El amor de Dios debe embargar todo el ser, de pies a cabeza, diríamos hoy y por eso vale la pena preguntarse: ¿Es así como amo yo a Dios? o bien ¿le amo sólo con una parte de mi vida y de mi tiempo? Jesús centra a quienes le siguen, en esta ley del amor porque los judíos contaban hasta 365 leyes negativas y 248 positivas, suficientes para desorientar a las personas de mejor buena voluntad, a la hora de centrarse en lo esencial y se perdía de vista eso: «el amar». Lo principal para todo discípulo¬–misionero de Cristo sigue siendo amar. Tiene sentido el cumplir y trabajar y rezar y ofrecer y ser fieles. Pero el amor es lo que da sentido a todo lo demás. Nos interesa, de cuando en cuando, volver a lo esencial.
En el Código de Derecho Canónico —las leyes de la Iglesia— tenemos muchas normas necesarias para la vida de la comunidad en sus múltiples aspectos. Pero Jesús nos enseña dónde está lo principal y la raíz de lo demás: el amor. Está muy bien que el Código actual, en su último canon, hablando del sistema a seguir para el traslado de los párrocos, afirme un principio general muy cercano a la consigna de Jesús: «guardando la equidad canónica y teniendo en cuenta la salvación de las almas, que debe ser siempre la ley suprema de la Iglesia» (c. 1752). A la luz e esto surge otras dos preguntas: ¿Puedo decir, cuando me examino al final de cada jornada, que mi vida está movida por el amor? ¿Qué, entre tantas cosas que hago, lo que me caracteriza más es el amor a Dios y al prójimo, o, al contrario, mi egoísmo y la falta de amor? Pidamos a María, la Madre del Amor Hermoso, que nos ayude a entender que todo parte del «amarás». ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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