domingo, 8 de agosto de 2021

«La necesidad del Pan de Vida»... Un pequeño pensamiento para hoy


Varios domingos hemos estado leyendo en la Liturgia de la Palabra de Misa el capítulo 6 del Evangelio de San Juan. Hoy nos detenemos en el pasaje de Jn 6,41-51 que nos sigue mostrando a Jesús como «Pan de Vida». El Señor Jesús es el pan que baja del cielo, es el maná del éxodo, es el pan elemental de Elías —que la primera lectura de este domingo nos presenta en 1 Re 19,4-8—, pero es mucho más. Porque el maná y el pan eran símbolos. Así como el hombre recobra las fuerzas por el alimento, así el creyente recupera el ánimo por toda palabra que procede de la boca de Dios. Así superó Jesús la tentación en el desierto. Y así podemos vencer el desaliento los creyentes. Dios permanece oculto. En realidad, a Dios nadie lo ha visto. Pero sí se ha dejado ver Jesús. Los apóstoles son testigos de excepción. Y Jesús es la palabra de Dios, o sea, la revelación de Dios hecha de un modo definitivo en la historia para los hombres. Quien me ve a mí, decía Jesús a Felipe, ve al Padre. Quien me escucha a mí, repetía, escucha al que me envió. Jesús es la palabra de Dios a los hombres. Por eso es el pan vivo que ha bajado del cielo a la tierra, se ha acercado a los hombres. Es el pan vivo, porque es pan de vida y para la vida.

Todo este discurso que desarrolla San Juan en este capítulo 6 a partir de la multiplicación de los panes, tiene aquí su conclusión: en el anuncio de la Eucaristía. El pan que yo daré, dice Jesús, es mi carne para la vida del mundo. Pan y vino es el alimento de los cristianos para recorrer todo el camino de la fe. Pan y vino, símbolos para expresar el cuerpo y la sangre de Jesús, la persona de Jesús, el Hijo de Dios, obediente hasta la muerte en la cruz. En la Eucaristía se resume el misterio de la vida de Jesús que, por obediencia al Padre, se entrega a la muerte para poner de manifiesto la resurrección y la vida eterna. Por eso la Eucaristía es, lo proclamamos solemnemente siempre: «el misterio de la fe». Porque en la Eucaristía expresamos y celebramos nuestra fe, que es confianza en la promesa de Dios. Y porque la Eucaristía deviene así el alimento que reanima y sostiene a los creyentes en la fe.

En este tiempo de pandemia, en muchas partes, —como en esta arquidiócesis de Monterrey—, los feligreses están dispensados de la asistencia a la Santa Misa debido a las disposiciones de salud. Se ha ofrecido la gran bendición de que la Misa se pueda trasmitir por los diversos medios telemáticos. Pero, eso, a lo largo de los meses o más de un año que ya llevamos así, debe evaluarse en cada persona, en cada familia y en cada comunidad. Celebrar la Eucaristía es participar del modo de vivir de Jesús, es ofrecerse a un esfuerzo que haga posible una vida mejor para todos. Es participar en una relación nueva con los demás, basada en el amor, en el cariño, en la comprensión. Es luchar contra lo que hace difícil una vida de alegría, de igualdad, de gozo y hoy hay más gente que puede participar en la Eucaristía presencial entre semana y el domingo, día del Señor porque hay más inoculados y más gente que sabe cómo cuidarse. Como digo, hay que examinarse, porque si se ha tomado la decisión de participar por los medios telemáticos «por comodidad» o «por pereza», hay que cuestionarse, pues mucha gente asiste a muy diversos eventos y sale a muchas partes, pero a la Iglesia no va ni el domingo ni entre semana. Si la participación en el rito eucarístico no implica el culto existencial, la existencia auténticamente cristiana que se condensa en el amor de Dios cumplido en el amor de los hombres, tal participación no será de la carne de Cristo, sino la rutina muerta de un convencionalismo social que se puede seguir de una manera fría y cada vez más lejana de lo presencial. En medio de la calamidad de esta pandemia, está también esta enfermedad endémica y terrible del catolicismo convencional de tantos católicos de nombre que en lugar de acercarse más a Dios por la difícil situación que vivimos, han dejado enfriar su corazón y se han volcado hacia los centros comerciales, las plazas, las quintas, los conciertos y demás y dicen que les da miedo ir a Misa. Hoy les invito a pedir que las restricciones que nos van poniendo no restrinjan nuestro amor a Jesús Eucaristía, el Pan de Vida. Pidamos a María Santísima que ella nos ayude a buscar ante todo a su Hijo Jesús y que si podemos asistir al Templo o vivir nuestras celebraciones por los medios telemáticos, lo hagamos llenos de fe. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

P.D. ¡Perdón! Porque el pensamiento de hoy es bastante extenso.

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