La parábola nos recuerda también que el premio que esperamos de Dios no es cuestión de derechos y méritos, sino de gratuidad libre y amorosa por su parte, porque él es el dueño de la viña. La enseñanza va primeramente para los primeros seguidores de Jesús, que tal vez pensaban con la lógica de la mentalidad vigente y esperaban que la retribución para ellos fuera mayor. Confiaban en que «sus sacrificios» les asegurarían un premio mayor, pero no contaron con la más importante: el Reino de Dios y su justicia no actúan según los parámetros de la legalidad humana. En definitiva, el Reino es una realidad de gracia y no se puede cuantificar en términos de horas de labor.
La cantidad o calidad del trabajo o del servicio, la antigüedad, las diversas funciones en la comunidad, el mayor rendimiento, no crean situación de privilegio ni son fuente de mérito —la paga es la misma para todos—, pues este servicio es respuesta a un llamamiento gratuito. El llamamiento gratuito espera una respuesta desinteresada. En otras palabras: el trabajo, que es la vida en acción, no se vende; no nace del deseo de recompensa, sino de la espontánea voluntad de servicio a los demás. No se trabaja para crear desigualdad, sino para procurar la igualdad entre los hombres, y ésta debe ser patente en la comunidad. Pidamos la intercesión de María Santísima para comprender e imitar la anchura de corazón de nuestro Padre misericordioso. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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