En el Evangelio vemos que Isabel saluda a María de una forma magistral «Dichosa tú que has creído porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» era un buen recibimiento a su parienta que iba a ayudarla en la necesidad. Y la respuesta de María no se queda atrás, es el canto del Magnificat, un canto tan impresionante y tan lleno de contenido que desborda todo lo que nosotros podamos decir de él. Digamos lo que digamos no lo podremos hacer mejor que ella lo hizo. Dice el refrán «de la abundancia del corazón habla la boca», ella que se siente querida por Dios, proclama su grandeza y vive esa relación desde la humildad y la aceptación de sus planes sobre ella. Dios no solamente mira el pequeño, al pobre o al humilde, si no que cuenta con ellos, y los capacita para realizar su misión precisamente por ser así. A pesar de nuestros pecados, su misericordia llega a nosotros, desbordada, sin medida. Nada importa que seamos poca cosa, poco fiables, Dios sigue acordándose de su misericordia.
Porque María Santísima forma parte de los humildes y de los pequeños, la celebramos hoy exaltada y glorificada por la mano poderosa de Dios. A ese mismo destino estamos llamados nosotros. El camino para acompañar a María no es otro que el que recorrió ella. Que esta celebración mariana nos impulse a los discípulos–misioneros de Cristo a realizar dos grandes y difíciles misiones: por una parte saber reconocer a al Señor, saber descubrirlo en nuestra vida, en lo que acontece cada día y por otra saber darle gracias y bendecirlo cuando sentimos que obra a través de nosotros. Como María, miremos a Dios como Él nos mira y nos alegre el corazón, porque la misericordia de Dios, confirmada en esta fiesta de la Asunción de María, ha llegado a nosotros. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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