Yo creo que la actitud de Pedro nos interpela, por si acaso tenemos la tendencia a fiarnos de nuestras fuerzas y a ser un tanto presuntuosos. Por una parte, hay que alabar la decisión de Pedro, que deja la seguridad de la barca para intentar avanzar sobre las aguas. Tenemos que saber arriesgarnos y abandonar seguridades cuando Dios nos lo pide y no instalarnos en lo fácil. Pero creo que lo que le faltó a Pedro fue una fe perseverante. Empezó bien, pero luego empezó a calcular sus fuerzas y los peligros del viento y del agua, y se hundió. La vida nos da golpes a todos, situaciones que nos ayudan a madurar. Como a Pedro. No está mal que, alguna vez, nos salga espontánea, y con angustia, una oración tan breve como la suya: «¡Sálvame, Señor!». Seguramente el señor nos podrá reprochar también a nosotros: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?». E iremos aprendiendo a arriesgarnos a pesar del viento, pero convencidos de que la fuerza y el éxito están en Jesús, no en nuestras técnicas y talentos: «Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios».
Eso es en cuanto a uno como persona, pero ahora pienso en la comunidad. La comunidad de los apóstoles experimentó muchos temores porque pensaba que Jesús no estaba con ellos. Temían al mal y creían que en cualquier momento la barca, símbolo de la propia comunidad, sucumbiría a la acometida de las olas de la persecución y la incomprensión del mundo. También caían en la tentación de pedirle pruebas a Jesús, pero su fe fallaba. Jesús, sin embargo, está atento a ayudarles cuando se están hundiendo y a navegar con ellos para continuar el camino de la misión: «Tranquilícense y no teman». Nosotros, como los apóstoles, a veces dudamos de la fuerza de Dios y pensamos que nuestras comunidades, por ser débiles y pequeñas, sucumbirán ante la presión del mundo. Sin embargo, Jesús siempre está ahí para decirnos "¡Animo, no tengan miedo!". Debemos fortalecer nuestra fe en él y enfrentar las olas de la injusticia, la violencia y la impunidad que se levantan contra nuestra frágil barca. Con María acrecentemos nuestra fe. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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