martes, 24 de agosto de 2021

«Bartolomé Apóstol»... Un pequeño pensamiento para hoy


La lectura continuada del Evangelio de San Mateo que hemos estado haciendo los días de entre semana, se ve hoy interrumpida porque con ocasión de la fiesta de San Bartolomé Apóstol, la liturgia nos coloca la perícopa evangélica que habla de él con el nombre o apodo que se le adjudica de «Natanael». El Evangelio, parco siempre en contenido, no desciende a muchos detalles que saciarían nuestra devota curiosidad; pero a través de sus páginas podemos seguir las andanzas del Colegio Apostólico. Presididos por el Maestro recorren, Bartolomé —Natanael— y los demás en continuo trajín pueblos y aldeas, predican en sinagogas y plazas, a las orillas del lago o en los repechos de la montaña. Las turbas les acosan, sin darles lugar a descanso, «pues eran muchos los que iban y venían y ni tiempo de comer les dejaban» (Mc. 6, 31).

La liturgia toma, pues, este Evangelio (Jn 1,45-51) para presentarnos la figura de este Apóstol del que no sabemos nada más. De este apóstol el Nuevo Testamento no conoce más que el nombre, consignado en las cuatro listas del Colegio Apostólico como Bartolomé (Mt. 10, 3; Mc. 3, 18; Lc. 6, 14, y Act. 1, 13). Si el cuarto Evangelio no menciona a Bartolomé, señala por dos veces la presencia cerca de Jesús de un discípulo llamado Natanael, nombre derivado también del arameo, que quiere decir «Don de Dios» y por eso la Iglesia supone que sea el mismo, que tenía dos nombres o un apodo. 

Para Jesús, Natanael —Bartolomé— no es un desconocido: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi» (Jn 1,48). ¿De qué higuera? Quizá era un lugar preferido de Natanael a donde solía dirigirse cuando quería descansar, pensar, estar sólo... Aunque siempre bajo la amorosa mirada de Dios a quien se ve que servía con gran fidelidad. Es interesante ver que Bartolomé se encuentra con Jesús gracias a Felipe, que se encontró con él. ¡Que importante es hablar de Dios a los demás! ¡Qué importante darlo a conocer, amarlo y hacerle amar de los demás! Que nos quede, en esta fiesta, el reflexionar en que nuestro conocimiento de Jesús necesita sobre todo una experiencia viva. Nosotros mismos debemos implicarnos personalmente en una relación íntima y profunda con Jesús. Pidamos con María Santísima que experimentemos, siempre y muy de cerca, la presencia del Señor que nos ha llamado como a Bartolomé. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

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