: “Así os envío yo” (Juan 20,21), el recuerdo de aquella visita a nuestra querida misión de África y la vida de estos misioneros, me ha movido el corazón para compartir en unas cuantas líneas el gozo que tengo de ser misionero, pensando que tal vez, este testimonio, de alguien tan ordinario como yo, mueva el corazón de muchos otros a responder al llamado del Señor.

Mi vocación misionera —lo recuerdo muy bien, porque hay momentos que nunca se van de nuestra mente— viene desde pequeño, cuando veía aquellas pequeñas revistas que llegaban a casa y que hablaban de las misiones en Japón, en Kenya y en otros lugares lejanos en donde con amenos artículos y hermosas fotos, los misioneros mexicanos contaban sus vivencias para llevar el mensaje de salvación a quienes no conocían a Dios. En aquel entonces no pensaba en ser sacerdote, ni entendía muy bien lo que era ser un religioso, pero el espíritu misionero ya corría por mi ser; sobre todo cuando junto con mi hermano veíamos a papá preparar a algunos adultos para recibir los sacramentos de iniciación o a mamá disponiendo lo necesario para sus clases de teología y espiritualidad para sus grupos de señoras. Quizá nunca pensé que sería misionero de tiempo completo, pensaba en «colaborar» con las misiones, pero Dios, que conoce el interior del corazón, vio que esa sería mi vocación para todo el resto de mi vida.

Cuando entré a Vanclar (El grupo misionero “Vanguardias Clarisas”, fundado por la Madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento), mi deseo se concretizó al empezar a dar parte de mi tiempo y de mi vida en las misiones de verano y de Semana Santa en Chiapas, en Tamaulipas y en algunos ranchos y ejidos de Nuevo León en donde el sacerdote casi no llegaba nunca.

Yo estudiaba en la Universidad la carrera de Administración de Empresas, para luego continuar con Arquitectura y establecer un buffet de arquitectos, pero el Señor tenía otros planes para mí. En una kermesse, colaborando como vanclarista con las hermanas Misioneras Clarisas (las religiosas fundadas también por la Madre María Inés) mientras conectaba unos cables de luz, arriba de un poste, sentí como si el Señor me hablara y me dijera que quería que le siguiera, porque por otro motivo fuera de él, yo hubiera sido incapaz de hacer lo que estaba haciendo encaramado en aquel poste. Cuando bajé, mi vida empezó a dar un giro totalmente inesperado y el sentimiento de lo que experimenté aún lo recuerdo con fuerza. En aquel entonces tenía yo 15 años.

Un poco después, en mi oración, apenas incipiente, sin decir nada a nadie, le pedía a Jesús que si quería que le consagrara mi vida por entero, me diera una congregación como la de las “Misioneras Clarisas”… ¡Sin siquiera saber que existían ya los Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal! 

Cuando tenía 18 años ingresé en este nuevo instituto misionero fundado también por la Madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento para dedicarse a la misión “Ad gentes” y apenas en sus inicios. De hecho cuando yo ingresé no teníamos ni siquiera una casa donde vivir. El Seminario de Monterrey nos abrió las puertas y allí vivimos los primeros Misioneros de Cristo.

Las misiones me apasionaban. Recuerdo que me leí la vida de los grandes misioneros y por supuesto, “Historia de un alma”, escrito por Santa Teresita del Niño Jesús, la santita predilecta de Madre Inés que también se hizo mi «amiga» hasta la fecha y me hizo comprender, junto con Nuestra Madre Fundadora, el valor de la entrega de las cosas pequeñas de cada día para afianzar la misión. Nuestra Fundadora murió a los dos años de habernos fundado y dejó en mi corazón una chispa misionera que nada ni nadie, a lo largo de los años, ha podido apagar.

En los escritos de Madre Inés —Notas Íntimas, Estudios y meditaciones, Ejercicios, Cartas, etc.— y en los estudios de filosofía y teología, ayudado además de la vida de muchos y variados santos, beatos, venerables, siervos de Dios y vidas ejemplares de grandes misioneros y gente de bien, fui viviendo el encuentro personal con Jesús, el Misionero del Padre, que me ha acompañado y durante toda mi vida, bajo la mirada amorosa de María su Madre.

Pasaron muchos años para que pisara una de esas lejanas tierras de misión con las que soñaba desde pequeño. Mi corazón era misionero y lo es. Sierra Leona es un pequeño país de 71,740 km² en el Oeste de África que fue colonizado por los ingleses y en el que hace pocos años terminó la guerra. Recuerdo muy bien que cuando me dijeron que iba a ir para allá, mi corazón se llenó de gozo; estaba en Roma y el viaje desde allí costaba sólo tomar un avión a Bruselas y literalmente correr para alcanzar la conexión a Freetown. Mi maleta llegó una semana después y no tenía ni para cambiarme de ropa… Ya en Sierra Leona, me llevaron a Lunsar, a la casa misión de nuestras hermanas misioneras, y al día siguiente llegamos a Mange Bureh, el pueblito situado en un área rural que, como todo el país, carecede electricidad y agua potable y en el que tenemos la parroquia de “Nuestra Señora del Rosario”, en cuyo territorio tenemos la administración de un kínder, seis primarias, una secundaria y una preparatoria. A los pocos días de mi llegada, palpé la malicia de la malaria en algunos de los habitantes del lugar, al mismo tiempo que me encontré con una gente de un corazón noble deseoso de acercarse más al Dios apenas conocido.

¿Qué podía hacer yo allá en poco tiempo? Sin saber su lengua nativa y su cultura. Gracias a Dios, la lengua se me fue soltando al entender un poco de su «inglés», diferente del que yo sabía y al hacerme entender como podía. Los días fueron pasando en la vida ordinaria de una misión. Madre Inés diría: “la misión es pura prosa prosaica” y en todo momento palpé la presencia de Dios. La gente de Mange, los niños, los jóvenes, las señoras y señores de la parroquia, los maestros, en fin, la realidad de cada día modeló mi corazón y lo rejuveneció: La visita a la misión me llenó de esperanza, me trajo alegría, me enseñó el valor del compartir, por encima del valor del tiempo que parecía no correr para ellos. Contemplé la naturaleza, sentí la hospitalidad, valoré más el sacrificio y el esfuerzo y viví una Cuaresma y una Pascua inolvidables.

Una visita de casi cuatro meses a África, me dejó el sabor del don más precioso que hemos recibido de Dios, el don de la vida hecha donación. Mange se convirtió en mi casa por poco tiempo y me marcó para siempre. ¡Me basta cerrar los ojos y volar hasta allá! En nuestros tiempos, los misioneros vamos descubriendo que no es tan difícil viajar a África, y a Mange han  llegaron algunos voluntarios de España y de Italia, de Japón y de México que van a ayudar a todos, donando uno, tres, doce o más meses de su vida. Ya loo decía el beato Juan Pablo II: “La misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola! La nueva evangelización de los pueblos cristianos hallará inspiración y apoyo en el compromiso por la misión universal” (Juan Pablo II, Enc.Redemptoris missio, 2).

Sabemos que hoy día la misión está en todas partes, vivimos en un mundo global. El Santo Padre Benedicto XVI nos dice que estamos inmersos en un cambio cultural que está alimentado por la globalización, por movimientos de pensamiento y por el relativismo imperante, un cambio que lleva a una mentalidad y a un estilo de vida que prescinden del Mensaje evangélico, como si Dios no existiese, y que exaltan la búsqueda del bienestar, de la ganancia fácil, de la carrera y del éxito como objetivo de la vida, incluso a costa de los valores morales (cf. Mensaje del DOMUND 2011) y que por eso es importante que tanto cada bautizado como las comunidades eclesiales, estén interesados no sólo de modo esporádico e irregular en la misión, sino de modo constante, como forma de la vida cristiana. El Papa, hablando del DOMUND nos dice que la misma Jornada Misionera no es un momento aislado en el curso del año, sino que es una preciosa ocasión para pararse a reflexionar cómo respondemos los creyentes a la vocación misionera, que es una respuesta esencial para la vida de la Iglesia (cf. Mensaje del DOMUND 2011).

A mí la misión de Mange me ha rejuvenecido el corazón y el alma de manera que me sigo sintiendo siempre en estado de misión, un hombre necesitado de ser evangelizado para ir a evangelizar.

Estoy convencido de que la tarea misional de la Iglesia no es cosa fácil. La salvación nunca ha sido fácil pero es tarea primordial de cada bautizado. Pero desinteresarse de la misión “Ad gentes” significaría para mí, como dice Benedicto XVI en su mensaje del DOMUND 2011 citando al Siervo de Dios Paulo VI : “Ignorar la doctrina del Evangelio acerca del amor hacia el prójimo que sufre o padece necesidad” (Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 31.34). La Iglesia es misionera por naturaleza. Esta es “la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar” (PABLO VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 14), y yo, si no fuera misionero, no estaría en sintonía con el comportamiento de Jesús, el cual “recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias” (Mt 9,35). Todavía la cuarta parte del mundo —o sea el 27% de la población mundial— no ha tenido acceso al Evangelio o ha tenido apenas un escaso acercamiento al mismo. Con razón dice Madre Inés: ¡Si no es para salvar almas, no vale la pena vivir!

“La misión universal implica a todos, todo y siempre. El Evangelio no es un bien exclusivo de quien lo ha recibido; es un don que se debe compartir, una buena noticia que es preciso comunicar. Y este don-compromiso está confiado no solo a algunos, sino a todos los bautizados, los cuales son «linaje elegido, nación santa, pueblo adquirido por Dios» (1P. 2,9). La Jornada mundial de las misiones no es un momento aislado en el curso del año, sino que es una valiosa ocasión para detenerse a reflexionar y ver si respondemos a la vocación misionera, y cómo lo hacemos”… (cf. Mensaje del DOMUND 2011).Yo siento dirigido a mi corazón el “Así os envío yo” (Juan 20,21) que pronuncia Jesús, el Misionero del Padre.



martes, 11 de octubre de 2011

Tío Chacho, esa eterna juventud...


El instinto de conservación y la falta de fe, hacen a mucha gente tener horror al envejecimiento irremediable. Hemos hecho como sociedad un mito de la juventud. «Juventud, divino tesoro» dijo el poeta, y perder la juventud muchos lo consideran un drama. Da pena ver a personas maduras y post-maduras, intentar defenderse de la calvicie, de las canas, de las arrugas, de la flacidez... ¡Claro que no logran engañar a nadie y menos detener el tiempo, porque el tiempo pasa de prisa!

Hace un año que tío Chacho nos dejó para regresar a la Casa Paterna. Sus cenizas fueron depositadas en un cementerio marino en la bahía de San Francisco y nos recuerdan nuestra fragilidad. Su vida se fue acabando poco a poco en una larga vida que no restó un sólo día a su avanzada edad según los planes que Dios tenía y que fueron siendo camino de santificación para él y para su inigualable esposa, amiga y compañera, la queridísima tía Rebeca.

La edad de tío Chacho puso la justa medida en lo que Dios le pedía. La enfermedad le fue acercando,—de la mano de tía Rebeca— más y más a Dios, nuestro último fin. La última vez que lo vi, unos cuantos meses antes de su muerte, era ya un anciano que casi no se podía mover y que hablaba con mucha dificultad. La entereza de tía Rebeca, a su lado, en el momento de recibir la unción, luego de confesarse, me dejó ver con claridad que los que nos van ganando en años llevan ventaja a muchos de los frágiles muchachos de última generación. Los dos fueron viviendo su realización plena en la unión matrimonial, en lo próspero y en lo adverso; en la salud y en la enfermedad y uno y otro, como toda gente mayor, fueron llegando a la meta del amor compartido hasta que la muerte da una nueva visión a ese amor.

San Pablo, en una de sus cartas a los corintios escribe: "Por eso no nos desanimamos. Al contrario, mientras nuestro exterior se va destruyendo, nuestro hombre interior se va renovando día a día. La prueba ligera y que pronto pasa, nos prepara para la eternidad una riqueza de gloria tan grande que no se puede comparar. Nosotros, pues, no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo invisible, ya que las cosas visibles duran un momento y las invisibles son para siempre." (2 Cor 4,16-18)

No escribo todo esto con el afán de que nos resignemos mansamente a lo inevitable, como es la muerte o el envejecimiento. Escribo, por el contrario, porque pienso en tío Chacho como un anciano gozoso que fue llamado por Dios y porque pienso en la fortaleza de tía Rebeca, heroica como las grandes mujeres de la Biblia. A lo largo de los años las canas y arrugas de los dos, fueron transformando sus rostros y la incapacidad para moverse de tío Chacho fue transformando su cuerpo hasta quedar como el de Cristo bajado de la cruz. Todo se fue convirtiendo en ellos dos en signos del gozoso llamado de Dios a hacer su voluntad. Y las enfermedades y achaques que se le fueron multiplicando y complicando a él le decían lo mismo a tía Rebeca y a todos: la meta está siempre cerca. Pronto el vería a Dios. 

Vivimos normalmente un determinado número de años, habiendo sufrido, como todo mundo, pocas o muchas enfermedades pasajeras. De repente un buen día, descubrimos con pena que tenemos azúcar, o cáncer, o artritis, o alta presión, o esclerosis y ese cuerpo tan fiel, tan duradero, tan útil, se empieza a desmoronar irremediablemente. Y después de muchos o pocos cuidados, en un plazo más o menos corto, morimos... caemos fulminados por un paro cardíaco o perecemos víctimas de un accidente fatal.

Al final, de una manera u otra, todos morimos. Nadie absolutamente escapará de la muerte. Es la realidad más irrefutable del mundo. Desde que somos concebidos en el vientre de nuestra madre, somos por definición, mortales. La muerte es el trance definitivo de la vida. Ante ella cobra todo su realismo la debilidad e impotencia del hombre. ¡Un misterio!
El gran San Ignacio de Antioquía, anciano y camino al martirio, avanzaba gozoso al encuentro con Dios y escribe a los romanos: "Mi amor está crucificado y ya no queda en mí el fuego de los deseos terrenos; únicamente siento en mi interior la voz de una agua viva que me habla y me dice: «Ven al Padre. No encuentro ya deleite en el alimento material ni en los placeres de este mundo»".

¡Qué maravilla llegar a comprender que la muerte es el inicio de la verdadera vida y que todo esto, en medio del sufrimiento y del dolor, del gozo y de la alegría, de la sorpresa y la esperanza, no ha sido sino un ensayo, un camino, una invitación sean los años que sean!

Tío Chacho ya perseveró y descansó. ¡Dale Señor el descanso eterno y brille para él la Luz Perpetua! Descansó aquel chiquillo travieso, descansó aquel adolescente inquieto, descansó el joven aventurero, el esposo providente, el padre fiel, el hermano, el primo, el tío, el amigo; descansó de las luchas y fatigas de esta vida y ahora, bajo la mirada consoladora de María, ve la luz para siempre, sin sombras de muerte, sin tinieblas de angustias, dudas o ignorancias esperando la llegada, algún día, de tía Rebeca y de todos los demás para contemplar juntos la luz total de contemplar la gloria de Dios en todo su esplendor, en la consumación del amor perfecto y eterno que ese si es «La Eterna Juventud».

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.