Qué distancia tan grande hay entre el «parecer» y el «ser»... entre lo que se deja que aparezca de la vida, y lo que se oculta de la misma. Así vivían aquellas personas, aparentando que cumplían la ley pero con el corazón sucio, dañado, ofuscado por su misma hipocresía. De esta manera, como en los relatos anteriores, Jesús sigue fustigando el pecado de hipocresía: aparecer por fuera lo que no se es por dentro. Como había condenado los árboles que sólo tienen apariencia y no dan fruto, ahora desautoriza a las personas que cuidan su buena opinión ante los demás, pero dentro están llenos de maldad. ¿Se nos podría achacar algo de esto? ¿No andamos preocupados por lo que los demás piensan de nosotros, cuando en lo que tendríamos que trabajar es en mejorar nuestro interior, en la presencia de Dios, a quien no podemos engañar? ¿es auténtica o falsa nuestra apariencia de piedad?
Conviene que ante este pasaje evangélico nos evaluemos. Con estos ayes Jesús quiere darnos nuevos ojos para ver la vida con sinceridad de corazón invitándonos a un entrar en lo profundo del corazón y ver la limpieza de nuestras intenciones, de nuestras acciones y determinaciones. Jesús quiere que seamos coherentes y asumamos, cada cual a la propia medida de nuestras responsabilidades, el papel que nos corresponde. Busquemos, con la ayuda de María Santísima, siempre coherente, alcanzar para todos paz, cultura, pan, educación, convivencia digna, y no caigamos en incoherencias e hipocresías. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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