Cristo toma en serio la relación sexual, el matrimonio y la dignidad del hombre y la mujer en el matrimonio. No con los planteamientos superficiales de su tiempo y de ahora, buscando meramente una satisfacción que puede ser pasajera. En el sermón de la montaña desautorizaba el divorcio. Aquí apela a la voluntad original de Dios, que comporta una unión mucho más seria y estable, no sujeta a un sentimiento pasajero o a un capricho. Si el matrimonio se acepta con todas las consecuencias, no buscándose sólo a sí mismo, sino con esa admirable comunión de vida que supone la vida conyugal y, luego, la relación entre padres e hijos, evidentemente es comprometido, además de noble y gozoso.
Dios llama a cada uno a un estado de vida que debe ser siempre fecundo, portador de vida. Aquellos que realizan su vida en la unión matrimonial son hechos, por Dios, una sola carne. Así, en la Alianza Matrimonial, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre. Sólo la persona inmadura es incapaz de aceptar o conservar un compromiso de tal magnitud. Quien permanece célibe por el Reino de los cielos lo entrega todo para colaborar en el engendramiento de los hijos de Dios, por quienes velará y luchará, y esto no sólo con sus oraciones, consejos, plática y homilías, sino con su cercanía, haciendo suyas las esperanzas, angustias y tristezas de todos lo que Dios puso en sus manos para que ninguno se les pierda. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de cumplir con amor la misión que a cada uno de nosotros nos confió, para convertirnos en constructores del Reino de Dios, partiendo de la construcción que de él hemos de hacer en el seno familiar. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario